Quien conozca medianamente la obra de Joao Enmanuel Carneiro, coincidirá con que el guionista brasileño suele tomar elementos del melodrama más clásico para llevarlo a un terreno populista y rocambolesco. Tal habilidad suele conferirle al autor un cierto aire subversivo, más habitual en las series limitadas que en una telenovela; y eso en una década liderada por el streaming y las redes sociales es un “golazo” creativo y comercial.

Pero no nos llamemos a engaños; las historias de Carneiro son más deudoras de las novelas mexicanas que de la tele-dramaturgia brasileña. El guionista reconoce lo importante de una premisa clara para desarrollar el argumento, y de personajes arquetípicos con los que el público pueda conectar en segundos. Esto lo demostró en el 2009 con La Favorita, y lo llevó a su máxima expresión en Avenida Brasil del 2012. Y aunque en muchas ocasiones su oscura deformación del género le ha jugado malas pasadas con la audiencia, no se puede negar su buen manejo de la intriga y el suspenso.

Nuevo Sol, actualmente transmitida por Cubavisión es el vivo ejemplo de cómo una historia aparentemente predecible puede ser transformada en el devenir de los episodios. Sin ser su mejor obra, la historia de Lucía y Beto Falcón, nos pone constantemente frente a trampas dramatúrgicas que nos impiden ver las diferentes capas superpuestas. Aquí hay un claro discurso sobre las segundas oportunidades que nos hace “medio mirar” lo que realmente importa: el trasfondo sociopolítico de la obra.

No es casual que la telenovela tenga lugar en Bahía, una región marcada por la diversidad cultural y racial, el contraste de sus tradiciones y el fantasma del colonialismo expresado en un racismo adherido a la tierra y a la piel de sus habitantes. Sobre la corrupción, la doble moral política y las huellas psicológicas de los tiempos de la dictadura en Brasil, se discursa constantemente en Nuevo sol. Hay tal vez demasiada información en la confección de las subtramas , lo que nos impide disfrutar con más ligereza de las historias principales.

Aquí la pareja central no logra desarrollar una empatía orgánica; no porque no exista química entre los actores, sino porque el guion atropellado y tremebundo apenas les permite respirar. Los roles están siempre al límite, luchando contra sus sentimientos y sus enemigos.

Hay una rara escala de valores en Nuevo sol, colocando de co-protagonista a una joven desenfadada, que por libre y espontánea voluntad decide ser prostituta y establecer una relación algo ambigua con dos jóvenes a los que los une una verdad que desconocen: el ser hermanos. Hay cierto ingenio en hacer de Rosa, la manzana de la discordia entre Ícaro y Valentín, pero en ese intento de tensionar las cuerdas, Carneiro olvida trabajar en el arco del personaje algo vital: su redención. Rosa es carismática, humana, familiar, pero lo suficientemente lineal como para terminar casi en el mismo punto del que partió.

Esto no es una cualidad única de Rosa: a casi todas las criaturas de Nuevo Sol les sucede lo mismo. Su evolución del arco es casi inexistente: solo las villanas encuentran caminos fecundos para la progresión de sus psicologías. Carola y Laureta son el producto de un pasado oscuro, que el autor se guarda muy bien para los finales, y que nos hace comprender algunas conductas que rayan en la psicopatía.

De más está decir que a Nuevo sol le falta redondez en su dramaturgia: muchas de las soluciones son forzadas, traídas por los pelos y poco verosímiles. A su favor tiene el buen manejo del ritmo interno, la organicidad de los diálogos y lo ajustado de las subtramas , que en la pluma de otro autor hubieran sido infinitas.

En los aspectos visuales la novela es todo un espectáculo. El experimentado director Dennis Carvalho recrea con brillantez el Bahía contemporáneo, lleno de contrastes, que son captados por la espléndida fotografía y la ambientación. Rubros como el vestuario, el maquillaje y la peluquería, logran caracterizar a cada rol partiendo de sus psicologías. Cada accesorio, corte de cabello o tono de base, nos habla de una procedencia, de una motivación, de una historia de vida.

Giovanna Antonelli como Lucía, muestra verdadera madurez interpretativa. Recurre a todo su atractivo y carisma para hacer del personaje una mujer cálida, tenue, pese a los golpes que ha recibido en la vida. El personaje desde la escritura, se queda por momentos estancando, caminando en círculos, pero la Antonelli desde la interpretación procura sacudirlo internamente.

Emilio Dantas también logra con su interpretación sacudirse la impostura que posee Beto falcón desde los textos. El personaje, por momentos se siente monocorde, sin mucho asunto, pero el actor le incorpora manías, desenfado en la gestualidad y mucha verdad. Dantas crea una química excelente con las dos actrices que más cerca tiene: Giovanna Antonelli y Deborah Secco. Es un actor colaborativo, astuto, que no se ciñe a lo que está escrito; busca un poco más allá y encuentra resortes emocionales que hacen de su rol un ser contradictorio y conflictuado por la responsabilidad de ser quien es.

Sin duda alguna, el personaje de Carola marcó la madurez interpretativa de Deborah Secco. La actriz, con una extensa carrera en la Globo, con este personaje explora todo su registro. Y aunque el personaje en la primera mitad de la serie parece siempre estar en el mismo tono, esa sensación va desapareciendo cuando descubrimos su verdadero origen y las marcas emocionales en su piel. Es la Secco una actriz bella, exuberante, e igual de intelectiva y dúctil.

A Adriana Esteves se anota con Laureta , su tercera gran villana , y la segunda creada por Carneriro. No son pocas las comparaciones que ha sufrido este personaje con Carmina, su primera y mejor villana hasta la fecha. Y si, Laureta tiene mucho de Carmina, aunque la actriz lo evite. Este personaje es tal vez más sofisticado, ladino, pero igual de intempestiva que la madrastra de Nina en Avenida Brasil. Pero nuevamente para el intermedio de la obra, la pluma de Carnerio hace el milagro y nos cuenta un poco más de la tortuosa vida de una mujer acorralada por un mundo de hombres poderosos y sin escrúpulos. Es entonces cuando la Esteves da un paso más allá y demuestra de qué está hecha como actriz.

De los jóvenes actores, el que más resalta por su talento y su atractivo físico, es Shay Suede en la piel de Ícaro. Suede le imprime fuerza a su rol, energía y hace un trabajo encomiable con la gestualidad. Su Ícaro es una alegoría moderna al personaje mitológico; él también quiere volar, tocar el sol, pero sus alas se derriten como la cera por ese carácter volátil que posee y su amor desenfrenado por una mujer demasiado confundida.

Todos estos elementos hacen de Nuevo sol un producto atendible, en donde lo predecible puede llegar a sorprendernos y donde el género es negado constantemente para atraer otro tipo de audiencias, menos dadas a los melodramas clásicos.

Mucho recorrido le falta a Nuevo sol por nuestras pantallas. Pese a sus incontables debilidades la telenovela de Carneiro ha conectado con el público cubano, tan enamorado siempre de las producciones brasileñas y sus protagonistas.

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