La televisión cubana tiene como desafío la configuración de un diseño coherente con los derroteros identitarios que nos especifican como nación

¿Cómo en la Cuba contemporánea se puede tratar de lograr una comunicación popular en las familias, y de qué manera se debe estimular la interacción de los diversos sectores y grupos sociales? ¿Cómo potenciar una cultura de participación entre los sujetos y su universo familiar, y cómo convertirlos en receptores-consumidores críticos que puedan enfrentarse a los dispositivos enajenantes de la avalancha de programas que conforman la dominación simbólica del consumo audiovisual informal?

 

Estos acercamientos por lo menos dejan planteada la necesidad de promover una educación que intente borrar el distanciamiento, al decir por el investigador Pablo Ramos Rivero, “entre la formación de la recepción o ´lectura´ de los medios y por otra para la producción creativa o ´escritura´ de los mensajes y que redimensione el papel del sujeto, de receptor a creador de mensajes, y aún más, de espectador a protagonista de procesos comunicacionales, gestados desde sus propias necesidades y capacidades. El sujeto se convierte en la dimensión nuclear en la educación para la comunicación, que se involucra en el proceso comunicativo”1.

Dentro de sus peculiaridades contextuales, la televisión cubana tiene el desafío de  configurar un diseño coherente con los derroteros identitarios que nos especifican como nación.

La utopía televisiva cubana, en la arquitectura de un imaginario colectivo de las familias, ha abrazado en los últimos tiempos las historias de la cotidianidad que viven los públicos, donde el abordaje de temas sobre la sexualidad, las temáticas de género, los conflictos identitarios, la emigración, la racialidad, la pedagogía, la historia de la cultura popular, la dinámica socioeconómica actual constituyen la agenda del repertorio de guionistas, asesores, directores, investigadores de los medios audiovisuales en general.

En este ámbito, las propuestas del dramatizado cubano han brindado evidencias de sus resonancias, ilustrativas son las telenovelas La otra cara de la luna, Aquí estamos y Cuando el amor no alcanza, por solo mencionar ejemplos más recientes.

No quedan al margen del debate los espacios deportivos, musicales, informativos, variados, educativos, infantiles e históricos, que también influyen en los códigos axiológicos del imaginario social de las familias.

La televisión cubana está abocada a reformular sus estrategias identitarias en función de contemplar de manera profesional el esparcimiento como una de las pautas que necesitan las familias desde el espectáculo de la pantalla.

Otra de las travesías identitarias de la televisión cubana contemporánea es la proliferación de los telecentros, si revisamos su historia desde su nacimiento en 1968, en Santiago de Cuba con el primer telecentro provincial Tele Rebelde. Con el tiempo llegarían a 14, en todas las provincias; además de 71 municipales.

Desde el segundo semestre del 2004 comenzó a hacerse realidad un propósito: ocho telecentros municipales saldrían al aire en condiciones excepcionales, con un equipamiento que, en principio, estaba destinado a un proyecto en la República Bolivariana de Venezuela. En locales provisionales y con un mínimo de recursos se materializó la idea. De inmediato, se comprobó el impacto de los telecentros en la población. Se demostró cuanto interesa ver reflejado en la pantalla el quehacer de estas localidades y el protagonismo de sus habitantes, así como sus ámbitos familiares. Desde el primer trimestre del 2006, se tomó la decisión de aprobar el financiamiento para construir 16 telecentros y adquirir la tecnología necesaria.2

Los telecentros y sus especificidades culturales constituyen unos de los referentes principales del análisis de la televisión cubana, su articulación dentro del espacio audiovisual es indispensable para comprender su papel y perspectivas de futuro.

Afortunadamente, el debate sobre la televisión comunitaria y participativa con una programación variada y auténtica que intercambie con la televisión nacional; la creatividad y la dinámica identitaria de la localidad en la pantalla; los vínculos de la audiencia y los públicos populares con los creadores y profesionales en espacios íntimos y cercanos, que incentiven el sentimiento de pertenencia con su barrio, con sus costumbres, tradiciones y formas de relacionarse, emergen como las líneas que enriquecen el entorno de la comunicación en nuestro archipiélago y nos sitúan en la necesidad de mirarnos y finalmente reconocernos.

En la medida que se incentiven los proyectos de telecentros, esto implicará una visión más abierta, la certidumbre de que en el cambiante escenario de las comunicaciones, el horizonte cubano dibuja la utopía de una verdadera red de intercambios y de vinculaciones.

Es un esquema de crecimiento que pone el acento no en la barrera sino en el vínculo que prima el diálogo de las identidades. Y que, en consecuencia, concibe la televisión comunitaria como un polo de desarrollo audiovisual, base imprescindible para la articulación de un espacio común.

La identidad cultural latinoamericana y cubana en las estrategias comunicativas radiotelevisivas, a pesar de sus especificidades identitarias contextuales, tienen varios rasgos de mismidad y desafíos a la luz del mundo de hoy. Ambos escenarios están atravesados por las fragmentaciones y desplazamientos del imaginario colectivo de las familias con una marcada heterogeneidad cultural a nivel simbólico.

En estos espacios hay una reconstitución del sentido de lo nacional mediante el impacto de lo internacional; existe una reconfiguración de la ciudad y de lo rural, y la formación de nuevas identidades; se percibe una recomposición simbólica en el hogar con el uso de las nuevas tecnologías comunicativas; se aprecia pluralidad de interpretaciones de los productos comunicativos desde el debate de la recepción y el consumo; se ha revalorizado y legitimado la cultura popular, donde se visibilizan resistencias y resignificaciones que se ejercen desde la actividad de apropiación que los grupos sociales hacen de los medios y los productos masivos.

Se aprecia también la reconfiguración de los códigos axiológicos en las diversas formas de sociabilidad y sensibilidad de los imaginarios colectivos de las familias a nivel nacional. Por otro lado sobresale el empleo alternativo de las nuevas tecnologías de la esfera pública que pasa, sin duda, por profundos cambios en los mapas mentales, en los lenguajes y los diseños de políticas culturales, exigidos por las nuevas formas de complejidad que revisitan las hibridaciones de la opinión pública, de nuevas condiciones de entrelazamiento de lo social y lo político, y del ejercicio de nuevas formas de ciudadanía, identificación y diferenciación en el decurso identitario mediático de la construcción latinoamericana y cubana en el interior de las familias.

 

Referencias:

1 Pablo Ramos Rivero. “El público cinematográfico cubano y su educación: una mirada crítica a la formación crítica de la mirada”, en Colectivo de Autores. Puerto Príncipe 2005. Temas de comunicación y de cine, Unidad Docente del Instituto Superior de Arte en Camagüey, Cuba, Editorial Ácana, Camagüey, Cuba, 2005, p. 75.

2 Véase a Ángel Eustaquio Valdés Águila. Diagnóstico de la imagen interna del Telecentro Provincial de la capital Canal Habana. Trabajo de Diploma, Universidad de La Habana,Cuba, junio 2009. Además, la investigadora Vanessa Márquez Cicero, del Centro de InvestigacionesSociales del ICRT, tiene un informe de investigación con datos exhaustivos de  la proliferación de los telecentros por provincias y municipios del país.

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