Cuando un programa de TV humorístico, —y no cualquiera sino el más popular y sin dudas el más logrado— rinde homenaje al teatro de figuras, invita a un maestro del género como Rubén Darío Salazar, y no pierde para nada su esencia jacarandosa y simpática (al contrario), no puede uno menos que aplaudir como si en plena sala en medio del lunetario estuviéramos y no en la de casa.
Así Vivir del cuento, el estelar de Cubavisión (lunes, 9:00 pm), dedicó su más reciente salida al retablo, cuando el director de Teatro de Las Estaciones visita la casa de Pánfilo y obsequia a los vecinos habituales, una réplica de cada uno, con vistas a la representación de una obra a propósito de una autoridad cultural que asistirá a la puesta.
El guion de Jaime Fort tuvo la habilidad, como ocurre con frecuencia, de situar dedos en llagas de la sociedad cubana contemporánea y azuzar problemas acuciantes mediante el dulce pero certero látigo del humor.
Esta vez no solo fueron conflictos sociales como los que frecuentemente abordan los episodios, sino que se introdujo con sutileza pero convicción, en ítems relacionados con el teatro y el arte todo, más allá incluso de los títeres para adultos: la plasmación de la realidad eludiendo maquillajes, el fantasma recurrente del “realismo socialista”, amenazando con desterrar conflictos en pro de verdades ideales y por tanto falsificadas, la censura y los eternos forcejeo entre proposiciones artísticas y “cumplimientos de planes”, a la vez que satirizó el doble discurso y el temor a la crítica, con lo cual el programa se revistió de una saludable condición metartística, ensayando todo un “ars poética” que funcionó a la perfección.
Ya en el plano inter-representacional, de “puesta en abismo” que constituyó el incluir el ensayo y la ulterior función titiritera, se abordaron otros aspectos de la poética escénica como los “cambios de roles”, lo cual se insertó felizmente en los dimes, diretes y rivalidades comunes entre los personajes, aunque quizá ese aspecto admitía un desarrollo un poco mayor.
De cualquier manera el espacio —titulado con toda propiedad Titiritero—, resultó válido no solo por su condición interdisciplinaria respecto al teatro, su homenaje a la modalidad de figuras (otro aplauso a Rubén Darío y Zenén Calero por la fidelidad y simpatía conseguida en el diseño de los títeres, y el amago de “taller” impartido por el primero sobre el arte de la manipulación), sino por la puesta televisiva en sí, que bajo la dirección experimentada de Ignacio “Nachi” Hernández, logró armonía en la interacción de los espacios, ingeniosos tiros de cámara y el sólido trabajo en la dirección de actores que permitió una vez más, el lucimiento de Luis Silva, Wilber Gutiérrez, Mario Sardiñas, Omar Franco, Irela Bravo, Luis M. Iglesias, Marlon Pijuán y ( como invitados) el bastante frecuente René de la Cruz y Gretel Calzón en el rol de la funcionaria, sin olvidar a Rubén Darío auto interpretándose.
Teatro, títeres, televisión y sátira: todo fundido en una emisión de Vivir del cuento que sigue apostando por ser realmente, como promueve su eslogan final, “otra historia”.
Fotos tomadas del perfil de Facebook de Rubén Darío Salazar