Volver sobre los pasos de un género que por décadas contribuyó al entretenimiento, espiritualidad y formación de los más pequeños de casa, no es un hecho fortuito. A los recuerdos del pasado también se llega con la intención de construir un mejor futuro, y si de nuestra televisión se trata, su luminosa historia siempre nos tiene reservados múltiples caminos de creación y rigor artístico.

El espacio de las teleaventuras cubanas, ese que durante décadas sentó a toda la familia frente al televisor, estaría cumpliendo este 2023, sesenta años de existencia. Por desdicha las aventuras fueron desapareciendo, casi sin darnos cuenta, de las ofertas televisivas. Los cambios tecnológicos y el contacto cada vez más inmediato con materiales foráneos apresuraron la caída al vacío de un género caro, complejo y necesitado de mentes creativas y sensibles.

En la década de los 2000 se hizo un esfuerzo enorme por parte de la televisión, con el objetivo de no dejar morir el espacio. Con mayores o menores aciertos artísticos, las teleaventuras de aquella época revisitaban obras de la literatura universal o usaban el recurso del remake, para volvernos a contar historias que habían calado en los corazones de varias generaciones.

Ciencia ficción, fantasía y otros subgéneros nacidos desde la modernidad coqueteaban tímidamente, gracias a los argumentos creados por los guionistas. No siempre se lograban buenas obras, pero prevalecía la necesidad de probar fórmulas y asumir riesgos creativos.

Tal empeño en no dejar morir un género, nunca fue un capricho; fue en todo caso una necesidad sociocultural de traspasar por vía de la comunicación, importantes valores y enseñanzas a nuestros niños y jóvenes.

Pero realizar de manera continuada materiales tan demandantes productivamente hablando, desde una televisión pública con recursos limitados, se hace insostenible; aún más si tales productos entran en una no muy ventajosa batalla con obras foráneas, vestidas con mayores presupuestos económicos y estéticos.

Muchos son los que confunden al género Aventuras con las teleseries juveniles, y aunque parten de búsquedas artísticas semejantes, son formatos con estructuras, misiones socioculturales y audiencias diferentes. Aunque muchas series juveniles puedan tener un costado aventurero, esto no las convierte en una aventura; en el tono y los referentes de ambos géneros está la diferencia.

Si bien, el espacio Aventuras tal cual lo conocemos, sería imposible de rescatar por las consabidas carencias económicas que también afectan a las producciones televisivas, no sería descabellado pensar en variantes del género que resulten más viables y atractivas para el público al que está destinado.

El recurso de las series por temporadas podría funcionar en una nueva concepción del formato, entendiéndolo como un producto muy dependiente de las audiencias.

Las teleaventuras en Cuba pueden ser una gran odisea, si a las intenciones y los deseos no se le pone intelecto y creatividad; pero si las ganas de hacer y el esfuerzo colectivo de realizadores, guionistas, técnicos, productores y actores, son bien canalizadas, pueden emerger buenas historias e ingeniosas soluciones productivas, para así recatar el género que con más acierto aglutinaba a toda la familia en un mismo espacio audiovisual.

 

 

 

 

                                                                                                                

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