Casi podría tildarse de cliché la llevada y traída frase de que el cubano es música, ritmo y baile. Pero más allá de las contraproducentes generalizaciones -porque somos muchos los que nacimos con el pie izquierdo- no cabe duda que nuestra felicidad primigenia radica en la satisfacción de sacudirnos el cuerpo con ese huracán de melodías, géneros y estilos que conforman el arsenal musical criollo.

Esta isla musical ha potenciado siempre, desde la comunicación, sus más relevantes géneros y exponentes. Primero en la radio y luego en la televisión, a inicios de los 50, los programas musicales se convirtieron en uno de los platos más apetitosos dentro del menú televisivo. Las mejores orquestas del país, junto a grandes intérpretes, el siempre efectivo momento humorístico y el vistoso complemento del cuerpo de baile, hicieron durante décadas las delicias de toda la familia cubana, que disfrutaba, fundamentalmente los fines de semana,  de sabrosura y glamour, todo esto ubicado en un mismo tiempo y espacio audiovisual.

Pero los tiempos cambian, las fórmulas caducan y los formatos deben reinventarse para conectar con las audiencias emergentes. Estas son distintas a las de décadas pasadas, pero comparten la misma sed de sano entretenimiento. Los programas musicales de fin de semana, que tan bien funcionaban en la década del 90 y principios del 2000, han sufrido en los últimos 15 años un desgaste notable en las propuestas. Pocos han sido los shows que han logrado colarse en la aceptación del público y la crítica, y a su vez, mantenerse un tiempo prolongado en parrilla. Históricamente, la habitualidad de un formato ha sido clave para sembrar en el público un gusto real.

Los musicales de hoy tienen que ser verdaderos gigantes sabatinos o dominicales, donde el despliegue de ingenio y creatividad supere al componente productivo, que ya sabemos,  pone en jaque muchas de las propuestas del medio.

 

No es casual que los formatos de este corte, que en la pasada década funcionaron mejor,  fueran aquellos más cercanos a la concepción internacional de reality o show de talentos. Programas como "Sonando" y "Bailando en Cuba", en sus distintas temporadas, "La Banda Gigante" o la edición del 2019 del  "Adolfo Guzmán",  demostraron que la novedad, la construcción de nuevos exponentes desde una dramaturgia espectacular y el buen aprovechamiento de los recursos,  garantizan rating y éxito.

Volver a la anquilosada fórmula de los musicales noventeros, con un anfitrión “carismático”, una banda acompañante y pares de entrevistados para sazonar la emisión, no es suficiente. Los musicales, aunque entretenidos, tienen que decir algo, encontrar los resortes comunicativos y dramatúrgicos, para no dejar de contar ni por un instante una historia,  desde la espectacularidad y el asombro.

Nunca confundir espectáculo, con exceso de brillo o artificios escenográficos. La austeridad, la elegancia puede por sí sola articular un verdadero Show. En tiempos donde la calidad de las cámaras delatan cualquier imprecisión en la dirección de arte y la producción,  hay que intentar ser discretos y poco pretensiosos, pues todo lo que intentamos lograr a nivel visual, ya los públicos lo han consumido, mucho mejor logrado, por el paquete semanal.

Los ritmos y tiempos de los formatos musicales también han variado, y es muy difícil sostener una hora de programa sin una verdadera progresión, que no se logra con algunos números de baile, entrevistas fragmentadas  y una que otra sección humorística. Cuarentaicinco minutos de emisión es mucho más viable, sobre todo en días donde el televidente espera con ansias que empiece las tandas de películas. Eso evita la redundancia visual y de contenido, más si el anfitrión  o los anfitriones,  no tienen las suficientes mañas para dinamizar la propuesta.

El carisma o la empatía con los públicos no lo son todo en ese empeño de liderar un gigante musical. Se necesita preparación y dominio del ritmo interno de una entrevista, que nada tiene que ver con la habilidad rítmica para bailar. No es lo mismo conducir una sección de 3 minutos haciendo uso del “don de gente”, a capitanear una hora de programa. Se extrañan aquellos grandes anfitriones, que con su elegancia y saber estar, capitaneaban con maestría sensacionales espectáculos visuales, sin tanta pompa, solo con sus habilidades para la locución.

Y no es que nos falten buenos comunicadores, es que se ha optado por aplatanar la tendencia internacional de los Stars talents, aquellas celebridades mediáticas, muy buenas en su campo, que por gozar de popularidad se les oferta nadar en otros mares que no son los suyos. Esto, en principio, puede parecer interesante, novedoso, pero si no se hace con el rigor y respeto debido a la técnica de la locución, corre el riesgo de entrar en terrenos del intrusismo profesional.

Nuestra televisión aún no ha logrado encontrar el musical de fin de semana definitivo. Los intentos son meritorios, entendiendo lo difícil que es producir cualquier formato en estos tiempos. Pero aún falta encontrar caminos y escuchar a las audiencias, esas con una necesidad enorme de consumir lo mejor de la música cubana desde la comodidad del hogar.

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