Si un género televisivo grafica con precisión el entramado sociocultural y espiritual de los territorios que lo consumen, ese es la telenovela. Derivados de la radionovela, que a su vez parte del folletín impreso, los culebrones televisivos nacieron con la sobrenatural capacidad de activar resortes emotivos en los públicos, en una suerte de empatía colectiva que marcó lo que hoy denominamos fenómeno de audiencia.

Mucho se ha discutido qué país fue el pionero en la producción del género. Para algunos está claro, pero para  quien tenga  dudas, hay una verdad incuestionable: la telenovela es un formato latinoamericano. Se siente en las historias, en las motivaciones narrativas, y en la ampulosidad con la que son construidos algunos personajes y situaciones.

El culebrón televisivo es un género de excesos, donde cabe todo tipo de experimentación, siempre y cuando sea hecha con gusto y mesura. Cada país lo ha sabido adaptar a sus necesidades culturales y ha potenciado diversos rasgos según el interés o la pertinencia socio-histórica de la obra. 

Grandes emporios de la comunicación hicieron de la telenovela, desde los años fundacionales, su producto estrella. La comercialización a diestra y siniestra, sumada a la juventud de la televisión como medio, propició que las facturas y calidades dramatúrgicas no siempre fueran las mejores. Los lugares comunes e historias parecidas se hicieron recurrentes, pero mostraron efectividad para una audiencia doméstica empeñada en escapar, por un unos instantes, de sus realidades.

Esa fue la carta con la que las televisoras, los guionistas y estudiosos del género comenzaron a jugar. Ya la fórmula había sido más que probada en la radio y ahora la telenovela reafirmaba su eficacia, por lo que usarla una y otra vez, era tan solo la manera de moldear la arcilla de un recipiente infinito, sin fondo; al menos fue lo que se pensó por más de cuatro décadas. Desde los años sesenta hasta los noventa, el formato se comportó inalterable, con ciertas adecuaciones según la región, pero con la misma premisa melodramática: el bien vence al mal y los justos serán recompensados.

Televisoras de la talla de Televisa (México) o Rede Globo (Brasil) potenciaron la exportación de sus productos, logrando llegar a un impresionante número de países. Ni barreras culturales, idiomáticas o religiosas impidieron que la telenovela hiciera soñar y suspirar a millones de espectadores por todo el mundo. Que fenómenos audiovisuales contemporáneos como los doramas o las series turcas tengan el alcance con que cuentan hoy, es producto de esa exposición desmedida de las telenovelas latinoamericanas. Con tonos y objetivos discursivos diferentes, estas variantes regionales del género, entraron a la competencia en un momento donde los tópicos se sentían desgastados y las audiencias tradicionales comenzaban a disolverse, desplazarse a otros modos de entretenimiento.

Productos audiovisuales como los realitys, las series limitadas o los contenidos de plataformas como Youtuve o TikTok, son, en la actualidad, competencia muy fuerte para la telenovela, tal cual la conocemos. En vista de estos cambios en el consumo, el culebrón se ha querido adaptar a los tiempos, reduciendo la duración de las producciones y así abaratar costos, adquirir apariencia de otros formatos  y entrar en el mundo del streaming.

Todo esto pudiera hacernos pensar que el género sufre una crisis irrecuperable, pero tal vez solo sea el camino natural de un fenómeno cultural diseñado para absorber todo lo que encuentre a su paso. El ser humano necesita hallar en el arte la representación de emociones tan íntimas como el amor o el deseo, y ahí la telenovela sigue teniendo el número uno.

Cuba, alejada por mucho tiempo de las fórmulas más tradicionales del género, ha vuelto (con cierta discreción) al camino de los melodramas clásicos, con protagonistas reconocibles, historias vibrantes y situaciones que rayan en lo inverosímil, como todo buen culebrón que se respete. Cierto es que las facturas y las soluciones productivas no son las mejores, pero a diferencia de décadas anteriores, el público cubano está prefiriendo las novelas del patio  por encima de las extranjeras. A eso ha ayudado la retroalimentación de las redes sociales y la generación de contenido aleatorio referente a los productos.

Pensar entonces en una crisis del género no es del todo correcto. Estamos simplemente presenciando un cambio de paradigma, una adecuación cultural de los contenidos, a la que le está faltando equilibrio, mayor estudio del fenómeno. Mientras existan espectadores atrapados por la magia del amor y las intrigas folletinescas, habrá telenovela para rato, aunque cambien ciertas reglas.

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