Valoraciones sobre el programa Historia del Cine y los valores de contenido, dramatúrgico, estético, que deben ser cultivados en ficciones llevadas a las pantallas en cualquier soporte

¿Por qué nos alegran, hacen sufrir o inspiran otros muchos sentimientos, filmes concebidos y llevados a la pantalla en el siglo pasado? ¿Son importantes para jóvenes realizadores? ¿Aportan sugerentes visualidades en la era de Internet y de las complejidades tecnológicas? Estas, entre otras interrogantes, motivan reflexiones sobre la necesidad de conocer historias y la complejidad de personajes diversos que se sustentan como materia creativa para indagar en las posibilidades de la imaginación; forjan el aprendizaje y las destrezas al contarlas a públicos –devenidos usuarios–, quienes construyen discursos propios en dependencia de sus necesidades, gustos, expectativas e intereses.

En tales sentidos, un rico universo revela el programa Historia del cine (Cubavisión, lunes, 10:30 p.m.) que durante cinco decenios ha llevado a la pequeña pantalla clásicos de renombre internacional, tendencias y estéticas de quienes hacen posible la revelación del arte fílmico desde diferentes manifestaciones creativas.

El espacio da fe de su vigencia a partir de la antigüedad renovada mediante la presentación y el despliegue de informaciones constantemente actualizadas.

Estos motivos deben inspirar a guionistas y directores de menos edad que no siempre son conscientes de la importancia de los clásicos. Para transgredir maneras de contar resulta preciso conocer lo sedimentado, pues la experimentación es un valor cuando constituye una necesidad expresiva. No basta el intento de decir algo nuevo, hay que resignificar la construcción de lo real.

Los aportes de críticos reconocidos han permitido sistematizar valoraciones en profundidad, las cuales son indispensables para nutrir la cultura y analizar calidades interpretativas.

Los planteamientos en las narrativas fílmicas no son un mero instrumento pasivo en la construcción del sentido en imágenes, palabras, diálogos, puestas. Estas nunca son inocentes, tienen connotaciones en procesos sociales, conflictos políticos y estructuras económicas.

En un mundo interconectado, si bien el medio televisual no es el único responsable del enriquecimiento cultural de las mayorías, mucho puede hacer por él.

A propósito de estos asuntos, durante el homenaje recibido en un pasado Festival de Cine, la primera actriz Mirtha Ibarra comentó a BOHEMIA: “Nunca olvido el pensamiento de Tomás Gutiérrez Alea. Alea, quien iluminó mi vida profesional y personal cuando decía: el realismo del cine no está en su presunta capacidad para captar la realidad tal como ella es, sino en revelar, a través de asociaciones y relaciones de diversos aspectos aislados de la realidad, la creación de una nueva realidad”.

Sin duda, cada texto audiovisual lleva implícita una teoría filosófica, que debe ser desentrañada de él, refigurada dentro de un corpus general. La inteligencia lectora jamás puede faltar ante contenidos, moralejas y fábulas que alcanzan su clímax en narraciones concebidas para explorar las complejas dimensiones de actitudes y afectos en los seres humanos.

Ningún artista debe tomar los conflictos cotidianos y las referencias a otras épocas para copiarlos, sino con el propósito de apropiárselos desde la visión de maneras propositivas inéditas. La libertad creativa de cada uno propicia perspectivas que trascienden los ámbitos cinematográficos y literarios, así como el hecho de hallar inmanencias de textos icónicos o verbales.

De ningún modo es un secreto que las artes suelen fecundarse unas a otras mediante las incitaciones de los niveles temáticos, estéticos y expresivos. Aprovechar todas las señales, lo aprehendido, la valía de las no tan nuevas tecnologías y los saberes ancestrales propicia explorar el arte en toda su dimensión.

TOMADO DE BOHEMIA

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