Acercamiento al largometraje Café amargo, transmitido en el programa televisivo Nuestra América

Algunos filmes comienzan justo en el lugar donde los espectadores intuyen el inicio de un largo camino por andar. En dicha abertura se manifiestan conflictos que en el relato mantendrán en confrontación a los bandos en pugna y el dinamismo de la acción dramática.

En este sentido, el filme Café Amargo es elocuente. Ubica la trama en un contexto que muestra el aislamiento en una zona del campo cubano y el arraigo del pensamiento patriarcal en determinada región de la Sierra Maestra.

El director, Rigoberto Jiménez, oriundo de dichos parajes, basa el argumento en su documental Las cuatro hermanas (1980), con el propósito de contar la historia de cuatro mujeres aferradas a tradiciones familiares que escogen la soledad por convicción. Lo inspiran vivencias acumuladas desde 1993 en la Televisión Serrana, considerada el primer proyecto de televisión comunitaria y participativa en Cuba, una experiencia única en el continente latinoamericano.

Como diría el poeta Eliseo Diego, “nacemos en un sitio para dar testimonio”. Dicha impronta se aprehende en la puesta cinematográfica, la cual remite en su primera etapa a los años 50. Las hermanas Garlobo: Lola, Gelacia, Pepa y Cira, viven en una finca cafetalera del sistema montañoso sur oriental; no aceptan a ningún hombre en la casa, pero la llegada de un joven citadino que va a alzarse junto al Ejército Rebelde, cambiará sus vidas de golpe, no así sus destinos.

Desde esta perspectiva, la temática inédita en el panorama audiovisual cubano incita no solo a conocer lo que ocurre en la existencia de cuatro mujeres, sino en el dilema de confrontaciones entre ellas y con personas extrañas. Entre razones, imperativos, angustias, desavenencias, expresan de un modo u otro la necesidad del amor; de apreciarlo y sentirlo.

La negación a la apertura de sus vidas condiciona el encerramiento de las cuatro hermanas que actrices jóvenes convierten en personajes, mediante otras voces, otras almas. El desafío es asumido con plena conciencia en un relato pleno de estímulos sensoriales, emotivos, conceptuales, los cuales demandan del espectador procesos de entendimiento y reflexión.

La llegada de Rubén (Carlos Alberto Méndez) y su buena acción al curar a Pepa joven (Janet Batista) de una afección de la garganta, marca el punto de giro, complica el relato y las estimula a luchar por conquistar al recién llegado: la presa codiciada.

En la estructura narrativa del guion de Arturo Arango y Xenia Rivery, los matices psicológicos más sutiles emergen en la trayectoria de personajes, para quienes las consecuencias morales tienen un alto precio.

Lo irreversible de lo trágico subyace en terrenos dominados por impaciencias e interrogantes y el deseo de transgredir lo establecido sin asumir los riesgos que exige toda transformación en la vida.

Preceptos locales y universales lideran en el relato audiovisual, el cual propicia meditar sobre un complejo mundo de intereses y rupturas; no hay que buscar en el dato histórico, en la fidelidad con lo “real” el motivo de desavenencias y frustraciones, sino en lo que cada humano es capaz de conseguir por sí mismo.

El ocultamiento de la culpa trágica, hasta el final del detonante de la historia cuarenta años después, en los años 80, produce cierto extrañamiento en el espectador, que espera mucho antes el desenlace de los acontecimientos.

Quizás influyen en el recurso dramatúrgico, el propósito de acentuar la tragicidad de quienes sucumben ante lo irreversible: el descubrimiento de un secreto largamente guardado por sus ejecutoras: Lola (Yudexi de la Torre) y Gelacia (Yunia Jerez).

Con intencionalidad artística en función del relato se privilegian en la narrativa el peculiar escenario rural; la dirección de fotografía de José Manuel Riera acentúa el sentido enunciado en el tránsito de un plano a otro; el dinamismo en la vida de estas mujeres durante la primera etapa y lo estático de la segunda; el color y la luz de matices diferentes adquieren un fuerte dramatismo en contextos, en los cuales predominan detalles psicológicos y ambientales.

La experiencia estética, en tanto sensible cognición, se produce desde el diseño de la banda sonora de Heidy Carrazana; la música original del experimentado maestro Juan Piñera, -sugerente de un maremágnum de asociaciones-, y la dirección de arte de Vivian del Valle.

Café amargo es un filme impregnado del espíritu lorquiano. Su tragicidad inmanente es parte del ser y el hacer de personajes complejos en un relato signado por la memoria, los desencuentros, los objetos, el silencio parlante y el acicate de la hermandad.

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