La telenovela Entrega y la serie LCB: La otra historia ofrecen dos interesantes miradas a la historia nacional

Vista más allá de la consecución de hechos que condicionan el presente, hoy la pequeña pantalla cubana ofrece dos interesantes miradas a la historia nacional a través de los dramatizados: uno, la telenovela Entrega, y el otro, la serie LCB: La otra historia.

De muy buenas facturas en cuanto a las puestas en pantalla, estos audiovisuales, desde sus contextos, rescatan el trabajo en exteriores, lo cual acentúa la veracidad y el necesario realismo que el televidente espera de tales producciones. Un uso de la cámara para privilegiar los primeros planos, especialmente en LCB, hace que el lente actúe como un personaje más. También ese elemento refuerza el valor de un discurso directo, por el que el televidente clama para interactuar con el universo que le muestran los numerosos personajes de la serie.

Propuestas sustentadas en sólidos guiones y una dirección distinguida por la cautela y la exactitud, “abrazan” la historia en horarios estelares sin dejar el sabor del cansancio. Entrega se ha ganado al espectador, y si bien la línea policial paralela al eje central ha ido tomando un espacio importante y cierta independencia, es válido aplaudir que no atenta ni distrae el eje central de lo narrado, aun cuando podría hacerlo. Está bien escrita la novela y contiene los elementos necesarios para mantener el suspenso; no obstante, el guionista Amílcar Salatti no pierde el tino ni se deja llevar por las hojarascas, pues sigue ponderando los conflictos del joven maestro, empeñado en impartir la Historia como un hecho vívido, presente y atractivo.

Desde la lograda presentación, que simula la escritura en una pizarra, con las frases situadas debajo del asunto a modo de síntesis del pensamiento martiano, aparece la primera llamada de atención sobre cuál es el verdadero sentido de la telenovela. Resulta plausible que en ella se muestre, desde todas las aristas posibles, una necesaria respuesta ética ante la vida, por tanto, todas las frases cortas, a modo de sentencia, rigen el estilo y el rumbo de la narración. Es de observarse que, también dentro de ese contexto, el protagonista dialoga sin frases hechas o prestablecidas, lo cual aleja cualquier posibilidad de recurrir al “teque” como una propuesta elocutiva.

En el caso de LCB, por contar una lamentable etapa de la vida de la nación al inicio de la Revolución cubana, el espectador, desde el principio conoce el fin de la historia narrada; sin embargo, cada capítulo anuncia nuevas problemáticas que no dejan de estar hilvanadas con otras anteriores. Con un detallado trabajo sicológico, los personajes, siempre inmersos en situaciones límites, trascienden lo épico para adentrarse en los enredados vericuetos de la ética. De ahí que aparezcan en la pantalla los seres humanos en toda su magnitud.

Por supuesto, entre los antihéroes recibe aplausos especiales Aramís Delgado, como un inmemorable bandido, y dentro los positivos, agradecemos el guajiro rellollo al estilo de Osvaldo Doimeadiós.

Constituye este texto una primera aproximación a sendas propuestas televisivas que han logrado recrear con acierto la historia desde la televisión. Aún quedan por ver varios capítulos, pero desde ya es perceptible el logro exitoso de la aceptación consiente y la asimilación, también creativa, por parte de los televidentes.

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