
Si bien los cubanos ven los culebrones de México y alimentan la piratería en los portales llenos de vendedores de discos, nunca esperan la misma calidad en cuanto a contenido, ni miden con la misma vara una producción importada que una de factura nacional. Las exigencias con respecto a estas últimas son mucho mayores.
Lo que llamábamos telenovelas hasta hace poco, parece estar perdido en un laberinto de paradigmas, pese a los intentos de rescate. Los realizadores argumentan conceptos socorridos en extremo para decir que no se trata de una telenovela en un sentido estricto, es más bien una teleserie… Sucede que la mayoría del público cubano, a fuerza de costumbre, seguirá reconociendo al dramatizado emitido por Cubavisión, aproximadamente a las nueve de la noche y de lunes a sábado, como “la novela”.
Dejemos la clasificación y el etiquetado para las reuniones técnicas. Tales explicaciones no son la respuesta satisfactoria para unos televidentes cuya preocupación no se centra en si ven una telenovela, una teleserie o un teleteatro, sino en la calidad y capacidad del producto para satisfacer sus expectativas.
La gente ya no habla como antes de las novelas cubanas. La última producción que recuerdo haya generado un debate espontáneo en el público, fue Bajo el mismo sol, con Ketty de la Iglesia, Blanca Rosa Blanco y Daylenis Fuentes en los roles protagónicos.
A partir de entonces, los medios de comunicación lanzan artículos, comentarios, entrevistas y un poco les recuerdan a las personas la existencia de la producción nacional de turno.
El silencio y el nihilismo han ido ganando espacio, de manera paulatina, en un gran número de televidentes.“Pasarás por la tele sin saber que pasaste…”, escribiría José Ángel Buesa si le tocara describir la situación actual.
Ejemplos válidos de trascendencia hay, y no precisamente la siempre mencionada Tierra Brava. Todavía, cuando hablo con alguien sobre los dramatizados cubanos, sale a colación La cara oculta de la luna.