“La vida y la muerte son los grandes temas de la literatura”, advirtió el escritor, guionista y fotógrafo mexicano Juan Rulfo (1917-1986). Ambos lideran en el audiovisual, a partir de una aventura estética, que privilegia el juego con los enigmas del relato.
En dicha estrategia, el secreto constituye un elemento crucial en la lógica de la narrativa epistémica -búsqueda y develamiento de una verdad oculta-, que involucra al espectador, como partícipe del proceso de incertidumbre, hasta el desenlace del relato.
En el filme italiano La vida es bella (1997), que transmitió en fecha reciente el Canal Habana, el guionista y director Roberto Benigni, protagónico en el personaje de Guido Orefice, estructura una historia de interés universal, en la que el referido componente integra el código de las acciones. Las peripecias de un judío italiano para salvar a su hijo Josué (Giorgio Cantarini), refuerzan la posibilidad de mantener oculto un secreto, que el niño de cinco años no debe descubrir: el régimen fascista de Adolfo Hitler los envió a un campo de concentración, donde peligran sus vidas.
Durante 117 minutos el padre desarrolla un juego, en el cual resultará vencedor el que se mantenga oculto de los alemanes y alcance la meta de mil puntos, como premio obtendrá un tanque blindado para irse del lugar. La fabulación, en apariencia divertida, deviene una impactante tragicomedia en tono de tragedia; el conflicto trágico implica la destrucción física de uno de los bandos en pugna: muere Guido; mientras que el pequeño, la presa codiciada, se salva.
Sin duda, aumenta la dimensión del conflicto trágico el hecho de que el filme parta de vivencias de Rubino Romeo Salmoni (1920-2011), uno de los últimos judíos romanos supervivientes de la persecución nazi. Nos recuerda La vida es bella que el arte puede ser un espejo leal de la realidad, tan verosímil como ella misma, pero no es la realidad. El arte motiva la reflexión, conmociona, muestra a las nuevas generaciones la atroz ferocidad de un régimen que devastó a Europa antes y durante la Segunda Guerra Mundial.
El enigma por descifrar o secreto constituye un eslabón imprescindible en el relato audiovisual. Su poder de seducción depende de cómo se dosifica la solución de la incógnita. Al contar una historia no basta el qué de las acciones, resulta imprescindible estructurar de manera eficiente, tener en cuenta cómo, cuándo y por qué ocurrirá lo enunciado.
En ese sentido, cada obra tiene sus particularidades, lo demuestra en el planteamiento del secreto la telenovela brasileña Por amor (191 capítulos), con guion de Manoel Torres y dirección de Ricardo Waddington y Paulo Ubiratan. Fiel al género no realista del melodrama, la obra mantiene un tono exagerado, patético, pasional, tanto que llega al paroxismo emotivo. Mantener el suspenso es clave en el proceso de solución de los conflictos. Todo depende de la casualidad, eje del discurso narrativo. Para que triunfe el valor de Elena (Regina Duarte) ocurrirán acontecimientos en los cuales participarán Eduarda (Gabriela Duarte), su hija en la vida real, y otros personajes-tipos con caracterizaciones externas: bondad, maldad.
Como advierte el escritor argentino Ricardo Piglia, “toda ficción siempre relata dos historias: una explícita y aparente; otra oculta, la que realmente cuenta”. En ese entramado, el secreto es recurrente, definitorio para mantener la seducción de la historia.