La actriz, directora, dramaturga y pedagoga Herminia Sánchez Quintana siente haberlo dado todo por la cultura cubana 

La actriz, directora, dramaturga y pedagoga Herminia Sánchez Quintana cumplió el pasado 25 de diciembre 97 años de edad, junto a su esposo Manolo Terraza, la hija de este y una sobrina que cuida de ambos, en tanto varios amigos y admiradores le enviaron a la nonagenaria las más apreciadas felicitaciones vía telefónica. Con más de nueve décadas confiesa haber pasado el onomástico de maravilla porque siente haberlo dado todo por la cultura cubana, tanto es así que fue galardonada en el 2019 con el Premio Nacional de Teatro, reconocimiento altamente valorado por la artista, aun cuando lo considera tardío.

“Estoy retirara hace cinco años, pero no he dejado de leer, de ver televisión, de escuchar radio y de estar al tanto de los acontecimientos  artísticos en el país. Fue mi mundo durante casi ocho décadas”, afirma la reconocida actriz en exclusiva con el Portal de la Televisión Cubana.

Considera su vida un libro abierto, llena de casualidades. “La primera es mi origen, soy española por nacimiento e imprevisión del destino. Mi padre de Andalucía había viajado a Cuba, donde conoció a mi mamá (cardenense). Se casaron y, por situaciones de enfermedad de mi mamá, el matrimonio se vio obligado a regresar a España, donde yo nací. Me trajeron para Cuba a los tres años porque mi papá tenía delirio con este país. Era uno de los mejores bailadores de danzón que tenía La Habana. Fue siempre trabajador portuario, una de mis motivaciones para escribir Amante y penol, donde narro la vida y las penurias de los trabajadores portuarios antes de 1959”.

Para Herminia llegar al mundo teatral fue otra casualidad, aunque desde pequeña, según nos cuenta, conversaba con una higuera plantada en su casa de la calle Amargura, como muestra de su atracción por el arte. Le sirvió muchísimo en el desarrollo de su imaginación y de su vocabulario. Entonces era una niña de apenas cinco años. Ya adolescente optó por estudiar el bachillerato, pero no logró matricular la enseñanza por problemas con los papeles de su nacionalidad.

“Me inscribí en la Escuela de Comercio. Ahí trabajaba un conserje que era además actor. Formó un grupo teatral al cual me incorporé de inmediato y sin proponérmelo seriamente empecé a actuar. Parece que lo hice bien porque en una de mis presentaciones el Director del Seminario de Artes Dramáticas de la Universidad me vio y me propuso irme para su grupo. Acepté y a partir de ahí no paré más hasta los 90 años. Con esa edad hice el filme La capital.

“Ya había incursionado en la pantalla grande en una coproducción venezolana cubana llamada La señora de los perros. Como indica su título la trama es la vida de una anciana acaudalada amante de los canes, que se refugia en ellos luego de la partida de su hijo para el extranjero. Pierde la mente y poco a poco su presencia física se deteriora. Para encarnar el papel me sentaba en el piso del portal de una panadería con postura de total indigencia. Un día se me acercó una señora y con cara lastimosa me dio una limosna creyendo en la veracidad de la situación. Los de la película nos reímos y le explicamos del filme. Fue una anécdota cómica y aleccionadora al demostrar los valores humanos de la mujer. Hice otros trabajos fílmicos con Argentina y actué en Lucía (primera parte), hice el personaje de Rafaela”.

Herminia tuvo dos hermanos, de ellos una hembra, siempre la apoyaron en sus propósitos tal como lo hicieron sus padres, personas de mediana instrucción pero de mucha educación y respeto por las decisiones de sus hijos. “De no haber sido actriz, hubiese estudiado magisterio”, afirma la nonagenaria y con cierta jocosidad enfatiza: “nunca médico, a pesar de ser una profesión digna, pero mi temor a la sangre y a las enfermedades impidió mi inclinación por esa carrera.

“No me gradué de maestra, pero he sido educadora a partir de mis enseñanzas a las generaciones de actores y actrices posteriores a mí. En el Instituto Superior de Arte (ISA) impartí clases por 10 años. Fui parte del grupo del Teatro Nacional y, posteriormente, de Teatro Estudio. Mis primeras obras fueron La discreta enamorada, de Lope de Vega, y Electra, de Sófocles. Al hacerlas no pensé en el éxito, sino en el decoro. Con Electra me ocurrió algo muy particular, era difícil porque nunca había hecho teatro griego. Busqué los puntos de contacto entre el personaje y yo, la muerte del padre y el sufrimiento ante la pérdida fueron dos de ellos. Revertí todas esas coincidencias en emociones, en fuerza escénica y salió el personaje, fue muy aplaudido y reconocido por la crítica”.

En lo concerniente con su relación con otras luminarias de las artes, Herminia trabajó con Rosita Fornés, Asenneh Rodríguez, con esta última coincidió en su formación actoral y luego en el desempeño profesional. Teatro Estudio me ofreció la posibilidad de trabajar con Adolfo Llauradó. Más que un compañero fue un hermano, buen actor, con un gran sentido del humor. Trabajé igualmente con Eduardo Vergara. Tuve la fortuna de hacer casi todas las puestas en escenas que allí se hacían periódicamente como cortesía exclusiva para quienes nos ganamos esa deferencia con profesionalidad y entrega sin límites”.

Herminia se planteó dejar constancia de su paso por el teatro a través del volumen Herminia Sánchez. Teatro de fuerza y candor. Escribió otros libros que reafirman a esta diva de las tablas como escritora de altos quilates: De pie y Monólogos teatrales cubanos. En Teatro Estudio pasó la mayor parte de su vida y le sucedieron las mejores cosas: “Conocí a mi esposo allí entre cortinas y bastidores, fue un amor a primera vista. En una de las obras, la vedette (mi personaje) necesitaba ser vestida como parte de la trama. En mi auxilio vino Manolo, actor secundario. Él siempre dice que cuando puso sus manos en mi cintura y me miró a los ojos afirmó: «esta es mía». Fue así, desde entonces no nos hemos separado”.

En cuanto a roles, Herminia fue dirigida por Raquel Revuelta en La Ronda, hizo Casa vieja, de Abelardo Estorino. Como buena actriz de teatro enfrentaba cualquier personaje televisivo. Hizo la serie cubana Blanco y Negro no, la telenovela Diana. A los 34 años de edad tuvo un embarazo perdido por un tropiezo en el escenario. No se volvió a embarazar por la vorágine de trabajo y por el temor a concebir una criatura con limitaciones neurológicas como secuela de la edad avanzada de la madre, no obstante, ve la maternidad como una de los sucesos más bellos de la existencia humana.

La condición de portuario de su padre llevó a Herminia a, además de escribir un libro, hacer teatro con los trabajadores del gremio. Ha sido acreedora de múltiples distinciones y medallas. No olvida sus encuentros con Fidel, fiel admirador de la creación teatral portuaria y defensor a ultranza de los valores culturales más auténticos de la Isla.

“Yo tenía conocimiento de que al Comandante le gustaba el teatro que hacíamos con trabajadores del puerto, pero no nos había visitado. Entonces le pregunté por qué no había ido y con esa respuesta rápida común en él dijo: «porque no me llevan». Me dejó sin palabras, nos reímos e interpreté la contestación como una salida elegante”.

Nuestra Premio Nacional de Teatro 2019 se considera una fiel conocedora de La Habana Vieja, de sus secretos, de cada rincón, no solo la conoció, sino que la entendió. Asegura que la vida le ha sonreído aun cuando en la actualidad está limitada a un sillón de ruedas por una fractura de cadera, y aclara: “son cosas del destino, por eso asumo cada día con tranquilidad y con el consuelo de estar viva, con la mente clara, aunque las restricciones físicas me entristezcan a veces, no siempre.

“He olvidado a muchos amigos en la misma medida que ellos se olvidaron de mí. No me apena porque he ganado la amistad de otros y porque sé que mi paso por la vida ha dejado huellas suficientes para, cuando no esté físicamente, ser parte de la vida de muchos que verán en mí a una mujer modesta que vivió por el arte y para el arte”.

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