¿Drama biográfico? ¿Historia de vida? ¿Relato inspirado en hechos reales? Con independencia de la respuesta a estas interrogantes, imposible olvidar, que “la realidad es imaginaria”, como apunta Umberto Eco.Todo lenguaje es un sistema significante, la representación deviene efecto del mismo, por tanto toda representación de la realidad es una construcción significante.
No escapa a dichos preceptos, La Dama de Hierro, filme británico de 2011, que transmitió el Canal Educativo, en la emisión dominical El espectador crítico. La obra se inspira en la vida política y personal de la primera ministra del Reino Unido entre 1979 y 1990, Margaret Thatcher (Inglaterra, 1925), quien hace 30 años utilizó, en gesto colonialista sostenido en pleno siglo XXI, la fuerza naval de su nación para mantener bajo su poder las islas Malvinas —Islas Falkland, según los británicos—, territorio en litigio con Argentina desde el siglo XIX. Junto a Ronald Reagan, elegido presidente de Estados Unidos en 1988, mantiene una sostenida política agresiva contra el socialismo, métodos violentos, cero tolerancia, rasgos elocuentes de la crisis estructural del capitalismo de la década del setenta.
Polémica figura, polémico filme, en el cual el enfoque de tres mujeres: Abi Morgan (guión), Phyllida Lloyd, (dirección) y Meryl Streep (actuación) —carta de éxito asegurada—, confluyen en la intención de contraponer lo público y lo privado en la vida de la primera mujer que desempeñó el cargo de Primer Ministro del Reino Unido y tuvo amplia repercusión en su país, donde aplicó un radical programa neoliberal de privatizaciones, restó poderes a los sindicatos e introdujo mecanismos de mercado en la salud y la educación.
La elección del género realista pieza indica un punto de vista para contar el relato, el cual no se estructura a través de la acción dramática, sino de un hecho, de un personaje que mediante la progresión acumulativa de la información revela una caracterización profunda, el énfasis reside en su carácter, en su psicología.
Ningún elemento es inocente en esta historia, que desde el punto de arranque ubica a la protagonista interesada por la subida del precio de la leche, y en el desenlace de la narración ese mismo personaje sigue en pie, erecto, fiel a su filosofía: “He hecho batallas cada día de mi vida”.
Tampoco se debe a la casualidad, que la situación final sea casi idéntica a la del comienzo de la puesta —uno de los preceptos del género pieza—, solo varía el desconocimiento por su parte de algo que sabrá más tarde, justo el despeje de esa incógnita la hará cambiar: la protagonista comprende que Denis, su esposo (Jim Broadbent), está muerto. Antes le antecedieron acciones subordinadas diseñadas en el género no realista farsa, que parte de la realidad, pero se aleja de ella; ocurre cuando Margaret sostiene conversaciones con el marido fallecido.
De igual modo, no por azar se utiliza el procedimiento de añadir tensión a una estructura donde lideran mundos cerrados, decadentes, en los cuales la frustración realza el interés de los realizadores de que la representación sea, sobre todo, verosímil.
De alguna manera, lo confirma el hecho de que la historia se cuente desde la posible subjetividad de la memoria de Margaret Thatcher, quien sobrelleva su vejez, lidia con una aguda demencia senil y tiene fuerzas para recordar algunos hitos de su existencia privada y profesional.
Defender la ilusión de verdad es un propósito explícitamente definido, que apoya el exceso de flashbacks, escenas caracterizadoras, fotos fijas, enfoques selectivos de las imágenes, la cámara lenta, cada recurso técnico y expresivo, está en función de la verosimilitud del relato.
Otra intención evidente es el tiempo como imagen que se respira, en el cual transcurre el sentido y el espacio de convivencia de un ser humano ¿que ya es otro?, sin dejar de ser él mismo. La fuerza del referente no permite considerar esta obra como un universo autónomo, ni ajeno a las circunstancias y al entramado político del sujeto representado.
Por su histrionismo, Meryl Streep logra su tercer Oscar, con el cual la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos premia, tanto el magisterio artístico de la actriz como el desempeño de un personaje no ajeno a la historia de su país. Tanto la caracterización externa (maquillaje, peinado), como la interna (dicción, ritmo requerido por su personaje, organicidad) influyen en su credibilidad y sentido de la verdad.
Asumo, de acuerdo con el cineasta Julio García Espinosa, que “es en el núcleo, en el proyecto dramatúrgico, en el postulado conceptual del tema, donde se hacen inseparables la visión crítica de la realidad y la visión crítica del cine, vale decir, contenido y forma. Es ahí donde reside o no la verdadera proyección de modernidad o contemporaneidad de un filme”. En esta obra, cierta amabilidad perversa junto a disímiles argucias del montaje, diseña de forma tímida, complaciente, conflictos, errores, desaciertos, de la mujer que no reparó en saborear con deleite un sobrenombre sobrecogedor: la Dama de Hierro.