Ratched ha sido una de las miniseries de mayor relieve artístico que ha pasado la TV Cubana en los últimos tiempos por Multivisión, muestra de que el entretenimiento no tiene por qué estar reñido con la razón estética

Deslumbrante y perturbadora, si bien por momentos mal contada, o mejor dicho, como si el cuento se les fuera de las manos a los realizadores y para ponerlo al derecho retrocedieran a mitad del camino en términos narrativos. Con todo, Ratched (2020, Touchstone TV, Saul Zaentz Co. y Ryan Murphy Productions para Netflix)) ha sido una de las miniseries de mayor relieve artístico que ha pasado la TV Cubana en los últimos tiempos por Multivisión, muestra de que el entretenimiento no tiene por qué estar reñido con la razón estética.

A una parte de los telespectadores les interesa saber el origen de las cosas y recuerdan a la enfermera Mildred Ratched entre los personajes de la película Atrapado sin salida o Alguien voló sobre el nido del cuco, devenida objeto de culto a partir de su estreno en 1975, dirigida por el checo Milos Forman y con Jack Nicholson y Louise Fletcher en los papeles principales. La Ratched llegó al cine desde las páginas de la novela homónima de Ken Kesey, publicada en 1962.

No constituye novedad en la industria audiovisual estadounidense inventar lo que le han dado en llamar precuelas, es decir, antecedentes que conduzcan a personajes y situaciones al estado en el que fueron reconocidos por primera vez por las audiencias. El cine ha sido pródigo en tales giros; recuérdense las miradas traseras de La guerra de las galaxiasBatmanEl padrinoEl silencio de los corderosPsicosis, esta última mediante una serie vista no hace mucho aquí, Motel Bates

Pero ni al guionista Evan Romansky ni al productor y desarrollador de la historia, Ryan Murphy, les ocupó demasiado seguir a la enfermera de la película al pie de la letra, les bastó su perfil sádico, agresivo, impositivo, que la llevó a hacer y deshacer con desmedida autoridad en el hospital de Salem, para construirle un pasado, en el que incluyen un dato que se advierte al final del filme, la aplicación terapéutica de la lobotomía, práctica que estuvo en boga en Estados Unidos hacia la medianía del siglo pasado, al punto que hubo un doctor que paseó por casi todos los estados con una especie de quirófano práctico para lobotomizar –cortar con un método brutalmente invasivo conexiones cerebrales– a quien se pusiera al alcance del punzón picahielo y el martillo.

A Romansky, y sobre todo a Murphy, les sedujo recrear la atmósfera del cine noir, más cercano a Alfred Hitchcock que a Fritz Lang y Robert Siodmak, con elementos que no eran explícitos en la época de oro de ese cine: secuencias escatológicas, incesto, homoerotismo y pulp fiction. Ninguna indagación policial, mucho terror para nada gótico. Personajes desalmados y estrafalarios porque sí –cuando le buscan la rosca sicoanalítica la serie comienza a debilitarse y cae en redundancias imperdonables–, como la millonaria señora Osgood, bajo la piel de una reinventada Sharon Stone, que deja su herencia a una mona que viste igual que ella; o el doctor Hanover-Baragán (el actor filipino Jon Jon Briones), émulo del siniestro lobotomizador Walter Freeman; o las veleidosas y estruendosas enfermera Bucket (Judy Davis) y hospedera Louise (Amanda Plummer); o el retorcido asesino serial Edmund Tolleson (Finn Wittrock) o la esquizofrénica víctima del racismo Charlotte (Sophie Okonedo, en un despliegue histriónico admirable). Ante tales desempeños, la Ratched de Sarah Paulson, fría e intensa, y su pareja (Cynthia Nixon, plagada de clichés) palidecen.

Las palmas son conquistadas por el uso de la paleta cromática de la fotografía, la suntuosidad de la puesta en pantalla, el desborde escenográfico, la utilización en el pórtico de la Danza macabra, de Saint Saëns, y la recreación y subversión de citas textuales de clásicos del cine negro. Al diablo si se rueda al fin la segunda temporada; la belleza deslumbrante y perturbadora, estéticamente perversa, nos ha atrapado sin salida.

Tomado de Granma

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