Si la simpatía natural impregnada en los conductores del espacio constituye un coherente elemento de interés, el otro acento está presente en el tratamiento al guion de cada emisión. En programas como La Tarea, aunque en ningún momento se extravía el sello de estar concebido por y para jóvenes, consigue impactar en una audiencia abierta debido al reflexivo tratamiento de sus enfoques habituales.
Siempre he tenido mis reservas con los programas de televisión que, dirigidos hacia los jóvenes, persisten en ubicar a este grupo etario como una expresión de rampante ligereza frente a la dinámica que implica el hecho de existir. Sin embargo, desde hace dos años ya, cada martes a las seis de la tarde, nos llega La Tarea, una juvenil propuesta del Canal Educativo que reclama su mayor atención.
Si la simpatía natural impregnada en los conductores del espacio constituye un coherente elemento de interés, el otro acento está presente en el tratamiento al guion de cada emisión. En programas como La Tarea, aunque en ningún momento se extravía el sello de estar concebido por y para jóvenes, consigue impactar en una audiencia abierta debido al reflexivo tratamiento de sus enfoques habituales.
En este empeño por cautivar al televidente a través de una sugerente dosis de humor, nos revela el despliegue de una rigurosa investigación previa como para no dejar fuera cualquier referencia oportuna al tema en cuestión. Ya sea en las emisiones dedicadas bien a despejar el papel de los llamados influencers, lo mismo que mostrarnos el impacto de los gamers en los videojuegos o hasta en una documentada historia de géneros de amplia aceptación como el rock, La Tarea nos deja con la sensación de haber recibido la información requerida para orientarnos en este mundo sobrecargado de tantos mensajes chatarra.
Por ejemplo, 27 minutos del programa son suficientes para actualizarnos acerca del origen y las variantes de entretenimientos posibles a las que podemos acceder en TikTok, la aplicación de mayor popularidad en las redes sociales, pero a la vez se nos advierte de los riesgos que se corren cuando se exceden los límites de un acercamiento equilibrado emocionalmente. No hay duda de que tanto la directora, Yanela Bauza, como sus conductores Elaine Sotolongo y Néstor Esteban Matos, como parte de un esmerado desempeño colectivo, tienen entre sus manos la compleja tarea de permitirnos compartir generacionalmente las interioridades de mundos diversos con intereses diferentes, pero muy cercanos cuando se emplea el lenguaje apropiado para refrendar aquello que debe unirnos.
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