La visita a Salvador Wood, por sus 87 cumpleaños, constituyó una reverencia necesaria a la trayectoria artística del actor
Debo confesarlo: no estaba preparado ese día ni a esa hora para un encuentro con uno de los actores más sobresalientes de los medios audiovisuales del país.
Estaba tan ensimismado en trabajos atrasados y compromisos de última hora, que me tomó por sorpresa la llegada a mi oficina de Marilyn García, especialista en Relaciones Públicas de la Televisión Cubana, para pedirme que la acompañara a la casa de Salvador Wood, en una visita por su 87 cumpleaños, sucedido el pasado 24 de noviembre.
De veras me sentí motivado. Y presionado. ¡No supe qué hacer! Eran casi las tres de la tarde y la salida hacia La Habana del Este sería aproximadamente dos horas después. Finalmente ajusté mi tiempo, hice par de llamadas y accedí a su petición.
Me había comentado que se trataría de un encuentro informal con el actor, sin grandes pretensiones, preparado por la Dirección de Comunicación de la Televisión. Un ramo de flores, un cake, una corta felicitación y unas palabras de reconocimiento serían nuestras cartas de presentación.
Respiré tranquilo al saber que pude, en pocos minutos, dejar arregladas las cosas para asistir al encuentro. Me sentí sereno y, en cierto modo, orgulloso de saber que contribuiría a alegrar aquella tarde - noche al Martí o al Finlay que una vez encarnara el actor.
El aire molestaba un poco casi a la hora de partir. La temperatura no era muy cálida. Tras esperar unos minutos por Caridad Rojas, directora de Comunicación de la Televisión, finalmente, el chofer de un pequeño auto del Instituto Cubano de Radio y Televisión avanzó con nosotros por las avenidas habaneras.
Si no hubiera sido por la búsqueda casi laberíntica del lugar donde recogeríamos aquel cake de merengue negro –primera vez que veía eso– seguramente habríamos llegado más temprano a Cojímar. Pero la hora no interesaba. Importaba más la sorpresa que le daríamos a Wood. Y, más que todo, la alegría que le daría vernos allí para cantarle “Feliz cumpleaños”.
Cuando llegamos ya nos esperaban unas damas que cuidan de los años trabajados de Wood. Después de cruzar la pequeña entrada que accede a un jardincito casi imperceptible, vimos al hombre, muy modesto, sereno, vital, y con una sonrisa jovial a flor de labios.
La casa de Wood es acogedora y muy propia del carácter del actor: sencilla y sin grandes ínfulas o alardes innecesarios. Así debió haber sido su vida, pensé. Y reflexioné en que la grandeza de un hombre está en esas pequeñas cosas que hacen gigante la vida. Una existencia como la de él: con unos 87 años que no dejan de contar historias o transmitir emociones.
Wood es un hombre con una mente clara todavía. A esa edad es difícil suponer la posibilidad de describir circunstancias, detalles, cifras, nombres, lugares, colores, olores…
Sin embargo, uno queda asombrado ante una mente juvenil, que dispara datos sin titubear, con una voz firme y tranquila, que deviene testimonio incansable para todo aquel que pretenda escuchar anécdotas conmovedoras.
La verdad es que nunca llegamos allí con la intención de fatigar sus años recién cumplidos, sino de reconocer al hombre y al actor. Pero fue inevitable que nos contara sobre su trayectoria en la radio y la televisión, pasando por el teatro y el cine.
¡Cuán grato fue conocer que un hombre, solamente a prueba de talento y esfuerzo, pudo colocarse entre las primeras figuras de la actuación cubana! ¡Cuán bello privilegio poder estar allí, en su casa, en su más íntimo regazo, compartiendo intimidades, logros, frustraciones!
Normalmente, los actores suelen ser muy expresivos. En eso consiste, a veces, el secreto de su profesión. Pero descubrí, a través de Wood, que no hace falta un derroche de histrionismo para transmitir buenas ideas o narrar vidas profesionales.
Wood es muy calmado a la hora de hablar. Y aunque por ratos parece que va a olvidar una idea, lo cierto es que pequeñas pausas significan la búsqueda de la palabra certera o el dato correcto.
Gusta hablar con este hombre que da lecciones de vida a cada minuto. O sugiere la mejor manera de ser profesional. O enseña cómo mejorar nuestra condición de seres humanos.
Habló de su vida personal, de su esposa Yolanda, de sus hijos, de su carrera, de los retos de ser actor, de los aciertos y desaciertos de la televisión cubana. Lo hizo sin miedos ni tapujos. No faltaron las críticas o los reproches. Su visión fue una carga de sentimientos que nos hizo perder la noción del tiempo.
Ya era tarde cuando salimos de allí. La brisa batía fuertemente sobre nuestros rostros cuando abordamos el camino a casa. Estábamos cansados. Al menos, yo me sentía así. Pero estaba feliz, satisfecho por haber invadido su hogar, sin más armas que nuestras sinceras intenciones de reconocer el trabajo de tantas décadas al frente de cámaras y micrófonos.
Nos fuimos con la deuda de hacerle sentir la satisfacción más completa. Porque a pesar de todo, falta mucho por reconocerle a este hombre en lo que le queda por vivir.
Si bien, reitero, no estaba preparado ese día ni a esa hora para un encuentro con uno de los actores más sobresalientes de los medios audiovisuales del país, ¡bendita suerte la de ese día!