La pluralidad de códigos, lenguajes y estéticas existente en el universo mediático cautiva a quienes necesitan ver en la pantalla televisual “algo entretenido que me complazca del todo” o “una historia sin muchas complejidades tecnológicas o vericuetos para hacer creíble la trama”. De manera indistinta, los espectadores suelen reclamar un beneficio u otro, a veces sin pensar en lo que le ocurre a los protagonistas de la ficción, sino en lo que ellos sienten mientras siguen el curso de series, filmes o telenovelas.

La industria cultural tiene en el audiovisual un poderoso instrumento financiero de mundialización; algunas personas intentan escapar de sus seducciones, pero no siempre pueden lograrlo, dada la avalancha de productos concebidos para la fácil deglución que estimula el ocio.

No obstante, a pesar del afán consumista, en el siglo de las tecnologías y los artefactos sofisticados, aún lideran la palabra, los diálogos, la significación social de la memoria, el interés por descubrir los misterios de la intimidad del otro. Ha surgido un nuevo perfil emergente: el ciudadano usuario de los medios, que se caracteriza por ser más participativo en tanto productor-consumidor de contenidos en las redes sociales y ante la pequeña pantalla.

Narraciones seriadas recrean hechos, conflictos; al concebir realidades otras, proponen indagaciones en problemáticas de interés para las mayorías.

Ninguna propuesta debe ser un compendio sociológico edificante, basta con que esgrima una de las mayores virtudes del arte: incentivar la desazón que hace pensar lo que hacemos y cómo lo hacemos sin perder la humildad de quien aprende algo cada día.

Experiencias ficcionales generan identificaciones con las audiencias; por ejemplo, la retransmisión de las telenovelas cubanas El naranjo del patio y Polvo en el viento (ambas por Cubavisión, martes y jueves, a las 2:00 p.m. y 3:15 p.m., respectivamente). Desde diferentes problemáticas y puntos de vista, colocan en los centros de atención las relaciones amorosas, las incomprensiones entre generaciones, la soledad, los secretos nunca revelados, la fatalidad del pasado enmascarado en una persistente sonrisa. Tener la oportunidad de ver o volver a ver en pantalla la actuación de relevantes actores y actrices motiva el intercambio entre los miembros de la familia reunida en el hogar, en los centros de estudio o trabajo.

De manera exquisita la primera actriz Ofelia Núñez bordó su Lola en El naranjo… Siguiendo a Stanislavski, ella es consciente de que su tarea principal no consiste solo en reflejar la vida del papel en su manifestación externa sino, sobre todo, en crear en las escenas la vida interior del personaje. Adapta a la vida ajena los sentimientos humanos dándole los elementos orgánicos del espíritu personal.

Sin duda, los creadores deben seguir insistiendo en el abordaje y la transmisión de normas de conducta implícitas en relatos concebidos para disfrutar del entretenimiento de forma productiva.

Son ineludibles la esmerada atención a los diálogos, la capacidad de reconocer el ingenio dramatúrgico, la interpretación actoral; estos elementos de ningún modo pueden faltar en las narrativas devenidas espectáculos.

Las ficciones están abiertas a situaciones e incertidumbres que requieren de la inteligencia alerta para comprender mensajes, intertextualidades que interpretan al usuario de los medios, le transmiten filosofías carentes de inocencia.

La TV establece relaciones de complicidad, cercanía, en las cuales poco reparamos, aunque siempre está ahí, hablándonos mientras nos mira a los ojos y entra en nuestra intimidad sin recato. En ella, predomina la sensación de inmediatez, la posibilidad de expresar lo cotidiano.

Es imposible desarrollar la cultura contemporánea sin los públicos masivos. Con independencia de los diferentes modos de ver y apreciar de la familia, esta debe continuar discriminando entre los productos comunicativos, seguir inmersa en un proceso dinámico que hasta a la industria toma por sorpresa. Los valores culturales, formativos, nunca pueden ser desplazados, pues desde la niñez le dan sentido a nuestra existencia.

 

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