Valoraciones sobre la incidencia de relatos ficcionales en la formación de valores, actitudes y modos de ser en diferentes etapas de la vida

El llamado planeta medios vive una conmoción sin precedentes. Tenemos necesidad de perfeccionar las maneras de intervenir la información que se promociona y difunde por diferentes vías.

En la sociedad contemporánea lidera la pluralidad de códigos, lenguajes, que constituyen un flujo y reflujo informativo, aportan múltiples dinámicas a los procesos de lectura y, al unísono, facilitan cambios en esta práctica.

De hecho, prevalece una variación de sentido en las relaciones sociales, teniendo en cuenta los cambios en la tecnología, el desarrollo de las infraestructuras y el notable incremento de soportes no impresos.

Actores cubanos Luis Rielo y Enrique Molina

Por doquier los relatos ficcionales aportan diversos contenidos, fábulas, moralejas, que mediante relatos y personajes producen sensaciones, estas alcanzan su clímax en narraciones concebidas para explorar la dimensión afectiva del ser humano.

 

El distanciamiento físico por el bien social que impone la COVID-19 motiva a pensar en el otro ser humano con perspectivas tal vez nunca imaginadas. Obras clásicas y contemporáneas transmitidas por la TV revisitan las confrontaciones familiares, los bandos en pugna en lucha por el poder, la primacía económica, los conflictos generacionales.

Detractores de las ficciones audiovisuales no suelen reconocer su trascendencia comunicativa, ni la mediación cultural de la TV como institución que produce y reproduce sentidos sociales, propone mundos posibles aceptables o rechazados por los públicos. Desde la pantalla se aporta al conocimiento de la realidad y a la valoración de los sujetos de esa realidad, se reafirma la dimensión antropológica de la cultura en tanto un mundo heterogéneo, híbrido, donde confluyen repertorios populares, masivos, cultos.

Poco pensamos, o por lo menos no en su justa dimensión, en la esencia de una historia que mantiene con vigencia determinadas historias en el siglo XXI: “un gran amor vence a la muerte”. Esta frase matricial de la obra Romeo y Julieta, de William Shakespeare, transmitida recientemente por el canal Multivisión, no es privativa del clásico inglés ni de su época sino de la moraleja que contiene la síntesis del contenido expresado por el escritor.

Series, telenovelas, filmes, teatros, cuentos, cultivan desde diferentes puntos de vista ese núcleo dramatúrgico, pero, en ocasiones, este queda “agazapado” en la trama debido al torbellino de violencia, avatares, incomprensiones, defectos, estereotipos machistas, hábitos nocivos, entre ellos el alcoholismo y la depauperación moral.

De ningún modo por casualidad se retransmiten las telenovelas cubanas Tierras de fuego (Cubavisión, martes, miércoles, jueves, 2:00 p.m.) y Destino prohibido (por el mismo canal, 3:15 p.m.). Ambas colocan en la pantalla conflictos de amplia repercusión social.

Intrigas, secretos, malos entendidos, traiciones, devienen elementos sustanciales del género telenovelesco que apela a los sentimientos, al paradigma ético, en este los buenos casi siempre triunfan y los malos son sancionados. Pero un actor o una actriz no pueden ser expresivos si no sienten la pasión de una idea para entregarse a la creación de otra vida, con sus estados de ánimo; el procedimiento comienza en el guion y toma consistencia en la dirección artística de todas las especialidades implicadas en el concepto de realización.

Coinciden los primeros actores Luis Rielo y Enrique Molina en una idea que consideran esencial: “Cada personaje, ya sea malo o bueno, siempre es un desafío. Exige penetrar en su piel y su conciencia son seres humanos con angustias, defectos y cabeza propia”.

Trasladar auténticas vidas ficcionales a los medios televisivo y cinematográfico demanda defender la ilusión de verdad con caracterizaciones, casting adecuado, profundización en el universo interior de cada personaje o tipo. En ocasiones la interrogante de ¿me quiere o no me quiere? apenas emerge del subtexto de situaciones y conflictos. Esta es una deficiencia dramatúrgica, la cual impide a los televidentes comprender la envergadura de un conflicto fundamental en la existencia de cada persona en cualquier lugar del mundo.

Por esto, realizadores y públicos deben analizar cada escena, cada capítulo, no perder esencias de relatos que muchas veces colocan en la cuerda floja la estabilidad emocional de la existencia cotidiana.

Nunca la ficción podrá agotar su significado, en tanto responde a la categoría de género cultural, cuya definición abarca el reconocimiento de formas, contenidos, que deben validar el valor estético y cumplir uno de sus fines primordiales: entretener sin hacer concesiones a la banalidad, a lo superfluo, los cual nos impide sentir la verdad de sentimientos y urgencias humanas todos los días.

Pie de foto

Los primeros actores Luis Rielo y Enrique Molina enriquecen la historia de la televisión cubana.

 

 

 

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