La recién concluida telenovela cubana “La sal del paraíso” dejó a sus pocos seguidores con un sabor “salado” en la boca. Si de algo careció fue de una  clasificación que indicara: “No apta para hipertensos”, por el exceso de “cloruro de sodio” en las tramas que confluyeron en un edificio (Paraíso) que bien pudo acoger como inquilino al propio Hades.

La historia se agenció detractores desde los primeros capítulos, pues las guionistas Yaíma Sotolongo y Emilia Liñero salpimentaron una ensalada de problemas. Muchos la clasificaron como “muy violenta”, llena de “malos ejemplos” y reclamaron su ausencia en el horario estelar. La solución fue la maratónica transmisión de la telenovela en las noches (casi madrugadas) de martes y jueves, para salir de trance con la menor cantidad de televidentes afectados.

 

Cierto es que la telenovela funciona como arma de denuncia social, pero sobre todo es un medio de entretenimiento. “La sal…”, al igual que otras producciones similares, se centró en el contexto contemporáneo cubano. No obstante, su visión de la sociedad, más que crítica, fue deprimente. Por suerte, aunque tengamos muchas dificultades, no es general la falta de valores patente en el audiovisual.

El espectador llegó a abrumarse con el desbalance entre personajes negativos y positivos.  “Los villanos” no tuvieron una contraparte convincente y la sucesión de acciones delictivas asemejaban más la telenovela a un capítulo de “Tras la huella”, pero sin la voz en off de Marlón Marlón para anunciar las sentencias.

Aunque sus realizadores se empeñen en aclarar que la representación de las peleas de perros tuvo un fin profiláctico, estas escenas causaron rechazo en el público. Igual impacto tuvieron las escenas de violencia explícita con el uso de armas, la presencia de menores en juegos ilícitos, los maltratos y los intentos de violación al personaje de Lorna que nada hacía al respecto…

Duele ver cómo se extrapolan temas, actores y personajes de series precedentes. De “Latidos Compartidos” se retoman las cuestiones del padecimiento de cáncer en la mujer y las aptitudes para la clarividencia. Claudia Álvarez (Lorna), volvió a la escena, esta vez en un papel protagónico, que se parece a muchas de sus actuaciones anteriores.

A  favor de la novela vale destacar el tratamiento de temas poco abordados en el audiovisual cubano como los avatares de las personas con autismo o enanismo, y el impacto que ello tiene en sus familiares. Reconocimiento especial merece la pequeña actriz que asumió el papel de Andrea (la niña autista) sin duda, uno de los mayores aciertos de Joel Infante, director de la telenovela.

Otra suerte corrió en el casting para la elección de la actriz que interpretó a Salet. En entrevista al portal cubasi.cu, Infante apuntó que recorrió toda la Isla en busca de alguien que pudiera asumir el rol. Sin embargo, las actuaciones de esta muchacha demostraron que no se trata de una versión tropical de Peter Dinklage (el enano de Juego de Tronos).

La elección de nuevos escenarios como la emisora de radio para el desarrollo de las tramas es otra “luz en la oscuridad” de “La sal…” que, no obstante, pudo aprovecharse más, al igual que el espacio “La silla turca”. Su conductor estelar, Esteban (Jorge Ferdecaz), pasó de un estado a otro, prácticamente sin matices grises. Fue un personaje casi maquiavélico. Por alguna extraña razón, al principio no quería defender su programa, aunque el resto del colectivo intentara salvarlo. Su estado de desesperación lo llevo a gritarle a su hija autista, para luego querer conservar  su espacio, aunque fuese mediante la exposición de la vida personal de su amiga que mantenía un matrimonio abierto.

A favor del actor es lícito reconocer su buen desempeño. A favor del personaje vale señalar la destrucción de los cánones de belleza que supuestamente debe primar en los protagónicos. La otra cara de la moneda es Yerlín Pérez, a quien quieren convertir, a toda costa, en una mujer sensual y bella.

Se trató de una telenovela “muy loca”, al decir de un colega, con propuestas de matrimonio en un cementerio, espíritus asesinos, balas perdidas que se “encuentran” justo en el pecho de una niña autista, un programa de radio donde se denuncia la corrupción y los realizadores del espacio, a su vez, incriminan a los entrevistados por sus fechorías…

Faltó una escenografía convincente y no acartonada, un maquillaje que no convirtiera en zeolita el rostro de algunos personajes como Yamila. Faltó romance, belleza y hasta humor, aunque vale destacar que la telenovela tuvo un “final de risa” con la ¿trágica? muerte de la Mariscal a manos de la fuerza de gravedad y un pomo de refresco de litro y medio.

No hay duda: los realizadores se pasaron con la sal en el Paraíso.

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