Cuando crece la influencia de la industria hegemónica del entretenimiento, esfuerzos como el Programa para el Fomento de la Cultura Audiovisual no solo pueden ofrecer a nuestra gente el instrumental analítico imprescindible, sino, además, promover modelos de disfrute cultural en los cuales placer y emancipación no sean polos antagónicos

Unos días después de clausurado el 37 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, todavía persisten en nuestra memoria las largas colas de la gente ante las salas, desafiando la lluvia, envueltos en no pocos forcejeos, y todo para ver una película. Lo rememoraba el pasado 16 de diciembre Roberto Smith, presidente del Icaic, en la sala Villena de la Uneac.

Convencido de la rigurosa selección que había tenido la programación del Festival, a Smith le parecía extraña esta «realidad que contradice nuestra percepción sobre el deterioro del consumo cultural y, en particular, del audiovisual»; principal asunto que motivó que la Comisión de Cultura y Medios de la Uneac, encabezada por la periodista y realizadora Magda Resik, convocara, en primera instancia, a cineastas del prestigio de Eslinda Núñez, premio nacional de Cine; Manuel Herrera, Jorge Luis Sánchez, Alejandro Gil y Rigoberto López, quien preside la Muestra Itinerante de Cine del Caribe; además de a un grupo significativo de críticos, promotores, investigadores, miembros del Secretariado y de la Asociación de Radio, Cine y Televisión de dicha organización.

Participaron asimismo en el taller representantes de las distintas entidades implicadas en la puesta en marcha del Programa para el Fomento de la Cultura Audiovisual, cuyo análisis sirvió como punto de partida para la realización de un intenso intercambio que propició un fructífero debate cultural.

El Programa... constituye un esfuerzo por frenar la influencia en nuestra sociedad de películas, series y otros materiales audiovisuales de pésima calidad, cargados mayoritariamente de mensajes colonizadores, pro capitalistas y en ocasiones degradantes, a partir del ofrecimiento al receptor de un instrumental analítico imprescindible para enfrentarse a la avalancha de la industria hegemónica del entretenimiento.

Entonces, el Programa aspira a desarrollar como alternativas el acceso a obras genuinamente artísticas, a establecer y resaltar las jerarquías en medio de lo que el cineasta Jorge Luis Sánchez calificó como «el caos», y a promover modelos de disfrute cultural en los cuales placer y emancipación no sean polos antagónicos.

Al autor de películas como El Benny y Cuba Libre le preocupa también el desamparo que, en términos espirituales y culturales, acompaña a la población de los barrios marginales. «A esas personas que viven en las periferias, ¿cómo les llega la vida cultural?, ¿Qué puentes establecen con la cultura? ¿Vienen a la calle Línea a disfrutar del teatro, van a la Cinemateca, asisten a una exposición? ¿Qué ven? La televisión, si la tienen. No estoy muy convencido de que posean computadoras o equipos para ver el “paquete”...

«Y en esas circunstancias: ¿qué películas nuestras: las más buenas, las regulares o las peores, se llevan a discutir a fábricas, a escuelas, a comunidades...? Eso es tan saludable: combate por una parte la fatuidad y la vanidad que muchas veces tenemos los realizadores, y por la otra nos obliga a mover ideas, a propiciar esos debates culturales que tanto aportan».

Jorge Luis Sánchez narró asimismo una anécdota reveladora (cómo una persona adicta al reality show Caso cerrado se molestó cuando él trató de explicarle que lo que veía era una farsa) y preguntó cuándo íbamos a mostrarle a nuestra gente los mecanismos engañosos en que se fundamentan estos espectáculos. Fue entonces cuando se hizo público el proyecto que llevan adelante el Mincult y el ICRT con el dibujante y realizador Jorge Oliver (Cuadro a cuadro, Las aventuras del Capitán Plin...) de preparar varios ciclos de programas televisivos con ese fin.

Otro reclamo del cineasta estuvo asociado al mal estado de los cines y a la urgencia de invertir en ellos, lo cual le permitió al ministro de Cultura, Julián González Toledo, ofrecer detalles de los pasos que da el organismo que dirige —aun en medio de graves limitaciones de recursos— para recuperar algunas de estas instituciones y abrir otras nuevas.

González puso como ejemplo el emblemático Cinecito del bulevar de San Rafael, ya restaurado y dotado del mejor equipamiento, así como otras ocho salas, muy modernas, en la capital (entre ellas, las cuatro del Complejo Cultural de Alamar próximo a inaugurarse), a las que se añaden 19 en el resto del país. Julián aprovechó para dejar claro que habrá una atención sobre la calidad de estos espacios».

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