La televisión cubana, pionera en el continente, tiene en su historia la indeleble huella de arriesgadísimas trasmisiones en vivo. Esta atrevida y urgente manera de hacer nos legó la formación de equipos de trabajo que crecieron, superando con talento, la tecnología de la época.

Evocando esos años nos abrazan las personalidades de figuras relevantes de la animación en Cuba: Germán Pinelli, Consuelo Vidal, Eva Rodríguez, entre otros nombres imprescindibles. Ellos se erigieron por derecho bien ganado en paradigmas de ese género considerado como: “El escalón más alto de la locución y de la actuación” como refiriera el maestro, referente de este género: José Antonio Cepero Brito.

 El desempeño de estos animadores nos fue sembrando valores y sentimientos que iban más allá del contenido de sus programas. El pueblo aprendió a quererlos, y los extraña.

Consuelo Vidal, nuestra inmortal Consuelito se reconocía así: “…Yo soy, sobre todo, animadora”.

Sin pretender enumerar las posibles causas de la epidemia de trasmisiones grabadas en todo el Sistema de la Televisión en Cuba, una sencilla mirada a nuestras parrillas de programación aporta datos contundentes. La mayoría de los programas se graban.

Esta fórmula, asumida desde la llegada del video tape, limita el crecimiento de los profesionales de la palabra, y retarda la experiencia en el oficio.

Pareciera que estudiar el guion, hacer un eficiente trabajo de mesa, leer con adecuada entonación el Teleprónter, e incorporar con naturalidad preguntas y acotaciones preconcebidas, o frases escritas por otros, hacen el camino del comunicador. Perdemos el efecto convincente de una auténtica personalidad, el intercambio de emociones, la alegría y el estremecimiento.

Duele la ausencia casi absoluta de la interactividad que solo se consigue desde la animación de programas en vivo, que tengan al público como principal protagonista.

¿A dónde hemos relegado esa fórmula de probados efectos?, ¿por qué buscamos en televisoras extranjeras las simpatías de animadores que responden a intereses que difieren del proyecto social cubano?, ¿cómo poner a prueba el talento de quienes hoy muestran carisma y profesionalidad en el limitado rol de presentadores-entrevistadores?

En Cuba, los cursos de habilitación para locutores insisten en el dominio y respeto de la técnica, en el conocimiento del aparato fonatorio, y las condiciones naturales.  Se suman a estos, otros contenidos de cultura general, y asignaturas que cumplimentan un programa muy bien pensado, pero que no profundiza de igual modo en todas las especialidades de la locución.

Se agrava el asunto con las limitaciones materiales y el factor subjetivo que tanta pesa en la aprobación de nuevos proyectos (temor al riesgo, facilismo, falta de creatividad) a todas ellas debemos enfrentarnos los colectivos y las estructuras de dirección. Ningún freno debería justificar la insatisfacción de nuestros públicos.

Los locutores tenemos que ser protagonistas del reclamo porque existan programas que nos exijan crecimiento, y que posibiliten practicar la técnica, desarrollar aptitudes, y hacer feliz a la teleaudiencia.

Trasmitir sentimientos, apoyar, entretener, alentar, animar, son facultades que le atribuimos a los buenos amigos casi siempre muy próximos y en tiempo real. Si asumimos que la televisión debe ser tan auténtica como la propia vida, devolvámosles a nuestras pantallas esa especialidad que en Cuba está casi en extinción: La animación de programas en vivo y con público.

 

 

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