Acaba de pasar el carro con las cenizas de Fidel. Estamos en la calle 23 esquina E. Creo que es la voz de Corina Mestre la que grita “Viva Fidel”, la misma que ayer como siempre, declamó en la Plaza de la Revolución para iniciar el homenaje póstumo a Fidel y sentí su bella, revolucionaria voz, casi rajada, al decir y “esto tiene un nombre, sólo tiene un nombre”…
Cerca está Abel, el Ministro de Cultura, el hombre que dialogaba (dialoga) con Fidel con respeto y a la vez con cariño. También Tony, con su niño en brazos, uno de los cinco hermanos que estuvieron en las ergástulas yanquis por luchar contra el terrorismo.
Veo a Lesbia Vent Dumois, la pintora, la mujer que con más de 80 años sigue siendo la primera en el trabajo de la Unión Nacional de Escritores y Artistas, UNEAC. Llega Luciano Castillo, el crítico de cine y hacedor de un excelente programa de la televisión.
Milton Díaz Canter, el corresponsal de guerra, en África va con su cámara filmando. Y Alexis Triana, hoy ejecutivo de cultura, ¡que lástima de periodista que se nos perdió! Manelo, y otros amigos y amigas, todos con los ojos llenos de lágrimas.
Pasa la caravana y todos nos quedamos estáticos. Ya, pasaron ¿sus cenizas? Digo mal la extraordinaria concentración de la plaza de ayer y esta despedida, me hacen sentir que la muerte nos ha devuelto a ese corcel del que habla Raúl Torres en su canción, ese poema que resume lo que sentimos los cubanos. Porque como se gritó ayer en la Plaza, Yo soy Fidel, entonces no son cenizas lo que acabo de ver, es luz la que nos debe llenar en este instante para seguir su obra, que soy yo y millones de hombres y mujeres, no sólo de Cuba, sino del mundo.