Es muy difícil imaginar que Cecilia es Margot o que Feliciano es el sabio misterioso del filme Y, sin embargo. Tal hecho, aunque poco creíble, forma parte de la realidad porque Santa Cecilia, fabuloso texto de Abilio Estévez llevado al teatro por Carlos Díaz y a la televisión por Tomás Piard, ha sido interpretado por Osvaldo Doimeadiós, un actor total, el mismo que fue —y sigue siendo— la aplaudida Margot, nacida en el paradigmático programa televisivo Sabadazo.

Es muy difícil imaginar que Cecilia es Margot o que Feliciano es el sabio misterioso del filme Y, sin embargo. Tal hecho, aunque poco creíble, forma parte de la realidad porque Santa Cecilia, fabuloso texto de Abilio Estévez llevado al teatro por Carlos Díaz y a la televisión por Tomás Piard, ha sido interpretado por Osvaldo Doimeadiós, un actor total, el mismo que fue —y sigue siendo— la aplaudida Margot, nacida en el paradigmático programa televisivo Sabadazo. 

Este es apenas un ejemplo porque ¿acaso alguien puede imaginar al infeliz de Feliciano desempeñando el papel de una suerte de sabio loco encerrado, como en la opera prima de Rudy Mora? Pocos actores pueden ser tan dúctiles como para permitirse transitar con igual éxito en lo humorístico y en lo trágico. 

El 6 de abril del 2005 el dramaturgo y crítico Amado del Pino escribió: “Uso pocas veces el adjetivo excepcional. Me lo permito ahora para el desempeño de Osvaldo Doimeadiós en Santa Cecilia. Se juntan aquí sus conocidas cualidades de comediante y las menos valoradas dotes de actor dramático. Doime canta en registros diversos, elabora una suerte de danza entre trascendental y cotidiana, derrocha recursos desde el punto de vista gestual y de las gradaciones de su voz. Todo lo anterior está matizado por la sinceridad artística, una desnudez, una sinceridad dentro del alarde técnico, que se integra orgánicamente a la escueta cantidad de elementos sobre el escenario. Trae a la anciana centenaria del fondo del mar, la despliega como símbolo de una Habana de la memoria y nos enseña, de forma fugaz y pícara, su propio rostro moviendo los hilos de la magia”. 

Ese mismo hombre fue capaz de asumir con entereza la reorganización del Centro Promotor del Humor y, desbaratando prejuicios con sólidos argumentos, construyó una institución para agrupar y proteger a los humoristas. También ocupó por votación el noveno puesto entre los 150 miembros del Consejo Nacional de la UNEAC cuando artistas de distintas especialidades le reconocieron su valía en el sector durante el Sexto Congreso. 

Es, además, el jurado serio que conocí en la Asociación de medios audiovisuales y radio de la UNEAC analizando cada obra con sus compañeros, en un debate sensato para buscar calidad y justicia. Ese día, lo vi partir temprano porque debía recoger a uno de sus hijos no sé si en la escuela o en otro lugar. Y entonces habló de su familia y el poco tiempo e a veces le dedicaba. 

No e Margot, mucho menos Feliciano, era sencillamente Doime, un holguinero nacido en 1964 que a los cinco años decidió ser actor para asombro de familiares y vecinos. Muy pronto comenzó a trabajar en la radio de esa ciudad, según le confesó a Amaury Pérez Vidal en una entrevista en que afirmó: “me vinculé a la radio en Holguín desde que tenía, creo que siete años, siete años y medio y mi primera experiencia fue en una versión para la radio, de la novela Cumbres Borrascosas.” También expresó: “yo tuve una niñez bastante traumática, en el sentido de que estaba siempre enfermo, fui un niño extremadamente enfermizo (…) me dio tos ferina, escarlatina, rubéola, paperas, ¡de todo, de todo, de todo!; ¿qué no me dio?, para ahorrar tiempo. Y entonces yo creo que ese tiempo que pasaba ahí convaleciente lo aproveché en el sentido de que mi madre me enseñó a escribir, me enseñó a leer antes de ir a la escuela. Y yo creo que el estar ahí encerrado, esa manera de soñar definió que quería ser actor”. 

Luego de realizar estudios hasta el preuniversitario en Holguín, en 1982 matriculó en el Instituto Superior de Arte (ISA) en la especialidad de Actuación. Cinco años después terminó con Diploma de Oro y fue seleccionado el Mejor Graduado en la práctica pre-profesional. En el ISA fundó el grupo Salamanca que nació por casualidad cuando un grupo de estudiantes fueron a hacer chistes a la Casa central de las FAR. Gustaron y montaron varias piezas hasta que devinieron prácticamente en un grupo especial del “humor filosófico” como lo nombraban. 

Hace poco tiempo Doime trabajó en Miami, sin que le pudieran pagar un centavo por el bloqueo de EE.UU. contra Cuba, y allí encontró, según sus declaraciones, respeto y aceptación de sus personajes. Ofreció entrevistas, actuó, conversó con los amigos llevando su Cuba al hombro. 

Días atrás, cuando una periodista informó que Osvaldo Doimeadiós era ¡por fin! el Premio Nacional del Humor 2012 le di la razón. Hoy, al escribir estas líneas sobre mi coterráneo, pienso que con 48 años es uno de los premios nacionales más jóvenes de los distinguidos hasta ahora en las diferentes artes. Al enterarse de la noticia, Doime expresó: “Gracias, mi único interés es trabajar. El humor siempre ha sido parte de mí, creo que siempre seguiré haciendo humor como el primer día, acepto el premio porque veo un espíritu de búsqueda y seriedad en el trabajo del Centro Promotor del Humor y porque el humor es también parte de la paz que necesita el ser humano”. 

Lo próximo que se verá de este camaleón de la escena es Calígula, bajo la dirección de Carlos Díaz y seguro que pondrá su sello personal en el singular personaje. Los aplausos le llegarán de nuevo como cuando en Holguín, siendo niño, actuaba en Cumbres borrascosas, sin saber que con toda la seriedad del mundo aprendería a hacer reír y pensar a los demás.

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