El relato surge con la historia de la humanidad. Viaja por ciudades, pueblos y países, en mitos, fábulas, cuentos, filmes, series, telenovelas. En la actualidad, los medios son narradores por excelencia, trascienden fronteras, idiomas, culturas.
En América Latina las imágenes de la televisión constituyen el lugar social, donde la representación de la modernidad se hace accesible a las mayorías de manera cotidiana. La llamada pequeña pantalla descuella como el aporte más significativo de la comunicación en el siglo XX. Algunos espectadores la satanizan, otros la magnifican; lo cierto es que, como en ningún otro medio, en su espacio estratégico ocurren poderosas complicidades e interacciones de la oralidad con la revolución tecnológica, la cual introduce en la sociedad no solo nuevas máquinas, sino un nuevo modo de relación de los procesos simbólicos en la visualidad cultural.
La expresión artístico-estética y la comunicación asumen en la televisión códigos, preceptos particulares. Por el canal mediático circulan narraciones, las cuales explotan la relación emotiva con públicos heterogéneos, mediante un lenguaje asociativo, polisémico, glamoroso, el cual se objetiva en el espectáculo lúdico, donde la aspiración de guionistas, directores, entre otros expertos implicados, radica en lograr un relato de interés para públicos diversos.
“Prefiero perder la felicidad, antes de que sufra mi hija”, dice Elena (Regina Duarte), protagonista de la telenovela Por amor (191 capítulos). Con su estoicismo, incomprendido por los personajes enterados de su secreto, refuerza el espacio del suspenso en la trama, que cuenta dos historias: una explícita, el arrojo de la madre, en este caso; otra oculta, la que realmente cuenta en defensa del sentido de la obra; hechos, conflictos, circunstancias, responden a un tema secular: el amor y las barreras en la búsqueda de la felicidad. Todo marcha bien hasta que los deseos no se enfrenten a las reglas de la sociedad. El ideal no exige cambios, sino adecuación del deseo a la ley, a lo establecido.
Lidera el melodrama en la dramaturgia, que opera sobre una vieja fórmula del género, y en esta puesta sufre de una aberración desarrollista, deficiencia recurrente en el estilo del escritor Manoel Carlos (Historia de amor, Páginas de la vida), el maestro de los melodramas rosados del horario de las seis de la tarde en Brasil. Ingredientes dramáticos prosaicos aderezan la trama, donde no se delimitan fronteras entre lo público y lo privado: señoras de la burguesía casan a sus perros en eventos grandiosos, impera la necesidad mercantil de cautivar a distintas clases y sectores sociales. De forma deliberada, el escritor obvia incluir una catarsis cada tres capítulos, lo que garantizaría el interés del espectador sobre la expectativa, la dosificación del misterio y la sorpresa. Como se viola este precepto, algunos capítulos son monótonos, reiterativos, durante varias etapas no sucede algo importante. Tanto el género dramático como la estructura (organización del relato) integran la forma, que le proporciona artisticidad a la obra; en ocasiones, el propósito de transgredir, frustra la eficiencia de las historias. Conocer, aplicar convenciones asumidas en el arte para su cohesión interna, garantiza su autonomía respecto a la vida real.
Imposible pedirle al melodrama personajes de matices psicológicos. Este género trabaja con el estereotipo, imagen unificada común a los miembros de un grupo, en los que no se reconocen características individuales, pues simbolizan el mal, el bien, la cobardía, la bondad. Por amor asume una amplia diversidad de modelos estereotipados. Los hombres seducen a través de la conquista, el poder y el éxito económico, son inestables e infieles, basan sus relaciones en la protección. En el diseño de los tipos femeninos la vida gira alrededor de conseguir una pareja y mantener vivo ese amor; heroínas y villanas funcionan mediante lo emocional, seducen a través de la belleza, del encanto femenino.
Sin duda, la interdiscursividad de la cultura contemporánea, en particular la relación irónica y autorreferencial de las convenciones de cada género, motivan al espectador a convertirse en un observador atento de sí mismo, de sus formas de reconocimiento, de códigos morales y estéticos.
Todo texto audiovisual propone disímiles enigmas, complejidades que requieren de un acucioso análisis. El consumo de la tv, como parte de los nuevos modos de construcción y ejercicio de la ciudadanía, forma parte de un proceso de enseñanza-aprendizaje reflexivo unido a su sentido de entretenimiento. Más allá de discernir sobre ángeles y… se impone reparar en la coincidencia de ambos —así ocurre en la vida misma—, sin olvidar que el arte puede ser un espejo leal de la realidad, incluso tan verosímil como ella misma, pero el arte no es la realidad