Durante décadas, el espacio aventuras fue uno de los más populares y seguidos por grandes y chicos, debido a sus épicas historias, peripecias y memorables actuaciones; un espacio que en muchas ocasiones tuvo el buen tino de adaptar obras cimeras de la literatura universal de todos los tiempos.

Muchos de los niños y adolescentes que crecimos viendo las aventuras cubanas nos acercamos a la lectura gracias a este espacio. El interés de seguir navegando por los mundos del Capitán Nemo, Robin Hood, Sandokan o Edmundo Dantés, nos arrojó irremediablemente a las páginas de los libros donde vivían dichos personajes. La aventura no terminaba entonces al acabarse la serie, sino que continuaba en nuestros tiempos de lectura y nuestra imaginación.

Por conocidas razones, el espacio fue desapareciendo de nuestras pantallas paulatinamente, y ese primer estímulo audiovisual de buscar nuestros personajes favoritos a través de los libros se fue perdiendo.  Aunque, sin la posibilidad de realizar nuevas aventuras, nuestra televisión aun cuenta con un nutrido archivo de series memorables, muchas de ellas versiones de grandes obras de la literatura.

En los últimos meses, el canal Cubavisión nos ha regalado un reencuentro audiovisual con una de las historias más versionadas, leídas y citadas de la literatura universal. El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas, ha regresado a nuestras pantallas gracias a la versión cubana de 2002. Nuevamente la injusticia, la envidia y el oportunismo político, en tiempos de Bonaparte, son los encargados de encarcelar a Edmundo Dantés por 14 años, en el castillo de If, para luego escapar de allí con ayuda del Abate Faria, y así convertirse en El Conde de Montecristo, quien cobrará venganza de todo aquel que le hiciera daño en su pasado.

Con un resultado visual discreto y lleno de imprecisiones históricas en rubros como vestuario, escenografía y dirección de arte, la aventura sale airosa gracias a sus dos grandes pilares: el guion y las actuaciones. Estos dos rubros son los que mejores responden a las exigencias del género, y nos hacen disfrutar del material pese a evidentes deficiencias productivas.

La versión para televisión del dramaturgo Freddy Artiles respeta la esencia narrativa de la novela, a la vez que se encarga de expandir las subtramas y las motivaciones internas de los personajes. Las actuaciones, en su gran conjunto, son de un altísimo nivel, aunque también se aprecian interpretaciones débiles y carentes de oficio.

Volver a disfrutar de esta aventura no ha hecho otra cosa que ponernos frente a una realidad de nuestra televisión: se necesita apostar por dramatizados que estimulen el hábito de la lectura y el interés por la historia.

En momentos de carencias y dificultades productivas, es impensable la posibilidad de rescatar el género aventuras, más si esto implica recrear épocas pretéritas e impresionantes ambientes; pero apostar por la magia de la literatura siempre será una ganancia. Las ganas de crear y la inventiva de nuestros artistas han sido claves en otros tiempos para encontrar soluciones coherentes a nuestra realidad.

Mientras tanto, nuestras más jóvenes generaciones vuelven a disfrutar por estos meses de una tele-aventura llena de emoción, peripecias y talentosos intérpretes; muchos niños ya se hacen capas con sábanas viejas, espadas con pedazos de palos, y otros tantos buscan el libro de Dumas para seguir con la aventura.

 

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