A la telenovela cubana se le pide demasiado a veces: se le pide ser entretenida pero profunda, audaz pero prudente, apasionada pero con los pies en la tierra y fundamentalmente, que agrade a todas las audiencias por igual. Coincidiremos con que tales exigencias están muy lejos de cumplirse, aunque nuestros guionistas y directores se empeñen en acercarse a un modelo de melodrama más dúctil, por momentos pretensioso; porque pensar que un platillo satisfaga todo “apetito” representacional es querer que el olmo de peras.

Sábados de gloria, la actual telenovela en trasmisión, en esa vocación “integradora” de nuestro culebrón criollo, ha tomado para sí un sinfín de fórmulas y recursos dramáticos, que por momentos recuerdan a las más clásicas  telenovelas, pero en otros deja entrever notables rasgos de géneros como las series o las sitcoms.

Esto en principio no es un defecto; la experimentación siempre ha sido una constante del género, pero dejarse arrastrar por códigos más realistas sin encontrar el equilibrio, da como resultado híbridos raros, en donde se suele tambalear algo imprescindible: la estructura.

Jorge Luis Sánchez, en su debut como guionista, concibió una historia deliciosa y entrañable de tres amigas hermanadas por la vida y sus avatares. Solo bastó un capítulo para que toda Cuba empatizara con Rita, Omara y Karelia. La química de estas tres mujeres, sus relaciones familiares y amorosas, los entornos profesionales y esas pequeñas pruebas que a todos nos toca, han hecho que Sábados de gloria conecte con el público, guste, y que se le perdone ese uso y abuso de la fragmentación de las escenas, el marcado tono episódico de casi todos los capítulos y la escasa duración de los mismos. 

Cuando se escribe bien, hasta el más fútil parlamento reluce, y Sánchez es un guionista preciso, casi un encantador de serpientes, pese a que en lo personal, la elección de un protagonismo coral me parece más efectivo en géneros realistas, algo que la telenovela no es. Sus diálogos están provistos de ingenio, picardía e intelecto.  Pero una novela no se escribe una vez, sino dos y hasta tres, y esas nuevas escrituras no son competencia del escritor. La dirección y las diferentes especialidades que intervienen en el proceso terminan por redondear o deformar la obra. 

Aunque Tamara Castellanos guía con una precisión de orfebre el trabajo actoral, se escapan de sus manos muchos elementos técnico-artísticos que hacen de Sábados de gloria una obra regular; eficaz comunicacionalmente pero sin vuelo.

Hay decisiones de puesta en escena que rayan en lo pedestre, lo básico. La cámara, ese recurso expresivo tan determinante en un audiovisual, aquí se limita a hacer el rol de ventana de una historia atractiva y poderosa. Muy poco es el movimiento, la diversidad de planos y el sentido espacial. Cierta sensación de claustrofobia se respira en prácticamente todas las escenas, tanto en interiores como exteriores.

La edición fragmenta hasta la saciedad escenas que fluirían mejor de corrido. Y digo la edición porque es imposible que un guionista se permita “machetear”  a diestra y siniestra su propia obra. Cuatro alternancias en una escena resulta algo inconcebible y anti-dramatúrgico.

El sonido directo, como en anteriores propuestas, vuelve a ser caótico, carente de pulcritud. Aun es una  deuda pendiente en nuestras telenovelas la elección de locaciones donde haya un mejor control del ruido ambiente. Ya que filmar en exteriores se ha vuelto la única salida, hay que encontrar mejores estrategias de rodaje para que la experiencia sonora sea más agradable y legible.

Uno de los grandes aciertos de Sábados de gloria está en la elección de casting. Tamara Castellanos, secundada por Ernesto Fiallo, tuvieron muy buen tino al escoger el elenco. Las tres actrices protagónicas bordan con hilos de oro sus roles, construyendo una química en escena bastante atípica en producciones que se hacen con mucha prisa, sin tiempo real para construir atmósferas.

El regreso de Thaimí Alvariño a las telenovelas luego de tantos años ha sido uno de los mayores regalos para el público cubano. Omara llega a Thaimí en un momento de madurez interpretativa, donde el conocimiento de su cuerpo y su ritmo interno, le permiten ser orgánica y a la vez mantener ese cuidado en el decir, que muy pocas actrices conservan. Omara es un torrente de emociones, 

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