El programa televisivo Canción Contigo se desplegó cada domingo a lo largo de una hora en un espectro genérico y estilístico

La canción se desplegó cada domingo a lo largo de una hora en un espectro genérico y estilístico tan vasto como el que se corresponde con los diversos gustos de un público previamente informado, aunque también accesible a personas no familiarizadas de antemano con el repertorio que se ofrece.
En otras palabras, recorrer las estancias sucesivas de la canción en la cultura popular cubana, con el bolero como centro, permitió confirmar para unos y revelar para otros el señorío de la voz, de sus autores e intérpretes, en la expresión de sentimientos y convicciones que nos han hecho –y hacen– sabernos cubanos. Porque en nosotros cabe la trova tradicional y la ranchera, el filin y la nueva trova, la balada y la canción de concierto (esta, por cierto, menos representada en el espacio) y caben los compositores y cantantes de ayer y los que ahora mismo, con entidad propia, apuestan por la canción como legítimo estandarte de un modo de sentir y ser.
Si tuviera que elegir, misión difícil, los tres momentos de mayor intensidad en el itinerario del programa, sin orden jerárquico marcaría el llamado a Moisés Valle (Yumurí), la singular conjunción de Anabell López y Dagoberto Pedraja, y el dúo de Beatriz Márquez y el pianista Orlando Vistel.
Como muchos de los grandes soneros, Yumurí le mete en la misma costura al bolero, de ahí que no haya que encasillarlo en su habitual y genial «guaracheo», al frente de la orquesta que tanto mueve a los bailadores de un extremo a otro del país. Su interpretación de Conversación en tiempo de bolero, de René Touzet, y luego el dúo con Mayito Rivera en Convergencia, de Bienvenido Julián Gutiérrez y Marcelino Guerra, lo empinaron a la conquista del reino de la canción.
Historia de tres, pieza de Dagoberto Pedraja interpretada por Anabell López –podría decirse con justicia que se trata de una creación a dos– nos puso ante la evidencia de las conexiones entre el linaje rockero y el bolero, viaje de idas y vueltas con mucha tela por donde cortar.
Cierto que los arreglos orquestales y la mismísima orquesta, la Charanga de Oro, del Loyola, debidamente ampliada, desempeñaron un papel decisivo en el empaque del programa. La envoltura armónica y rítmica partió de validados referentes históricos para instalarse en la sensibilidad contemporánea.
Vieja luna pudo transitar por esa ruta, tan frecuentada por los numerosos intérpretes del incombustible bolero de Orlando de la Rosa, pero Beatriz y Vistel regresaron a la matriz, voz y piano, desnudos y esenciales ante el auditorio.
Unos cuantos televidentes se sintieron descolocados ante la conducción de Ray Cruz, quizá recortándolo sobre su omnipresencia en programas dramatizados. Aquí asumió otra función, incluso diferente a la de Pensando en 3D y se ajustó a lo que le pidieron.