A los senderos de una mejor sociedad se llega gracias al contacto con los adolescentes y jóvenes que la forman; esos con la inquietud e inconformidad suficiente para cambiar el rumbo de las cosas, siempre y cuando haya en ese cambio, valores que, como sólidas columnas, sostengan la diversidad de ideas y posturas que lleva implícita la juventud.

Nuestros medios de comunicación han sabido siempre acompañar a la juventud cubana con propuestas audiovisuales edificantes, acorde a sus intereses y al contexto social del que son hijos. Revistas de opinión, programas musicales, de participación, etc., han marcado la identidad colectiva de varias generaciones; pero han sido los dramatizados, aquellos programas televisivos que más han calado en el público infanto-juvenil, por la inmediatez de sus discursos.

El frescor del lenguaje, el tratamiento certero de temáticas propias de estas edades, las innovaciones estéticas y el descubrimiento de jóvenes figuras de la actuación para los medios han sido siempre factores en el éxito de las series juveniles del patio; pero sin lugar a dudas, el desarrollo tecnológico y el contacto de los públicos con materiales foráneos bien facturados y “arriesgados conceptualmente” han influido en el gusto estético y la necesidad de nuevos contenidos. Una serie juvenil hecha en la Cuba de estos tiempos, andará irremediablemente inmersa en dos mares representacionales: aquel en defensa de la formación de valores y otro más preocupado por ser un retrato “fiel” de la juventud que tenemos.

Los dos últimos años han representado para la televisión cubana un resurgir de sus series juveniles, luego de casi una década sin desarrollar ningún proyecto que funcionara como la voz de nuestros adolescentes y jóvenes. Tres proyectos con estéticas y miradas diferentes han sido los iniciadores de este nuevo comienzo.

Calendario, con guion de Amílcar Salatti y dirección de Magda Gonzáles Grau abrió la posibilidad para tratar temas muy asociados a los retos y responsabilidades de la educación cubana para con sus niños, adolescentes y jóvenes, que son, en resumidas cuentas, el futuro de este país. La serie vistió los temas con organicidad, buen gusto y la suficiente empatía para no pasar inadvertida. Un guion construido desde el lenguaje de los jóvenes terminó por redondear las intenciones de la serie: enaltecer la labor de los educadores encargados de iluminar la inocencia de una de las etapas definitorias del ser humano.

A los otros dos proyectos juveniles más recientes, le han faltado quizás, nitidez en sus planteamientos formales. El regodeo del lenguaje o la imagen no siempre es efectivo en materiales diseñados, no solo para un segmento poblacional, sino para otros públicos que circundan a esa primera audiencia.

Válida ha sido la intención de rescatar un género extraviado por años sin razones aparentes. Sabidas son las carencias productivas que afectan la aprobación de un proyecto, pero el género en cuestión ha demostrado por décadas la habilidad de sumar públicos y de poner sobre el tapete temas medulares en nuestra sociedad.

Con el reciente estreno de la segunda temporada de Calendario y la evidente efectividad de series anteriores como Valientes y Primer Grado, se hace necesario pensar en nuevas historias, nuevas miradas ficcionales que nos acerquen al mundo de los jóvenes y sus inagotables dilemas. Mucho queda por contar de la juventud que tenemos y que soñamos. Es solo abrir el corazón, desde la responsabilidad y la ternura.

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