Del mismo modo que persigo los filmes de Marlon Brando, veo los de Meryl Streep. Y lo hago entre otras cosas por ser, después del actor de actores (Brando, por supuesto) la segunda seleccionada en la actuación por cien artistas de Iberoamérica, que escogieron a los 100 mejores intérpretes del cine de todos los tiempos.

De ahí que cuando supe hace unos días que Meryl estaría en el filme El mensajero del miedo, transmitido por la televisión, me aseguré de estar bien despierta, porque la actriz más nominada en la sucesión de Oscars (ha ganado tres) y en los Globos de Oro, que son solo algunos de los múltiples premios que le han conferido, compartiría el filme con Denzel Washington, todo un regalo para los ojos.

Confieso que desconozco si ya la TV cubana había transmitido la cinta estrenada en el 2004, y no tenía idea alguna de qué trataba. Primero fue el asombro y luego el interés de cómo terminaría el remake de un filme homónimo rodado John Frankenheimer, pero con una relectura fílmica adaptada a la época actual.

Ahora no se habla de la Guerra de Corea, sino de la del Golfo, en vez de hipnosis los soldados son manipulados por la tecnología, y se enfoca hacia poderes corporativos que podrían hacer de un presidente norteamericano un títere (¿está muy lejos de la verdad?).

El Mayor del ejército de los EE.UU., Bennett Marco (Denzel), tiene pesadillas y por ráfagas le llegan hechos en los se vio involucrado durante la Operación Tormenta del Desierto. Cree recordar el heroísmo del sargento Raymond Shaw (Liev Schreiber), con medalla de honor y todo, hasta que la imagen de Shaw asesino le llega y comienza a denunciar ese hecho. Pero “el héroe” es hijo de la senadora Eleanor Prentiss Shaw (Meryl) que quiere a toda costa llevar a la vicepresidencia a su vástago. Para conseguirlo no descarta ningún procedimiento y de nuevo me deslumbró el poder camaleónico de esta actriz que se desempeña bien como monja, judía sobreviviente del Holocausto, contradictoria madre de un niño que deja y luego reclama, amante de África o Dama de hierro.

Con bien llevados 63 años, un esposo con el que tiene cuatro hijos y una granja apartada de la prensa y los cotilleos de Hollywood, Meryl confiesa que actuará mientras la llamen y, desde luego, le interesen los personajes a los que les pondrá piel y corazón.

Donante de más de un millón de dólares a organizaciones benéficas o escuelas, la actriz realiza estos actos de forma discreta, como lleva su vida hogareña, que parece ser la más estable del apetecido y a la vez torturador Hollywood, que entre alcohol, drogas y enredos periodísticos construye o destruye a cualquiera de sus estrellas.

Con una sólida formación académica, incluida la musical, Meryl ha podido dominar y brillar en todos los géneros. Se dice que es adorada por sus compañeros de rodaje por lo segura que siempre se presenta.

Defensora de la mujer, ha dicho que “en Hollywood no nos respetan, aunque parte de la culpa la tenemos nosotras”. Enemiga de la discriminación racial, se considera una liberal partidaria de los demócratas, a los que no deja de reprochar cuando lo considera necesario.

Algunos críticos han dicho que El mensajero del miedo, de Jonathan Demme, con una buena fotografía, resulta atractiva por la presencia de Denzel y, especialmente, de Meryl. Lo mismo sucedió con Los puentes de Madison y Afríca mía, en las que la actriz les robó los papeles protagónicos a Clint Eastwood y Robert Redford respectivamente.

Hay razón para tales apreciaciones, pero en otro año electoral en EE.UU., bien vale ver este filme que más que ficción parece un reflejo retocado de la realidad. Y de nuevo, bien por Meryl, la actriz que ha hecho historia sin remover escándalos en el maravilloso y a la vez impredecible mundo del cine.

 

 

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