Las voces autorizadas de la canción de contenido social en nuestro continente, jamás han claudicado de sus principios a riesgo de su propia vida

La formidable intérprete Nacha Guevara. Foto: Tomada de cronica.com.ar

En cierta ocasión, el cantante español Alejandro Sanz publicó en su Twitter la carta que le enviara a Hugo Chávez para que lo autorizara a tocar en Venezuela como cierre de su gira por Latinoamérica. Lo que hizo que la petición se convirtiera en un suceso tristemente mediático fue el ofensivo tono utilizado por Sanz al compararlo con un sanguinario tirano como Pinochet, cuando le aseguró que el concierto solo podría tener lugar en ese país, si Chávez como su presidente, le prometía que no les pasaría nada a él, ni a sus músicos ni al público asistente.

En la respuesta ofrecida por Chávez, encontramos planteamientos que adquieren plena vigencia en los tiempos que corren por la pretensión del mercado a hacernos creer que el fundamento de las canciones con mensajes de denuncia social se ha disuelto entre la banalidad de la

música de moda.

Si bien Chávez comienza preguntándole a Sanz si no le daba vergüenza solicitarle permiso para ir a cantar en Venezuela, a la vez que le aconseja que busque información acerca de la trayectoria de aquellos músicos latinoamericanos que, verdaderamente comprometidos con sus pueblos, jamás pidieron permiso para hacer denuncias y, por tal motivo, se vieron obligados a abandonar sus respectivos países al ser amenazados de muerte.

Chávez le ofreció una relación de nombres de relevantes personalidades, no mercachifles panfletarios de ocasión, sino artistas dueños de una dimensión tal que nada más de pararse en los escenarios ya convencían por la rebosante autenticidad que los arropaba, como sucede con Don Atahualpa Yupanqui y Mercedes Sosa, quienes fueron obligados por la junta militar argentina a exiliarse en Europa. 

Con una situación similar se encontró la formidable intérprete Nacha Guevara, a quien le explotaron una bomba en uno de sus conciertos, o el caso de León Gieco, el prestigioso compositor de Solo le pido a Dios, cuando un general le puso la pistola en la sien para amenazarlo con que lo mataría la próxima vez que cantara en un recinto universitario.

En esa respuesta, Chávez no olvidó el exilio al que fueron forzados reconocidos intelectuales uruguayos como el cantor Alfredo Zitarroza, con su inolvidable Violín de Becho, o un poeta como Mario Benedetti. Por supuesto, para alguien con un compromiso social como el del cantautor Víctor Jara, a quien la dictadura fascista chilena le cortara las manos y lo acribillara a balazos, está reservado el honroso respeto que merece su memoria.

Para concluir, el presidente de la República Bolivariana de Venezuela le hizo una serie de recomendaciones al cantante como para que se inspirara en componer canciones que denunciaran los miles de muertos en Irak como consecuencia de la invasión de Estados Unidos, lo mismo que sobre la seria hambruna que padecen países africanos o acerca de la desnutrición infantil en Latinoamérica.

En definitiva, después de semejante respuesta se impone recordar que las voces autorizadas de la canción de contenido social en nuestro continente, jamás han claudicado de sus principios a riesgo de su propia vida. 

TOMADO DE GRANMA

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