Estos días de marzo me invitan a hablar de ella, a intentar retratarla con palabras que, aun siendo muchas, nunca serán suficientes para abarcarla en su inmensa y absoluta dimensión de mujer periodista.
Estos días de marzo —ya sea el ocho o el catorce— le pertenecen por derecho propio a esa mujer nombrada de mil maneras, a quien basta llamarla compañera o colega en todas las faenas, tanto hogareñas como profesionales. Faenas sin tiempo ni espacio, porque la mujer periodista no reconoce límites cuando se trata de su labor, allí donde esté y cuando sea necesario.
Es ella quien no escatima esfuerzos ni mide sacrificios para cumplir, día tras día, con su deber al pie de su familia y honrar, con entrega cotidiana, la vocación de servicio que define su condición de trabajadora de la prensa cubana.
Es ella, con múltiples rostros y cualquier edad, quien inspirada en la doctrina martiana unge con la miel de su cariño cada obra que emprende y confirma con sus actos cuánto tiene el periodista de soldado.
Es ella quien consagra su labor a nuestros medios de comunicación y, tras preparar la primera colada de café y anudar pañoletas, parte al encuentro de un colectivo obrero, artístico, deportivo o científico para divulgar sus méritos.
Es ella quien, luego de enfrentar los riesgos de cubrir un incendio, un huracán o un sismo, regresa a casa con el peso del dolor ajeno sobre los hombros, pero aún le quedan fuerzas y amor suficiente para hacer magia en la cocina y revisar tareas escolares.
Estos días de marzo —el Día Internacional de la Mujer y el de la Prensa Cubana— me invitan a hablar de ella, porque sin esa mujer de tantos nombres, rostros y edades, que es también periodista, estarían incompletos los hogares de Cuba y no serían tan inexpugnables nuestras trincheras de ideas.