En estos días, a través del correo electrónico, que cada vez se va consolidando como una tribuna de opinión muy eficaz, pero lamentablemente limitada, claro, estorbada por anuncios idiotas y propaganda excesiva, he estado leyendo críticas fuertes que expresan descontento desde los Lucas, la programación musical en general, hasta la separación cada vez más habitual de entidades artísticas que tienen como repertorio buenas piezas, pero no de amplio y entusiasta consumo, en lugares de actuación en vivo.

Como el país camina hacia un nuevo ambiente de cambios y modalidades diferentes, creo que puede ser útil mencionar algunas consideraciones a guisa de información que incluye algunos criterios personales o que representan consenso de opiniones entre colegas de oficios alrededor de la música.

 

Empezando por la radio y la televisión y tratando de separarnos de la sentencia que se oye hasta en los pasillos del propio organismo, de que “el ICRT no tiene remedio”, hay que tener en cuenta algunos detalles de gran peso, que inciden en la programación.

Con los famosos premios Lucas, lo primero que habría que reconocer es el gran talento de Orlando Cruzata que ha creado un espectáculo que posee uno de los mayores ratings del país, y comprender el hecho de que el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT) posea un programa que concentre la audiencia entre tantas quejas y feroz competencia de los privados que alquilan videos, es algo a defender a capa y espada para el organismo, pero ¿de dónde saca los videos?

La mayoría —sin datos estadísticos serios y valga la aclaración— de los video clips que se hacen, no son producto de una entidad comercial oficial, o sea, de una disquera —que siguen promoviendo este tipo de audiovisuales, por supuesto— sino de los propios artistas, que contratan a los realizadores, por regla general independientes, que poseen equipos propios, a veces de mejor calidad o similar a los de empresas oficiales y dan servicio que también por regla de la vida, en la mayoría de los casos, adaptan su creación a las exigencias del artista, por el proverbial enunciado de “el que paga manda”, aunque hay realizadores que no hacen concesiones e imponen su criterio creador, que son aquellos que han logrado o van logrando un prestigio en el medio. Puede que haya en ese punto una relación entre realización audiovisual y calidad de la pieza y/o artista en cuestión.

Lo mismo pasa con los discos, ya existen en Cuba una nutrida —y podemos llamarle así— cantidad de estudios de grabación particulares, mucho más baratos que los oficiales y con una aceptable calidad gracias al maravilloso mundo digital, que no solo perjudica a nuestras disqueras y estudios estatales, sino que destrozó el negocio del disco en el mundo, obligando a los grandes “tigres” del fonograma a refugiarse en Internet a vender por tracks, medio que ignoraron al principio, cometiendo un craso error.

Como en nuestra maravillosa Isla no hay disqueras ni cadenas de distribución privadas o “por cuenta propia” hoy en día, porque ya no queda prácticamente ninguna de las firmas extranjeras que hubo en una época ni se puede fabricar y/o vender directamente el producto a las tiendas, la moda es que el artista llega directamente a nuestras disqueras oficiales con la matriz terminada (y en algunos casos el diseño) y negocia un precio por su producto y por lo general, ese gesto que significa un alivio para los exiguos presupuestos de las disqueras, que le permiten pagar un anticipo y mandar a fabricar para pagar según el por ciento de regalías contra ventas acordado con el artista sin los gastos de estudio y talento artístico, o sea ya viene el producto listo para la fábrica y la empresa tiene un producto más para la anhelada meta de lograr ingresos que la economía exige.

Sobre todo los artistas más populares, que son los que más ganan y por tanto, los que tienen mayores posibilidades de costear su propio disco, aunque siempre va a haber otros que a base de ingenio, sin grandes recursos lo logran, cuando le ofrecen un precio razonable a una disquera que entiende que puede sacarle producto y obtener prestigio por tener una estrella, ya sea en ciernes o lograda, simplemente “le parte el brazo” para decirlo en buen cubano.

¡Ah! Pero no hay que olvidar que es una matriz compuesta y diseñada al gusto del artista, donde los especialistas de Arte y Repertorio de las disqueras no indujeron ideas, ni ofrecieron piezas de su editora musical, como debieran hacerlo, lo que no quiere decir que lo hagan, en fin no establecieron política, porque ya la matriz está terminada, algunas con buen tino, acertadas y otras contrarias a la intención o línea de trabajo cultural de esa disquera, que siempre va a estar presionada por los organismos superiores para que ingresen más.

La mayoría de esos discos también vienen con su vídeo clip que puede estar incluido en el paquete de negocios con la disquera que acuerde el artista, pero no siempre es así, por tanto, ¿qué hacen?, se los llevan al Lucas, o Clip.Cu, donde lo ve una audiencia realmente numerosa, aunque sea una o dos veces con aquellos que no “caminan”. Los otros, los que se pegan, reafirman o proyectan la popularidad del artista, que se revierte no en la compra de discos, porque aún el poder adquisitivo y la posesión de aparatos reproductores son factores demasiado lejanos de nuestra realidad, pero sí inciden en la popularidad que puede traer el anhelo de cerrar por capacidad las puertas de los numerosos night clubs que constituyen el fuerte de las presentaciones en vivo, además de los bailables en el caso de las orquestas.

También contribuye a llenar los teatros, pero eso es otro asunto que hemos tratado acerca de los precios de concurrencia de las entradas y los costos de un espectáculo (1), donde la inmensa mayoría de las veces no hay ganancias y ni siquiera recuperación de la inversión, al punto que la opinión de los especialistas en el campo, abogan por la subvención de este tipo de espectáculo, que viene siendo el último reducto de un guión y espectáculo musical muchas veces bien concebidos, donde trabajan varios artistas, además de los cabarets que hoy en día funcionan para obtener divisas de los turistas y el por ciento de cubanos es ínfimo por un problema elemental de precios.

Los night clubs o centros nocturnos sí funcionan bien, pero ¿cuándo? Cuando tienen un artista que garantiza lleno completo, capaz de superponer al público el deseo de verlo a la inversión en  unos doscientos pesos por pareja entre el cover (50 pesos por persona) y un modesto consumo en CUC.

Nosotros tenemos ofertas artísticas que tienen calidad de sobra y poder de convocatoria para llenar esos lugares, y también tenemos otros artistas cuya oferta es totalmente conveniente, pero para un público determinado. Su oferta no llega a un primer nivel de preferencia, por mucha calidad que tengan, para decirlo de alguna forma, pero que debe ser interés de los organismos de la cultura promover y mantener esas intenciones, esas ofertas, máxime si se tiene en cuenta que una gran cantidad de esos centros nocturnos pertenecen al aparato de cultura. Por otra parte hay artistas cuyo mensaje es repudiado por el buen gusto, pero desgraciadamente repletan los lugares y dan las indispensables ganancias a las empresas.

Entonces ¿qué hacer? Hay personas que han llegado a la conclusión de que lo mejor es resignarse, y dar la batalla de la cultura por perdida, pero no debemos aceptar esa posición como realidad sine qua non final o absoluta.

En primer lugar, hay que tener en cuenta que los que mandan en esos lugares son los gastronómicos, que por regla general, lo que quieren con una innegable razón que  otorga el día tras día, es ver lleno el lugar, por lo tanto, lo que menos importa es el contenido cultural, sino la propina o las oportunidades de hacer dinero “por arte de magia” que da el espectáculo nocturno en esos lugares, asunto que sería sano enfocar en un artículo, porque no se trata solo de artistas, hay muchas cosas a tener en cuenta.

Por tanto, son los organismos rectores los que tienen que incidir en la programación y cambiar las cosas, porque en la mayoría de los lugares el artista que no atrae gente de plata, se va, pero por una necesidad cultural hay que seleccionar un grupo pequeño de lugares donde la gente de sensibilidad y buen gusto, la gente que aboga por la cultura  y no está de acuerdo con el entretenimiento grosero y barato, en ese circuito, el gastronómico que no esté de acuerdo por no ver negocio, o el administrativo que sea, es el que se debe ir, no el artista. No es cierto que no haya público para ver trova, por ejemplo, eso lo demuestran los nuevos trovadores como Tony Ávila, Ray Fernández, Descemer Bueno, Kelvis Ochoa, Carlitos Varela, Frank Delgado y muchos más. Intérpretes de bien escogido repertorio también tenemos, pero no tenemos especialistas y gente que sepa —quizás por la velocidad con que cambian los administradores desde la empresa hasta el establecimiento— y pueda cumplir un proyecto cultural con la indispensable paciencia para lograr una costumbre de asistencia estimulada por una inteligente campaña publicitaria.

Existe una mescolanza de programación que no resulta; cuando El Sauce empezó, tenía un lema: “Territorio libre de reguetón” y siempre se repletó, demostrando que no era moda absoluta o único recurso y entre otras cosas por ser de los primeros en poner en moneda nacional el cover, del cual sale el cobro del artista. Por cierto, 50 pesos, que como quiera que se traduzcan a dos CUC, pesan en el bolsillo del cubano, así que hay que pensar que ese precio y más aún vale para las estrellas, las que tienen ya poder de convocatoria, a los otros habría que pensar en bajar el cover, que daría una cierta posibilidad de atraer más público y la empresa no se ve afectada porque el cover por lo general es para el artista, que tiene que aspirar  a lo que es capaz de convocar en su camino a la demanda o popularidad.

En fin ¿Quién dice que todo está perdido? Pero hay que romper esquemas, dejar florecer iniciativas y los orientadores del gusto popular, es decir, las empresas, institutos y ministerios invertir en crear filiaciones estéticas hacia lugares con una  programación acorde a los principios que soñamos.

Partiendo del principio de respetar el trabajo de todo el mundo, es una necesidad ir analizando seriamente la sustitución de cuadros que no tienen la agilidad, cultura y preparación suficiente para si bien no desaparecer el mal gusto, fomentar actividades que enaltezcan nuestra leyenda y forma de ser.

 

Nota

(1) El espectáculo musical en los teatros de La Habana, en Cubarte, julio del 2013.

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