Hacer reír nunca ha sido fácil, mucho menos en tiempos de un consumo diferente de los contenidos. Plataformas digitales como YouTube, TikTok o el propio Facebook acorralan de tal manera a las audiencias con sus propuestas, que le ponen la contienda difícil a la televisión. En las redes se puede hacer un chiste de todo o casi todo, pero la televisión tiene sus reglas comunicacionales, que no siempre están en consonancia con el gusto popular.

Si a esto se le suma los escasos presupuestos para crear buenos proyectos, y cierto sentimiento de desidia en quienes hacen la televisión de hoy en Cuba, tenemos como resultado programas humorísticos con un futuro dudoso y muy mal recibidos por parte del público. Es este el caso de El último para reírse, un humorístico ubicado en las noches de los jueves por Cubavisión, con la clara intención de experimentar y reinventar un subgénero dentro del humor televisivo: el tele-chiste.

Muy funcional internacionalmente en las décadas de los 80 y 90, el tele-chiste tiene sus propias reglas. ¿La más importante de todas?: ser conciso. Pero hay otra regla que no está escrita en ningún manual y que es infalible: contar con un buen elenco de actores.

Aunque el programa está conformado por grandes humoristas que han privilegiado con su presencia a la televisión durante décadas, el desnivel histriónico de El último para reírse es evidente, pues son muchos “los nuevos rostros” que no saben encausar de la mejor manera sus intervenciones. Tampoco es que el guion los ayude mucho.

Los guiones del programa elaborados por “demasiadas manos” no siguen una línea clara; intentan romper esquemas dentro del género, pero logran todo lo contrario. El resultado es una mezcolanza de estilos humorísticos, donde se deja a un lado la concreción del tele-chiste clásico, para probar con una suerte de sketches o secciones “parásitas” que no funcionan.

Todo es forzado, falto de gracia y desfasado en el tiempo, pese a las claras aspiraciones de conectar con un sector más juvenil; pero no creo que algún joven se sienta atraído con los mismos chistes de hace 10 años, diluidos en el mal empleo de la estructura.

René Suárez Ramírez, su director, lleva consigo todo lo aprendido en la academia, e intenta volcarlo en este espacio, que, pretendiendo ser muchas cosas a la vez, termina siendo nada. Es cierto que hay un mejor uso de los planos, la fotografía y hasta de la ambientación; pero hay desconocimiento del género y un uso fallido de los tonos.

El mayor desacierto de El último para reírse es la negación del tele-chiste; “un gato por liebre” audiovisual que el público no ha perdonado, pues esperando del programa una cosa, ha recibido otra muy distinta y poco atractiva.

Quizás la opinión popular ayude a que este nuevo proyecto encuentre su rumbo pronto, podando secciones innecesarias e intervenciones actorales para nada risibles. Quedarse con lo mejor y más rescatable de este humorístico tal vez haga el milagro, y algún sector de la población decida hacer la cola y pedir… El último para reírse.

 

 

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