Estábamos en deuda con Rafael Taquechel un gran asesor de la Tv Cubana que falleciera recientemente. Por esas cosas de la vida no ha sido hasta hoy que reunimos de las manos de ADRIANA OREJUELA este artículo que nos ha entregado para ustedes
El Take, esa delicia de ser humano, fue mi amigo en el más genuino sentido de la palabra. Cómo era? Convoco a las plumas más diestras y aguzadas para describirle con algún acierto! Solo diré, que ninguno de mis pocos amigos cercanos son dados al convencionalismo y el apego a la norma, ni andan por estas tierras de dios desprovistos de la chispa luminosa de la irreverencia y la locura, rasgos que al fin y al cabo hablan de su infinita pasión por la vida y por cuanto de ella consigan exprimir sin miedo y sin tacha. Ahora bien, de todos esos espíritus buenos y bellos, desacatados y libres, El Take ha sido, sin duda, el poseedor de la personalidad más original. No albergo esperanza alguna de toparme con alguien igual o medianamente parecido en el resto del camino.
Hijo del líder comunista negro y, obrero portuario, Juan Taquechel López, El Take respondía al nombre de “Bruno” cuando militaba en la Juventud Socialista que, en su Santiago natal, contribuyó en los cincuenta a la lucha contra Batista. La estela del trabajo clandestino se pegó a su piel para siempre, de manera que las cosas más nimias de la cotidianidad, se convertían en hechos signados por el misterio. Sigiloso, salía de casa con su sempiterna mochila verde olivo. Era inútil preguntar hacia dónde encaminaba sus pasos. Horas después aparecía triunfante con los artículos más disímiles: un pollo en plena veda del pollo, cuatro libras de papas, un abrigo negro de cuero raído -que se ocuparía de restaurar a punto- para vender a un posible viajero incauto con rumbo a gélidos parajes, doscientas placas de bronce con sus marcos de madera que rotularía como suvenir de la primera visita de un Papa a la Cuba comunista, el libro que toda La Habana se afanaba en buscar sin éxito, una camisa para smoking comprada a precio de ganga, él, que nunca tuvo smoking, o un bendito televisor Panda chino, a color, que reemplazaba ¡por fin! el blanco y negro ruso. Todavía me preguntó cómo, ya muy enfermo, logró cambiar el juego de sala sin que ninguno de los pocos allegados, tuviésemos noticia. Nada permitía adivinar lo que esa incesante cabeza fraguaba, cosa que, estoy segura, le generaba enorme placer y por esa vía, la convivencia diaria era una constante sorpresa colmada de risa y de gracia.
Huelga decir que menudeaban sus reprimendas por mi falta de cautela y ese –según él- “hábito pernicioso” de contar mis cosas a todo el mundo. Ay mi Take del alma: rey de la suspicacia y el misterio!!! mi vida es un libro abierto!!! Pero ahora que no estás para consultártelo todo, prometo intentar hacerte caso. Lo prometo.
Take perteneció a esa generación esplendorosa que hizo la Revolución Cubana con sus propias manos, hecho que también habría de marcarlo no solo a él, sino a mí. Ojalá algún día vuelva la arcilla con que moldearon a la juventud de los sesenta. Una y otra vez le pedía repetir sus historias sobre los primeros años de la Revolución, cuando en Ciudad Libertad conoció al Che o cuando trabajaba en el Fondo de Bienes Malversados y por sus atónitas manos, y las de sus compañeros, pasaron las mil y una joyas de la alta burguesía cubana, sin que a nadie se le ocurriese sustraer un céntimo, o cuando la invasión a Playa Girón despertó un fervor nacionalista inesperado en la gente más escéptica. Sus relatos me transmitieron el espíritu épico de esos tiempos, más que ninguno de los numerosos ensayos leídos sobre el tema.
A propósito, pocos escritos acerca del proceso revolucionario, profundizan en la enorme cultura acumulada por la generación del Take, que asistió al milagro de ser conducida por un liderazgo que tuvo la voluntad política seria, de poner al alcance de todos lo mejor del arte y el conocimiento. De repente, ser culto se puso de moda y para alternar se imponía leer mucho y de calidad, conocer el cine italiano, francés o polaco, manejar con solvencia las corrientes estéticas de la plástica y asistir al ballet y al teatro. En cuanto a la música, el exquisito gusto del Take iba de Sindo Garay o Matamoros a Ella Fitzgerald y Stravinsky con total fluidez, aunque no hubo fiestón en su casa que no terminara con una conga santiaguera, que evocaba, nostálgica, las su barrio San Pedrito.
El refinamiento del espíritu iba de la mano con una profunda apropiación de la historia cubana y universal, que derivaba en la elaboración de juicios en clave política acerca del presente, anclados en bases muy firmes. Es decir, en la contundencia inapelable de los hechos. En tal sentido, los análisis del El Take eran asombrosamente lúcidos y visionarios.
¡Cuánta cabeza anda por el mundo totalmente perdida por falta de noción histórica! Indigestos de presente, y presas dóciles de la engañosa “inmediatez informativa”, no dedican tiempo a mirar hacia atrás para atar cabos y comprender quién mueve las fichas y para qué las mueve!
En virtud de esa claridad meridiana sobre los procesos históricos, pese al talante crítico que nunca le abandonó y no obstante enfrentar roces de alguna envergadura con comisarios políticos extremistas en los setenta, El Take jamás extravió el rumbo y mantuvo una coherencia sin titubeos. Era marxista. Era inteligente y culto. Era, además, leal a sí mismo y a sus ideas, pero sobre todo, era cubanísimo. Siempre recordaré con ternura, cuando durante una de sus visitas a París, ciudad que le deslumbraba, escribió para contarme lo mucho que extrañaba la ventana rota de su terraza habanera.
Debo a mi estrecha relación con El Take la incorporación de algunos conceptos esenciales y de una utilidad sin nombre: en primer lugar, que las revoluciones no son perfectas ni infalibles como quisiéramos y que yerran con frecuencia; segundo, que flaquísimo favor hace a estos procesos la ausencia de una crítica que contribuya a enderezar el rumbo para no seguir corriendo la arruga o pretender que no existe y, por último, que perder de vista quién es el enemigo principal, es tan peligroso como no tener clara cuál es la posición que se ocupa en la escala social, so pena de terminar por asumir el lamentable y pueril papel de respaldar al adversario histórico de la propia clase a que se pertenece.
Con esa cabeza aguda e impredecible en perenne maquinación de entuertos, su vasta cultura, el don de la palabra, ese sentido del humor criollísimo y espontáneo para encajar los apodos más precisos y simpáticos, la agilidad mental con que disparaba al instante sus ingeniosas saetas cuando se sabía punzado, “su espadita de cartón” y su impecable galanura, andaba El Take por La Habana alebrestando corazones a diestro y siniestro. Rendirse a sus encantos no suponía esfuerzo alguno. Yo caí rotunda, además porque abría la puerta, daba la mano, corría la silla y pagaba la cuenta. Debo subrayar que su noción del amor jamás conoció la fidelidad, de tal suerte que el inatrapable galán santiaguero vióse en numerosas ocasiones en trance de perder la vida a manos de un iracundo, cuando no recibió arañazos o mordiscos, sin contar las veces que logró escapar de encerronas de variopinta laya, como aquella memorable oportunidad en que una dama lo acechó encaramada toda ella en la rama de un árbol, desde donde se lanzó a su paso para caerle encima con saña. A partir de entonces, la intrépida fémina sería recordada como “la ninja”.
Desde el inicio de nuestro encuentro a mediados de los noventa, puso en mis manos decenas de libros reveladores e instaló en mi la indignación al descubrirme temas como el problema palestino, la amenaza del sionismo, el prejuicio racial que se resiste a ceder o las consecuencias de la heroica revolución de Haití, entre muchísimos otros, además de enriquecer mi forma de ver el cine. Sin embargo, he de confesar que no obstante su insistencia y el andamiaje teórico empleado para convocarme, no logré apreciar cuanto él encontraba de excepcional en las películas del Oeste. La culpa es de Bonanza, serie de cowboys americana que ocupaba casi toda la tarde de los domingos lluviosos y grises de la Bogotá de mi infancia, soporífera combinación que nunca he conseguido separar.
No olvidaré mientras viva, ese “gástatelo todo” con el que me torturaba día tras día al llegar de su trabajo en el ICRT, mientras yo escribía en su casa El son no se fue de Cuba.
Siempre me va a conmover el tamaño de su embullo al percibir que finalmente, luego de una década, lo de redactar mi investigación iba muy en serio. Su látigo diario se encaminaba a dar en el clavo con la estructura que yo no lograba encontrar y, sobre todo, a que volcara toda mi capacidad y la mayor cantidad de información posible, sin reservarme nada. Yo había realizado una indagación minuciosa y el libro debía dar cuenta de ello y ser escrito con rigor, rigor y más rigor, me repetía insistente. Le asistía la razón, pues ya a esa altura, el postergado libro era una entelequia objeto de cierta mofa en el medio, de tal suerte que terminarlo, se había convertido para él, en una cuestión de honor personal. Revanchista y buen amigo a morir, en realidad soñaba con el día en que quienes se divertían en corrillos a mi costa, tuviesen que tragarse la lengua, por decirlo suave y no tan grueso como él lo expresaba en buen cubano.
Ese día llegó en la Feria del Libro de 2006 y El Take lloró de emoción en la Fortaleza de La Cabaña, en donde bajo colosal aguacero presenté el ensayo. Había sido vengado, pero más que nada se alegraba con alegría legítima por mí. Take sintió mis logros como suyos y eso solo se da en quien sabe querer “de a de veras”; quien en últimas pertenece a “la aristocracia del corazón”, categoría que debemos a la sensibilidad de Octavio Paz.
Qué manera de acompañarme! Qué manera de quererme! Qué manera de ser feliz en esos días sin noches en estado creativo con semejante lujo de cómplice y guía!
Sí. El Take era mi amigo y cuando conversaba con él podía soltarlo todo en apretujo y sin orden ni concierto, como si estuviese hablando conmigo misma y me entendía a la perfección porque amén de conocerme, me intuía. “Te veo venir”… solía decirme! No era necesario morder mi lengua, ni había entre nosotros temas vedados y aunque discutíamos agriamente, me fascinaba todo él y no estaba dispuesta a perdérmelo.
Conocerle fue sin duda, no solo de los mejores regalos que haya recibido, sino que su impronta ha sido honda, estructural y perdurable en muchos aspectos decisivos de mi vida, entre otras cosas, porque nunca imaginé que se pudiera tejer con otro ser humano una relación tan bella y entrañable.
No quiero olvidar jamás que compartí un largo trecho con ese hombre sincero, de donde crece la palma; extraordinariamente original, coherente y sensible que fue Rafael Taquechel Hernández, El Take, personaje único y delicioso que celebraré y amaré para siempre por el solo hecho de ser y por haber llenado mi existencia de tantísimo sentido y alegría.