A propósito del largometraje documental El arte del transformismo que, auspiciado por la agencia de Representaciones Artísticas ACTUAR del Consejo Nacional de las Artes Escénicas, estrenaron el pasado sábado 16 de noviembre largometraje documental El arte del transformismo que, auspiciado por la agencia de Representaciones Artísticas ACTUAR del Consejo Nacional de las Artes Escénicas, estrenaron el pasado sábado 16 de noviembre.
… es tal vez, la esencia de todo arte, pues el artista extrae de su alma para su obra, su más profundo ser, incluso lo que quizás ignora de sí mismo. Pero concedamos que en las artes escénicas, al encarnar a otras personas (ficticias o reales… si bien cada ficción deviene suerte de realidad) en cuyas entidades debe hurgar también, se desdibujan aún más estas fronteras entre la identidad personal del artista y la del personaje incorporado; sin llegar a ser ese otro carácter, bajo la amenaza de la locura, o de su propio sistema de principios con todas sus afectaciones correspondientes en su vida personal y social, a menudo se retroalimentan valores (y en ocasiones, lamentablemente, anti-valores) que crecen, o no, los horizontes del artista según cada sujeto, y en consecuencia, de sus futuras labores.
¿Qué de particular tiene entonces, cuando un personaje asimilado, es del sexo contrario? El sexismo; ese peligroso vicio por complejista, de absolutizar las distancias entre géneros. No tendría más si no fuera por esta barrera sociopática que la (seudo) Humanidad ha ido degenerando en el tiempo, y peor cada vez más. Cada actor y cada actriz, interpreta constantemente otras personalidades, siempre con caracteres distintos, y es la esencia de su misión; así se incorporan inclusive psicópatas, y simplemente es su trabajo en la actuación. Mas, cuando la distinción de ese otro personaje se remite a ser del sexo opuesto, sin detenernos en que siempre es relativamente opuesto… no olvidemos que se ha evidenciado múltiples veces, cuánto y qué de femenino hay en cada hombre, y cuánto y qué de masculino en cada mujer… y sin detenernos tampoco en que siempre hay otras distinciones, y no solo el género… sin embargo, es como si ya no fuera el arte de la actuación. ¿Por qué? Porque el sexismo redimensiona la situación y nos hace sentir amenazados en nuestra más profunda intimidad; peligra “la Sagrada Familia”.
Nuestras lenguas romances son sexistas por definición, y no me remito a la no menos sociopática intención de degenerar nuestro rico idioma pretendiendo imponer la explicitación del femenino a cada masculino, como si con eso se solucionaran problemas mucho más profundos y cardinales, cuando en realidad traiciona y complica mucho más el idioma a un barroquismo que linda en el ridículo; sino porque son lenguas que tienden a hacer femenino y masculino muchísimos sustantivos que carecen de sexualidad ninguna.
Más allá, la Humanidad era sexista desde el Matriarcado y el Patriarcado, y en nuestra cultura occidental (eludiendo el análisis en otras culturas, de no menor interés) lo común era que los hombres interpretaran papeles femeninos durante los primeros milenios del teatro, desde los antiguos griegos y aun hasta los inicios de la modernidad burguesa, todavía después del Renacimiento; el ballet nació de manos (y piernas, y sensibilidades) masculinas. Ya son estas las valoraciones a que nos invitan JAAR Producciones (José Antonio –Jiménez- y Alberto –del- Rey) en su largometraje documental El arte del transformismo que, auspiciado por la agencia de Representaciones Artísticas ACTUAR del Consejo Nacional de las Artes Escénicas, estrenaron el pasado sábado 16 de noviembre de 2013 entre las 2 y las 4 pm, en el multicine Infanta en nuestra capital, a mi juicio un hermoso homenaje (más) al 494 aniversario de aquella villa de San Cristóbal de La Habana en su definitiva ubicación norteña y precisamente, en su día; ciudad que como hube recién apuntado en el programa de televisión Tengo algo que decirte, la vemos como la gran madre que para todos ha sido, y también, un gran padre, que de ambos hay lo mejor y lo peor; por tal sendero, nos alejamos de la injusticia discriminatoria que por definición, es todo sexismo.
Este audiovisual que ocupa estas líneas, está incluido en el espectáculo “Tarde de Encuentros” (y “de Emociones”) dedicado a Rosita Fornés con Guión y Dirección General de José Antonio Jiménez y auspiciado por la Agencia ACTUAR del Consejo Nacional de las Artes Escénicas, el domingo 22 de diciembre a las 5 pm en el Cine Teatro de Variedades América con el ballet de dicho teatro, el transformista Gian Carlos Infante (GALA); Leonardo Reyes (CHANTAL) y el desfile “Reina de Corazones”, con vestidos originales de la diva utilizados durante su extensa carrera artística, inspirados y diseñados en su casi totalidad por Ismael de la Caridad, acompañados por la Compañía de Modelos, de la Agencia ACTUAR y su Proyecto “Entre poses”. El espectáculo estará bajo la conducción de la actriz y presentadora Rosa María Medel y por supuesto, la actuación de Rosita Fornés como la mejor clausura; y en el 2014, se programa mostrar el mismo documental en la Casa del Alba y en la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano.
La importancia de continuar exhibiendo este material como medio educativo que se multiplica cuando se logra artísticamente, radica en que en cuanto al transformismo y los prejuicios al respecto, Cuba tampoco ha sido una excepción que urge re-educar: a fines del siglo XIX e iniciar el XX, la “fregolimanía” cundió en nuestro país, dadas las representaciones aquí del genial artista (también del transformismo, que puede ser no solo sexual, y en él era además, sexual) italiano Leopoldo Frégoli (1867-1936) con la pieza homónima del matancero en La Habana, Federico Villoch, la zarzuela Habana – Frégoli de K. Zabal, e imitadores como Luis Florit y Rafael Arcos; estos, entre otros ejemplos. Y sin embargo, era una sociedad sexista y homofóbica, si bien tales anti-valores también se contextualizan en tiempo, espacio y otros pormenores, según cada cultura, aun dentro de la vasta cultura occidental; no obstante, ante estos transformistas, la homofobia no solía sentirse llamada a actuar, y es apreciable su rotundo éxito.
Llama la atención que al avanzar el siglo XX, en las culturas machistas, sobre todo cuando hay ribetes militaristas, ha pasado mucho mejor y hasta sensual y agradablemente acogida, la mujer vestida de hombre, mientras el hombre vestido de mujer no se admitía sino como figura burlesca y de infeliz destino; ello explica el triunfo entre otros, de Marlene Dietricht, en filmes y fechas tan tempranas como Morocco (Marruecos, 1930, de Josef von Sternberg): es un culto más a la superioridad del macho, polémica incluso sexualmente y a pesar de (o tal vez, justo por) su virulento discurso homofóbico; beneficio que llega a otras grandes de la cultura universal, como la española Rocío Dúrcal y la cubana Rosita Fornés, al recrear el “Pichi” de la revista musical Las Leandras, así intencionalmente concebido. ¿Sería lo mismo si lo interpretara un hombre? ¿No perdería buena dosis de su sensualidad y encanto?
Mas, se había desencadenado la reacción homofóbica contra los diversos movimientos de liberación y anti-discriminatorios, entre los cuales la preferencia sexual (porque puede reprimirse y disfrazarse) y contra las restantes especies (por su mayor y en apariencia insalvable salto de trascendencia de la mismidad hacia la otredad y la alteridad) han sido las últimas en cobrar cuerpo de militancia ya imposible de obviar: la lucha contra la homofobia ya germinaba en la Alemania de fines del siglo XIX, pero no es sino hasta la Revolución Sexual de “la década prodigiosa” (los años 60) del siglo XX, que en Estados Unidos y tras el emblemático Stonewall, cobra mayoría de edad el llamado movimiento gay, si como tal entendemos no la homosexualidad en sí, sino la militancia anti-homofóbica, al margen de la identidad sexual de cada cual.
Como reacción ante estos nuevos tiempos en que el progreso se impone, la homofobia (aunque parezca lo contrario, y al igual que el retrovirus del SIDA, ¿casi una casual ironía?) se ha ido recomponiendo a lo largo del siglo para mantenerse en sus atroces designios, y con nuevas armas, empieza a agredir lo que antes no le preocupaba, induciendo la miopía de muchos movimientos revolucionarios en unos sentidos, no obstante retrógrados en otros y sobre todo, contra aquellos tan subliminales como este anti-homofóbico, que por su naturaleza rebelde y libertaria, era imprescindible en cualquier esencia revolucionaria.
También afectó en la cultura cubana, contexto difícil en que asimismo, desde lo más genuino y humilde de nuestro pueblo, muchísimo antes de las actuales jornadas contra la homofobia que encabeza desde el 2007 el Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), hubo visionarios que tan valiente y genuinamente revolucionarios, defendían la opción sexual en lo que ya quedaba mezclado el arte del transformismo, demostrando (una vez más) que el nivel académico y el verdaderamente cultural no son sinónimos, y este último se cimenta también sobre un valor eminentemente humano.
Así por ejemplo, he recreado en trabajos previos, las confrontaciones no solo durante las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) y sus redadas consecuentes, sino en 1980 cuando con toda histeria (aun duelen los oídos y el alma) se gritaba (y peor: se actuaba) “que se vayan los homosexuales”, y mucho después, más cercano al documental que nos ocupa y contextualizándolo en sus antecedentes, dos jóvenes (Azully Zorzano López y Freddy Sardiñas González) presentaban una ponencia titulada El travestismo: un arte dentro de la cultura universal, en el V Simposio Territorial de Estudios Culturales Plaza de la Revolución y Puentes Grandes (marzo de 1997, evento que ya desde 1993 había declarado guerra abierta contra la homofobia) Ambos trabajaban en un club de travestis a la sazón en Bejucal, donde ella era la única fémina; recién electa “habanera” (como entonces se enunciaba para Reina de Belleza con vistas al Carnaval capitalino) de Puentes Grandes, tuvo que enfrentar otros prejuicios para ello, como ser rubia de ojos verdes (racistamente excluida de “lo cubano”), no muy alta (medida cuantitativista cuando no se sabe enjuiciar la estética y otras condiciones) y quizás, fundamentalmente, la naturalidad y desenvoltura con que desarrollaba su trabajo junto a sus colegas y amigos, los transformistas de antaño.
De aquella década finisecular y aun cuando haya sido al triste paso del SIDA, se recuerdan los Festivales “Gunila” (en honor al transformista) en el teatro América, y entre otros, la memorable rumba de Amado travestido: un canto al arte que en efecto, puede lograrse con el transformismo. Carlos Díaz al frente del Teatro El Público, desde 1989, así como la acción intelectual y artística de Ramiro Guerra (Premio Nacional de Danza) y más al calor de los Festivales Internacionales de Teatro con aquella inolvidable La Legionaria que nos llegó de España, del Cine con la argentina Mamá cumple cien años, y muchas más, han sido otras de las constantes insoslayables a esta temática para la Cuba actual, hermanada ahora (aún no siglos atrás, como se ha visto) por fuerza del estigma que es toda marginación, en la lucha contra la homofobia.
Ha sido, y como muy bien queda esclarecido en el documental en referencia, sigue siendo una muy difícil batalla, pero urgente para re-educar en el discurso intrapersonal de cada individuo al buscarse a sí mismo, en cada familia, en las fuerzas del orden público, en el sistema jurídico cubano… en todas y cada una de las esferas sociales. Los autores del documental tienen entre otros méritos, el de aportar una conceptuación de transformismo en tanto arte, que difiere sin ningún tipo de sentido peyorativo, del resto (o excluyéndolo como tal según cada conceptuación, del universo) de los travestis.
La conceptuación y los referentes históricos, constituyen la base que solidifica toda faena para alzarse lo más posible, también en las artes, y son de los mayores aciertos que se pueden atribuir a este nuevo emblema del audiovisual cubano, que con ello deviene un hito para todo panorama de las artes en función de la educación sexual actual, a partir de la cual logra penetrar en el pulso mismo de la Cuba de hoy.
El (buen) arte, con todo su instrumental de atracción, ya cuenta de antemano con este valor del que es penoso que carezcan tantos procesos educativos que ignoran cómo lograr de su clase, un arte que quiebre las cuatro paredes del aula, y en su defecto, degeneran las academias al academicismo. Así se crece toda obra artística que logra trasmitir los valores conceptuales, históricos, antropológicos, sociológicos, psicológicos, de identidad y otras problemáticas sociales más allá de toda clasificación en las ciencias y en las mismas artes, que en los grandes resultados se desdibujan.
Los testimonios de inmensos de la cultura cubana (Rosita Fornés, Enrique Pineda Barnet, Nelson Dorr, Luis Carbonell, Manuel Calviño, Lisette Vila, Natalia Bolívar, entre otros), de Mariela Castro Espín al frente del Cenesex y sobre todo, de algunos de los transformistas relevantes de disímiles generaciones hasta la actualidad, a la par que revitaliza para la historia algunos tan paradigmáticos como Musmé y Maylán, enriquecen los rastreos con que JAAR Producciones nos remonta al menos, al negrito calesero de Rita Montaner en Niña Rita (1927) sin olvidar tampoco el contexto internacional y social integral que le da origen; y además del interés que todo ello nos despierta, se resuelve artísticamente en su amenidad, sin dudas otro de sus mejores logros, primordial para mantener el interés del espectador y para que pueda cumplir felizmente, sus propósitos; que la mejor educación es la que aprehendemos sin apenas darnos cuenta. Y es por todo eso que al llegar al final, comprendemos que nunca nos preguntamos quién era ese personaje en escena… era un artista.