El escritor estructuró dramatúrgicamente sus Escenas Norteamericanas, relatos que aún hoy captan la atención del lector

José Martí, nacido el 28 de enero de 1853, “filmó” sus escenas norteamericanas años antes de que los hermanos Lumiére iluminaran al mundo con su linterna mágica.        
Al leer esas crónicas, pareciera que se trata de un guión cinematográfico, cargado de secuencias y personajes que imprimen un ritmo intenso y verosimilitud al relato.           
Si uno analiza con detenimiento aquellos extensos textos, puede advertir cómo el agudo periodista captaba la vida norteamericana y la convertía en crónica de carne y hueso.En sus escritos se advierte que desempolvaba diarios y libros en largas horas de estudio. Contrastaba fuentes de información para ofrecer los distintos ángulos de la verdad de Estados Unidos.

Entre locomotoras, puentes y estatuas, reportaba sobre el espíritu de aquel tiempo moderno. Desde el Norte escribía para el Sur. Cada espectáculo del desarrollo económico de la región americana le servía de pretexto para hacer un relato creíble y apasionante.       

 Aludía a los defectos y virtudes del suelo extranjero, mientras reiteraba que la Madre América necesitaba ser autóctona.

Cámaras, luces, ¡acción!

A propósito de Las Fiestas de la Estatua de la Libertad, Martí valora la importancia de la independencia: “Los que te tienen, oh libertad, no te conocen. Los que no te tienen no deben hablar de ti, sino conquistarte”. Esto lo publicó el 1 de octubre de 1886 en La Nación, de Buenos Aires.    
El cronista estuvo atento a las condiciones meteorológicas del día nublado en que se inauguró la emblemática escultura, y con toda intencionalidad expresa: “Tienes razón, libertad, en revelarte al mundo en un día oscuro, porque aún no puedes estar satisfecha de ti misma! ¡Y tú, corazón sin fiesta, canta la fiesta!”       
Como si avanzara cámara en mano, Martí yuxtapone varias tomas: “(…) bajan del este, bajan del oeste (…) Los novios parecen casados: el marido da el brazo a su mujer: la madre arrastra a sus pequeñuelos: se preguntan, se animan, se agolpan por donde creen que la verán más cerca”.       
En el cierre de la puesta en escena incorpora varias secuencias que invitan a la reflexión: “Y cuando de la isla convertida ya en altar, arrancaban en la sombra nocturna los últimos vapores, una voz cristalina exhaló una melodía popular, que fue de buque en buque, y mientras en la distancia se destacaban en las coronas de los edificios guirnaldas de luces que enrojecían la bóveda del cielo, un canto a la vez tierno y formidable se tendió al pie de la estatua por el río, y con unción fortificada por la noche, el pueblo entero, apiñado en las popas de los barcos, cantaba con el rostro vuelto a la isla: ´¡Adiós mi único amor!´”.
En El Terremoto de Charleston, crónica publicada el 10 de septiembre de 1886 en el mismo periódico bonaerense, enfoca la ruina de la ciudad, y en paralelo apunta a los nacimientos que ocurrieron el mismo día de la destrucción.

Para imprimir dramatismo a la escena apela a las descripciones cortas y los tres puntos suspensivos: “Decirlo es verlo. Se hinchó el sonido: lámparas y ventanas retemblaron... rodaba ya bajo tierra pavorosa artillería: sus letras sobre las cajas dejaron caer los impresores, con sus casullas huían los clérigos, sin ropas se lanzaban a las calles las mujeres olvidadas de sus hijos: corrían los hombres desalados por entre las paredes bamboleantes (…)”.

Seguidamente transmite sensaciones para ubicar al lector en el lugar del hecho, donde todo ocurre en 25 segundos: “Los suelos ondulaban; los muros se partían; las casas se mecían de un lado a otro: la gente casi desnuda besaba la tierra: ¡oh Señor! ¡oh, mi hermoso Señor! decían llorando las voces sofocadas: ¡abajo, un pórtico entero!: huía el valor del pecho y el pensamiento se turbaba: ya se apaga, ya tiembla menos, ya cesa: ¡el polvo de las casas caídas subía por encima de los árboles y de los techos de las casas!”.

Después de dar los detalles del desastre, el final es contundente como si el supuesto observador transitara de un plano general a un plano detalle: “Y ríen todavía en la plaza pública, a los dos lados de su madre alegre, los dos gemelos que en la hora misma de la desolación nacieron bajo una tienda azul”.

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