Aproximaciones a puestas audiovisuales que nutren la programación veraniega

Los actuales procesos de comunicación aceleran e intensifican, como nunca antes, el intercambio y la interacción entre culturas. Filmes, series, telenovelas y otros formatos patentizan que la industrialización de relatos e imágenes se torna una cuestión de envergadura antropológica.

Ni el cine ni la televisión esperaron al siglo XXI para mostrar lo cotidiano. Esta era la ambición del estadounidense Robert Joseph Flaherty al filmar los inuit (nombre común para los distintos pueblos esquimales), y más tarde, cuando produce y dirige el primer documental de la historia del cine Nanook, el esquimal, en 1922.

 

Por diferentes vías, se exploran temáticas, circunstancias, conflictos, acercamientos al ser humano y sus historias de vida. Las mayorías en América Latina acceden a la modernidad mediante narrativas de la industria audiovisual que conectan pasiones para devolverle al televidente una segunda vida en diferentes tramas, pues lo popular está hecho de juego, ritual, humor y hablas del pueblo.

¿Es posible contar los avatares de una existencia en 62 capítulos? Esta interrogante se intenta despejar en la serie colombiana La ronca de oro, que retransmite Cubavisión, de lunes a viernes, 11:13 a.m.), inspirada en Sofía Helena Vargas Marulanda (Cali, 1934-2011), conocida artísticamente como Helenita Vargas, máxima representante del estilo ranchero en esa nación.

Contar la historia de una vida real es el reto desafío que asumen siete guionistas, dos directores y el equipo de realización, empeñados en lograr verosimilitud, o sea, que los televidentes crean en el relato y se conecten con emociones, angustias y pareceres.

Lidera el melodrama en la narración para refigurar una experiencia temporal basada en el interés por la condición humana. La causalidad es la forma en que se manifiesta la necesidad de los personajes-tipo, que en lugar de la tridimensionalidad propia de los seres reales, encarnan o representan conceptos: el malo, el bueno, el sádico. En el melodrama la solución de los conflictos viene desde fuera, es fortuita, y como ocurre en La ronca de oro, sirve para recomponer la vida de la protagonista.

Parafraseando a Stanislavski, emprenden las actrices protagónicas un viaje que va desde la subjetividad hacia la objetividad de una existencia-otra, la de Helenita Vargas (Ana María Estupiñán en la juventud y Majida Issa, en la adultez). Al parecer, no importa la entonación o inflexiones que, en ocasiones, impiden comprender bien lo dicho, tampoco trascienden los diálogos, lo más importante es prestar atención a las rancheras y al ímpetu de una mujer “que siempre canta con la piel y el alma”.

Los creadores del juego convocado en La ronca de oro tuvieron en cuenta la heterogeneidad de la sociedad colombiana, el rescate de historias cercanas a lo cotidiano y hacer una televisión que comunique la cultura popular.

Otras propuestas con diferentes sentidos lideran en los ámbitos mediáticos estadounidenses y europeo desde la década del 90, pues el reality show sacó al sujeto del anonimato a la palestra pública, a veces desde una perspectiva escatológica, incómoda.

La verdadera ruptura con la herencia cinematográfica se produce cuando la psicología de pareja deviene espectáculo y la individualidad y las relaciones entre las personas son puestas en escena en un estudio o exteriores, frente a una cámara, con la mediación de un animador y un psicoanalista.

Dicha representación transfigura al sujeto anónimo en estrella de un día; él es el centro hacia el cual convergen todas las miradas, pues ha permitido que se transponga su vida a la pantalla.

¿Ciertamente “todo” es tan “real”? Depende del punto de vista cómo se cuente la historia, esta condicionante es fundamental, y en la misma intervienen elementos diversos que el realizador debe dosificar.

Con Una calle, mil caminos (Cubavisión, sábados, 2:00 p.m.) se exploran distintas vías para propiciar el diálogo y la reflexión en el televidente, en tanto la experiencia audiovisual se vislumbra como generadora de ideas y cambios en los modos de entender las narrativas visuales contemporáneas.

Como advierte el periodista Ignacio Ramonet: “La televisión está dejando de ser progresivamente una herramienta de masas para convertirse en un medio de comunicación que se consume individualmente mediante diversas plataformas”.

Toda ficción responde a la categoría de género cultural, incluye el reconocimiento de formas y contenidos, los cuales trascienden el juicio estético, y por ello deben conmocionar.

Lo consiguen artistas circenses en diversas modalidades que exigen aprendizaje, talento, maestría. El trabajo creativo de un payaso no se improvisa, necesita estudio, observación e ingenio en lo que dice y el desplazamiento escénico. Satisfacer a los públicos infantil y adulto requiere saberes sedimentados.

Toda representación es un fenómeno cultural, por ello requiere facultades para expresar conceptos y plasmar ideas mediante la construcción o escenificación de imágenes.

Las actrices Herminia Sánchez y Aurora Pita lo demuestran desde sus particulares maneras de sentir la vida con el espíritu humano del rol que interpretan y transmiten en escena bajo una forma artística.

Estas condiciones las asume cada creador audiovisual con una visión propia. Según ha reconocido la documentalista Marina Ochoa: “nuestro propósito es emprender una aventura cognoscitiva, pues el mundo se abre ante nosotros, hay que conocerlo, descubrir indicios, conflictos y causalidades”.

Lo “real” -en directo o con previa recreación-, requiere del realizador audiovisual una mirada crítica de los valores simbólicos en la textura lingüística y visual. Llegar a las audiencias es un desafío que solo se enfrenta con creatividad, la televisión instaura modelos e influye en la preferencia de los espectadores, hay que aprovechar este medio de comunicación en sintonía con nuestra vida emocional y participativa.

 

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