El respetado psicólogo Manuel Calviño debutó como profesor impartiendo clases de Física, una de las asignaturas que suspendió en el bachillerato.
Muchas historias habrá en las que el protagonista trueca lo sucio en oro. Pero la del profesor Manuel Calviño, que recién cumplió 65 años, es una que merece repetirse hasta el cansancio.
Detrás de una vida de éxito profesional casi siempre -para no ser absoluto- se esconde un fardo de fracasos. Los convencidos de que lo único pecaminoso de errar es que sea siempre en lo mismo, aprenden a pasar la página después de entender el para qué de una caída.
Con desenfado elocuente, el piscólogo que asociamos con el programa televisivo Vale la Pena, ha confesado en no pocas ocasiones que la Física fue una de las 21 asignaturas que llevó a mundial en el pre.
“A fines de los ’60, ya no recuerdo exactamente qué año, yo era un estudiante muy malo en el preuniversitario de El Vedado Saúl Delgado”, confesó sin prejuicio Calviño en un conversatorio en la Universidad de Ciencias Informáticas.
“Yo con 16 años era un muy mal estudiante, como correspondía. Pero tenía una ventaja competitiva para la época, que era muy buen músico… de oído, eso sí. Cantaba y tocaba la guitarra en Los Dadas, un grupo de música rock que en la época era bastante famoso”.
Por las mañanas en el aula, el rendimiento del entonces adolescente tendía a cero. Los Dadas se presentaban en el cabaret Copa Room del capitalino hotel Riviera.
“Hacíamos dos shows: el primero empezaba a las 11:00 de la noche y el segundo a las 02:30 de la mañana. Se imaginarán que a las 08:00 de la mañana en clases, menos yo, cualquiera”, expresó.
Su padre lo persuadió de que examinara las 21 asignaturas, y gracias al esfuerzo que hizo con las libretas y libros logró algo casi increíble: aprobó todas menos Física.
“Los profesores muy contentos porque ‘no pudiste’. Lamentablemente hay profesores con una cosa perversa (…) O digamos más auténticamente todos tenemos un lado perverso de ‘a este lo voy a matar’. Lo importante es saber que lo tenemos para tenerlo bajo control, y no dejarlo salir”.
La directora de entonces le preguntó que si iba a repetir todas las materias o solo Física, a lo que él le respondió con una interrogante: ‘¿Qué tengo que hacer?’ La respuesta de ella no se hizo esperar: ‘impartir clases en la secundaria en la que fuiste alumno’”.
El mandato de la autoridad educativa no fue una noticia halagüeña para él, pero mucho menos para el claustro y la dirección de la secundaria en la que había estudiado. No sería muy difícil imaginar a aquellos maestros poniendo el grito en el cielo.
Y por cuestiones del destino, la asignatura que le correspondió impartir al imberbe educando fue casualmente Física. “Si algo aprendieron aquellos muchachos yo no puedo dar mucha fe de eso”, dice con cierto matiz irónico, pero algo tenía muy claro: ellos no podían pagar sus culpas.
Fue por eso que estudió Física como nunca antes en su vida, y trató de hacerlo lo mejor posible: con mucho sentido de responsabilidad.
“Ese fue mi primer encuentro con la enseñanza, y la verdad que quedé prendido. Descubrí que me gustaba mucho enseñar, intercambiar con la gente y producir conocimientos y aprendizaje”.
Algún tiempo después, cuando ya era estudiante de segundo año en la Escuela de Piscología de La Universidad de La Habana, la directora lo llamó para decirle que debía asumir en primer año por la falta de profesores.
“Y recuerdo que era profesor de primer año, siendo estudiante de segundo. Y siendo estudiante de tercer año, y profesor de segundo, y así sucesivamente”.
Decir “vale la pena” en Cuba es pensar inevitablemente en Manuel Calviño. Tanto la ha repetido en el cierre de su programa televisivo de igual nombre, con varias décadas al aire, que tal pereciera que él la hubiera creado.
Cualquiera con ganas de minimizar podría pensar que estar apenas 12 minutos delante de cámara sería lo más sencillo del mundo. Pero todos saben -los televidentes y quienes han estado en algún set de televisión- que no es tan fácil como se piensa.
Más compleja aún es esa labor, si los 12 minutos son un soliloquio de temáticas que nada tienen que con el entretenimiento o la desconexión.
Estudiar al dedillo el guion y prepararse hasta la saciedad en el tema a abordar resulta insuficiente para llegar al punto que él escala con facilidad, que es comunicar. Un don que no tienen todos los humanos.
Hay quien es muy talentoso y esforzado, pero está incapacitado para despertar interés en el otro. No son pocos los entendidos en alguna materia que duermen a su auditorio. Ese no es el caso de Calviño.
Este Doctor en Ciencias es, sin duda alguna, un excelente comunicador, más allá de que él se sienta piscólogo las 24 horas del día. Con elocuencia y seguridad invita a meditar y revisar nuestra conducta ante determinada situación.
Amenidad no le falta, ni mucho menos rigor en lo que expone. Se vale del diccionario, de anécdotas personales -ocurridas en casa o en una cola-, cuentos de su padre, diálogos con sus colegas, correos electrónicos, etcétera. Apela a su experiencia para empatizar con la audiencia.
Quien lo hay visto frente a una cámara hablando de los más ásperos tópicos, habrá sido testigo de su fluidez y capacidad para fijar un concepto, incluso complejo, en la mente de quienes lo escuchan.
Al final de su exposición televisiva creo que hasta los más escépticos salen convencidos de que vale la pena tomar en consideración lo que comenta.
Desde adolescente veo ese programa. Confieso que de él he aprendido mucho. Una de las sentencias que recuerdo más a menudo es aquella que dijo hace algunos años: “en el único lugar donde ‘éxito’ va delante de ‘trabajo’ es en el diccionario”.
¿Será necesario preguntarle si aplica esa máxima en su vida profesional? Tal vez la respuesta la tengan sus alumnos de primer año de Psicología. Calviño ha manifestado que estos acuden sin falta a todas sus conferencias los viernes por la tarde.