Nuevas visualidades, tratamientos más desenfadados e integrales de los asuntos, análisis sobre aspectos poco abordados de la realidad, intentan atraer a los telespectadores

¿Show de Cristina o Entre amigos? ¿Caso cerrado o Jura decir la verdad? ¿La Voz Kids o Sonando en Cuba? Cuestión de gustos, ¿verdad? Pudiera incluso disfrutar de ambas propuestas, sin que una implique negar o desconocer a la otra. Que para gustos, colores. ¿Cierto?

Aunque un poco esquemático, el ejemplo anterior ilustra uno de los dilemas de las audiencias cubanas contemporáneas, asociado al llamado consumo cultural, en este caso, el de audiovisuales.

La aparición del denominado Paquete Semanal, compendio de cerca de un terabyte de información y contenidos audiovisuales –películas, series, novelas, shows, documentales, música, revistas y publicidad-, vino a poner en crisis –o digamos, transformó-, la manera en que los públicos se relacionaban con los tradicionales medios de comunicación.

Con la generalización en la isla del acceso a plataformas de reproducción como DVD, computadoras, teléfonos móviles, tabletas; unido al tímido, pero progresivo acceso a Internet y redes sociales, las personas abandonaron su “dependencia” informativa y de entretenimiento respecto a la radio, la televisión, e incluso el cine.

 A escala global, tanto los medios como los formatos para reproducir contenidos disímiles convergen cada vez más en esa mágica autopista que es la red de redes, a donde se puede acceder casi desde cualquier sitio, muchas veces de forma gratuita o a ínfimos costos y en tiempo real.

Ello no debiera implicar alarmas, teniendo en cuenta que forma parte del lógico e inevitable desarrollo de los medios de comunicación masiva, producto de las sucesivas y cada vez más vertiginosas revoluciones tecnológicas y científicas a nivel planetario. Lo que preocupa a muchos, sin embargo, es el uso que se da a esos medios alternativos y los contenidos que por ellos circulan.

La globalización, proceso económico, tecnológico, social y cultural a gran escala, además de interconectar mercados, sociedades y culturas, ha traído aparejado la hegemonía de discursos que tratan de homogenizar gustos, patrones, ideas.

Y tras ese afán de grandes transnacionales por la uniformidad de pensamiento y a veces (in)acción, se esconden aviesas intenciones –así lo demuestran numerosas investigaciones y artículos–, para crear individuos sin capacidad para discernir, conformes con el status quo y hasta fácilmente manipulables. En resumen: moldear a dóciles consumidores.

Este no es un asunto menor para Cuba, abierta cada vez más al mundo, al proceso de interdependencias y a las consecuencias, tanto positivas como negativas que de ello se desprende.

Pese a contar con un sistema de educación gratuito y de calidad, según reconocen organismos internacionales, estudios científicos comienzan a evidenciar preocupaciones sobre los comportamientos e imaginarios de varios segmentos de públicos, sobreexpuestos a productos comunicativos que promueven un modo de vida, moral, actitudes y valores culturales diametralmente opuestos a la idea de construir una sociedad socialista.

En junio de 2015, Abel Prieto, asesor del presidente cubano Raúl Castro, explicó en una entrevista con el diario español El País: “no vamos a prohibir cosas. La prohibición hace atractivo el fruto prohibido, el oscuro objeto del deseo. Estamos trabajando contra la ola de banalización y frivolidad, y no para prohibir sino para que la gente sepa discernir, sobre todo en el mundo audiovisual, porque la nueva generación es muy audiovisual”.

Aludió a una iniciativa estatal denominada Mi Mochila, una suerte de alternativa al Paquete Semanal, distribuido desde hace algo más de un año a través de los Joven Club de Computación y Electrónica.

No obstante, se constata una pobre distribución y falta de publicidad al respecto. Varios usuarios argumentan que la propuesta repite no pocos espacios transmitidos por la televisión nacional, mientras otros aseguran que Mi Mochila “es aburrida y el contenido cambia poco”.

Jerarquizar contenidos y realfabetizar

En abril de 2014, durante las sesiones del VIII Congreso de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), alrededor de 50 intervenciones analizaron las deficiencias de los medios en la promoción cultural, la jerarquización artística, los insuficientes espacios destinados al ejercicio de la crítica artística, específicamente de las artes visuales, al igual que la baja calidad de los guiones en diferentes espacios, incluidos los dramatizados.

Especial preocupación suscitó la persistencia de la banalidad, la chabacanería y la vulgaridad en espacios musicales y otros de la televisión nacional; al igual que la necesidad de una adecuada selección de las programaciones, que atienda a la calidad artística en los contenidos y el aspecto formal.

Ampliamente criticados resultaron los erróneos modelos de éxito individual y colectivo que promueve la televisión, el tratamiento muchas veces discriminatorio de la imagen de la mujer, personas negras o con preferencias sexuales no heteronormativas,  entre otros aspectos sedimentados por ideologías alejadas del proyecto sociocultural de la nación.

De igual manera, varias reflexiones apuntaron a la baja calidad de producciones musicales que inundan la programación, tanto radial como televisiva, con presentaciones grandilocuentes por parte de locutores, ajenos al verdadero talento o trayectoria de quienes suelen ser calificados como “grandes artistas” y hasta “maestros”.

En este sentido, insistieron en que las jerarquías artísticas no encuentran reflejo en la programación musical. Debe promocionarse el talento bajo la premisa de que el público reciba una propuesta diversificada y que pueda escoger, como un derecho natural. De esta manera, la televisión contribuirá efectivamente a la formación del gusto estético de la población, señalaron.

Más recientemente, Yisel Rivero, investigadora del Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello (CIDCC), abogó por incluir la apreciación para medios de comunicación dentro de los programas docentes, durante uno de los paneles del evento teórico de la XXXVII edición del Concurso Caracol 2015, de la Uneac, que sesionó del 4 al 6 de noviembre últimos en la capital.

La revolución tecnológica en los medios hace que los sujetos creen sus propias parrillas de consumo, por lo que, antes de escandalizarse o decretar prohibiciones, deben propiciarse investigaciones sobre los criterios de selección de dichos contenidos, reflexionó.

El presidente de la Uneac, Miguel Barnet, exhortó a los escritores “a abandonar sus torres de marfil y escribir para los medios”, como hicieron en su tiempo prestigiosos intelectuales como Enrique Núñez Rodríguez, Onelio Jorge Cardoso y Dora Alonso, y en la actualidad Alberto Luberta y Joaquín Cuartas, entre muchos otros.

Si bien reconoció el insuficiente estímulo salarial para quienes se enfrentan a la compleja labor de elaborar guiones para la radio y la televisión, insistió en que “debemos aspirar a un público mejor, por lo cual debemos insistir en una educación crítica, con contenidos reales que sean asimilados e inviten al gusto estético”.

En este sentido, la periodista especializada en temas televisivos Paquita Armas Fonseca, echó en falta espacios de crítica audiovisual, “donde acudan especialistas de distintos perfiles enfocados en la jerarquización de contenidos de acuerdo con su calidad ética y estética”.

Para Pedro de la Hoz, vicepresidente de la Uneac, “existe un déficit estético en la formación de las nuevas generaciones”, cuya solución, además de los medios, corresponde en primer lugar a la familia, la escuela y la comunidad. En este sentido, propuso fomentar el hábito de lectura “mediante la adaptación audiovisual de las mejores obras de la literatura”.

La radio y televisión no pueden esconder la cabeza en la arena e ignorar fenómenos que les son consustanciales. Aunque lentos, debido a los consabidos déficits económicos que afectan la toma de decisiones para afrontar no pocos y drásticas transformaciones, las programaciones comienzan a brindar síntomas de una voluntad de cambio.

Nuevas visualidades, tratamientos más desenfadados e integrales de los asuntos, análisis sobre aspectos poco abordados de la realidad, intentan atraer a un telespectador o un radioyente con el derecho de recibir propuestas amenas y de calidad, sin espacio para la vulgaridad, la frivolidad ni la inopia intelectual.

 

 

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