En 1997 la televisión cubana estrenó Tierra Brava, basada en la radionovela Medialuna escrita por la inolvidable Dora Alonso. La traslación artística a la pantalla doméstica se efectuó con la maestría de un equipo tan creador como su directora general Xiomara Blanco y los codirectores Rafael (Cheíto) González y Antonio Roselló. A la primera se debe la adaptación del original, y el guión televisivo de consuno con la propia autora.
Hoy, a la distancia de catorce años –y creo que por tercera ocasión-, el Canal Telerrebelde la volvió a exhibir para deleite de aquellos, incluyendo a las nuevas generaciones que por alguna circunstancia no la habían disfrutado. Viéndola no puede una resistirse al comentario.
Sin exagerar, podría afirmarse que Tierra Brava es una telenovela no sólo competitiva en su género con otras obras valiosas de la tele internacional, sino que por la calidad de su factura se ha convertido en uno de los clásicos televisuales cubanos.
Entre sus méritos cuentan la presentación alegórica de la pelea de gallos sobre un fondo de fuego acompañada de la música de Frank Fernández por cuyos ritmos y variaciones sugiere un drama vigente aun; que tanto ocurrió en la Cuba pre-revolucionaria, como en cualquier país latinoamericano donde impere o haya existido la voracidad geófaga de los latifundistas.
Porque Tierra Brava es más que la lucha entre el mal y el bien, expresada, de una parte por Lucio y su hija Verena Contreras (Rogelio Blaín y Jacquelin Arenal) -interpretados con todos los matices y acentos psicológicos posibles, así como sus cómplices (en Cuba los mayorales, la justicia vendida, políticos y la Guardia Rural)-; y de la otra, la familia de los campesinos Ignacio Capitán, su esposa Carmen y su hijo “Nacho”, (René de la Cruz, Odalys Fuentes y Fernando Echevarría) incluyendo a sus solidarios amigos igualmente desamparados por la ley.
A Tierra Brava hay que apreciarla como un drama de tintes trágicos que pone al espectador en tensiones de principio a fin debido al ritmo adecuado y ascendente de la acción dramática. El argumento principal - la lucha por el rescate y posesión de la tierra entre las dos fuerzas oponentes-,las sub-tramas de su arquitectura, la interacción consecuente de los otros personajes entre sí y sus respectivas problemáticas, crean al final de cada capítulo la expectativa necesaria en el conmocionado televidente.
Pero si son loables el ritmo y la fluidez de la trama, a ello contribuyen los diálogos igualmente tensos y cargados de emociones entre los interlocutores. No hay expresiones ni personajes gratuitos, porque el lenguaje y sus significados son parte de la cohesión interna, orgánica y progresiva de la acción general y sobre el particular sobran los ejemplos. Piénsese en los encuentros de Lucio-Verena, Silvestre-Nacho, Verena Julio, Justa-Lucio hasta lo infinito.
Otro mérito del guión consiste en haberle otorgado mayor protagonismo a algunos personajes secundarios que justifican y apoyan las respectivas sub tramas; tanto en imagen como en acción: son difíciles de olvidar a Justa, Silvestre Cañizo, Isabel-Lala y Rosaura (Alina Rodríguez, Enrique Molina, Luisa María Jiménez en el doble papel de madre e hija respectivamente, y a la indecisa Maribel Rodríguez), lo cual añade equilibrio argumental a la obra y puntos de giro que enriquecen la trama.
Y si la dramaturgia cumple con sus reglas, no es menos loable –sin costuras visibles- la edición a cargo de Rodolfo Amador. Mas, la telenovela Tierra Brava también es un gran fresco sobre la estructura de la sociedad de clases donde exista la propiedad privada y los terratenientes abusivos, con alguna excepción como el interpretado por Norberto Blanco. También lo es de la politiquería, la corrupción, el poder del dinero, la ambición, las frustraciones amorosas, la solidaridad, la injusticia, lealtades y deslealtades, el oportunismo y demás actitudes humanas, desplegadas por un elenco de excelencia equilibrado en la actuación.
La ambientación, -decorados, luces- y la escenografía a cargo de Eva Portela, Ernesto López y José Jáuregui, respectivamente, tanto en interior como exterior denota no solamente armonía de criterios entre productores y realizadores, sino una estudiada ubicación de época (mediados del siglo XX) posiciones sociales y sus respectivos gustos y posibilidades acorde con la situación contextual a la que contribuyeron los vestuarios, peinados y maquillaje.
La realización en pleno “período especial” de esta superproducción no sólo convocó a la maestría artística sino a la máxima creatividad de sus dos equipos técnicos para los sets interiores, incluidas la mansión habanera de Rosaura y la casita de Nacho –realizados en estudio- y los exteriores de las fincas Hato Viejo y Media Luna. Respecto al variado vestuario de esa década del ´40-¨50 para un elenco tan numeroso, no se debe únicamente al provisto por la TV, también a los préstamos y la colaboración de amigos e instituciones.
Insisto en que el dramatismo de la música creada por Frank Fernández y su excelente inserción a la que nos ha acostumbrado el diseño musical de Lisset Vila, convirtieron al género en un protagonista más, autónomo y dialogante a la vez, imbricado en tono, ritmo y sentimiento con la obra en general.
No debemos asombrarnos de que una obra artística de tal envergadura, tomara tres años entre la elaboración del guión y su puesta en pantalla. Recordando los años difíciles para su realización,
debe ser reconocido el gigantesco esfuerzo asumido por el productor general Héctor Alfonso y su equipo técnico-artístico, cuyo resultado ha dejado una historia digna de repetir.