Para Kristell Almanzán, la preparación del personaje, la profundización en su mundo interior, garantiza parte del éxito de la puesta en escena
La telenovela Tierras de Fuego, que por estos días ha suscitado numerosos comentarios del público cubano, arribará este mes a la centena de capítulos y, con ello, a su final. Sobre las vicisitudes y peripecias del proceso de filmación, la elección del actor en el protagónico de Ignacio y su desenvolvimiento, conversó el Portal de la Televisión Cubana con el carismático Kristell Almanzán.
-¿Por qué escogiste el papel de Ignacio? ¿Fue una decisión tuya o te fue encomendado?
-El tema es neurálgico, pues lo he contado en varias ocasiones. Todo empezó cuando me enteré, fuera de Cuba, de que existía una novela en producción, dirigida por Miguel Sosa. Siempre hemos mantenido buenas relaciones desde Los tres Villalobos, donde trabajamos juntos, en ella también trabajé con Carlos Luis, Laura Mora, es decir, algunos personajes de aquella serie que ahora repiten en la novela. Al regresar a Cuba contacte con Miguel y él me dio una respuesta positiva para trabajar juntos, dijo que existían personajes con los cuales podría identificarme.
“Escoger se me hizo un poco difícil, pues influyen aspectos que a veces te hacen repensar en cuál deberías escoger realmente; en esto la opinión del director resulta muy importante. Imagino que después él llegue a un consenso junto a sus productores y el equipo de realización y tome la decisión. Creo que existen dos tipos de directores, los más democráticos y los más férreos que dicen tener la última palabra siempre. En los dos creo. No sé qué tipo de director será Miguel en ese sentido con su equipo de trabajo”.
“Al final, me dio los guiones, como a muchos actores, eran cerca de diez o doce. Leí partes de todas las historias y, para serte sincero, el personaje que me cautivó fue Ignacio, por lo menos en su presentación”.
-¿No quisiste ser otro que Ignacio?
-(Risas) Me encantó el personaje en los diez primeros capítulos de presentación, no me importó que fuera un protagónico, me gustó la historia y el conflicto que traía. A partir de ahí empezaron los ensayos y, al final, creo que el director escogió.
-¿Te adaptaste fácilmente?
-No, me compliqué muchísimo porque reconozco que a veces uno peca de ingenuo y descuidado, y este tipo de trabajo, específicamente, requiere de mucha observación, experiencia, no solo a la hora de actuar, sino también para conocer al ser humano, lo más importante.
“Pienso que fue un error pensar que era un trabajo fácil. No existe ningún personaje, protagónico, secundario, ni de reparto, si está bien hecho, resulte fácil realizarlo. Pero, al final, hice un esfuerzo doble y salió el resultado, a las personas les ha gustado y me siento satisfecho”.
-¿Cuánto hay de ti en Ignacio?
-La actuación es una cosa muy personal y parte de la experiencia vivida, si no la has vivido requieres de mucha observación de la realidad y el criterio de otras personas que sí la han vivido. Si no, pues parte de tu imaginación. Entre nosotros existen bastantes puntos coincidentes, pero también somos diferentes. El trabajo del actor radica en tratar de encontrar dónde están esas diferencias para obtener mejores resultados.
“Existen en la actualidad situaciones usuales que a veces pienso cómo las resolvería Ignacio, hasta ese punto ha llegado el personaje. Creo que tenía que llegar a mi vida. Después de él, en el plano espiritual y profesional crecí enormemente y me satisface pensar que a lo mejor he hecho cambiar para bien a otras personas”.
-Ignacio se presenta como una persona decidida a hacerlo todo por el amor que le ofrenda Isabel, sin embargo, con su hijo, se nota algo distante, frío…
-Me encantan los muchachos, trasmiten una paz y una sinceridad difícil de encontrar en los adultos. El hecho de que Ignacio luchara por el amor de Isabel, no quiere decir que sea mal padre, al final tenía que encontrarse a sí mismo y, de esa manera, ser mejor padre.
“Contradictorio y difícil de entender, es verdad, que por una parte está quebrando una familia, la conformada por Miriam y su hijo, pero por otro lado está luchando por regresar a su esencia, su mundo, que fue siempre el campo, y a las experiencias que recuerda, como bañarse en el río, guataquear un surco, ordeñar una vaca… en fin, la vida del guajiro y el campesino en realidad.
“Ahora bien, en la historia de la novela me pareció que debían aparecer más escenas de amor con mi hijo y con Isabel, porque al público le pueden resultar distanciados. Mientras más sublimas ese amor, más interesante deviene el conflicto principal.
“No digo que la novela hubiese sido mejor por eso, pero yo me hubiera sentido más cómodo si se hubiera profundizado un poco en la relación que él tenía con su hijo en la Habana, en la mantenida con Miriam, que muchas veces sentí que cojeaba un poco. Lo de Isabel también era muy importante, porque esto es un amor de telenovela y, como dice la palabra, es la pareja protagonista y la gente está ávida de ver este tipo de escenas con romances, sutilezas... Desde mi punto de vista eso le daría un vuelco total a la historia”.
-¿Realmente has vivido en el campo?
-No, excepto en las escuelas al campo y a veces cuando era niño que iba a pasar unos días a casa de los parientes, porque aquí el que más o el que menos tiene un familiar en el campo. Ese entorno posee una magia muy particular, representó para mí una vivencia extraordinaria, tengo muy gratos recuerdos. Allí se siente otro tiempo, otro ritmo, es una manera diferente de visualizar el mundo y eso hay un montón de cubanos que no lo saben.
“Tratar el tema de la emigración interna es un punto álgido de la novela, muchísimas personas no nacidas en la capital ya forman parte de ella y cumplen grandes responsabilidades en la dirección y seguridad de nuestro país. Hace falta que la gente trate a estas personas desde un punto de vista más nacional y menos regionalista, al final todos somos cubanos”.
-¿Existe algún lugar en Cuba llamado Palmarito?
-La referencia que tengo es que existe un lugar llamado así en Granma, y otro cerca de Santa Clara, me lo dijo una señora en una conversación, pero no sé nada más.
-¿Te sientes reconocido públicamente por tu actuación en la novela?
-Totalmente, la opinión de la gente es muy favorable. Eso también tiene que ver con el público cubano, que es único, pues desde un niño hasta un anciano te reconocen y aplauden cuanto haces.
-¿Suficiente el tiempo que tuviste para preparar el personaje?
-Sí, aunque el mecanismo de producción para hacer televisión no es igual que el del teatro; y eso fue algo difícil para mí de advertir. El estudio que haces para crear un personaje de televisión, si tienes herramientas para construirlo desde el punto de vista teatral, se te hace mucho más fácil que dejarlo solo al instinto o al background que trabajes de manera autodidacta.
“Hubiera mejorado mucho el personaje si hubiera observado mejor al guajiro en su mundo interior, digamos su manera de coger el azadón, de trabajar la tierra, de tomar su taza de café, los detalles y agudezas que le dan criterio al personaje”.
-¿A quiénes no dejarías de agradecer en tu carrera?
-A Miguel Sosa, a mis profesores del Instituto Superior de Arte (ISA) de Holguín y de La Habana, y a los amigos que siempre han estado en las buenas y en las malas.