Una obra de ficción está conformada por un sinnúmero de elementos técnico-artísticos que redondean su discurso global. No se establecerá un entendimiento correcto entre los públicos y el producto, si algunas de estas especialidades fallan o son trabajadas desde el desconocimiento y la chapucería. Contar una historia sin los presupuestos estéticos correctos es un verdadero suicidio comunicacional y nuestra televisión debería procurar,  por todos los medios, salvarse de algo así.

Dentro de las especialidades que mejor ayudan a contar una historia, se encuentra el vestuario, ese que no solamente arropa el cuerpo del actor. Su función supera lo práctico, lo evidente; complementa esa vocación espectacular y artística que debe caracterizar a un dramatizado.

Desde las primeras representaciones teatrales de la antigüedad, los actantes eran ataviados con máscaras, telas o coturnos que hablaban de la condición social o divina del rol representado. Tal función ha seguido siendo la misma en el devenir de los tiempos. El cine primero y la televisión después, tomaron del teatro ese tratamiento riguroso de la indumentaria representacional, que requiere de texturas, colores y acabados superiores a los tejidos utilizados en la vida cotidiana.

Desde los años cincuenta, pleno apogeo del medio, las producciones televisivas cubanas contaron siempre con un estupendo trabajo de vestuario. Ni lo rudimentario de la técnica, ni la inexistencia del tecnicolor, afectaron a que los diseñadores y vestuaristas ataviaran a los personajes con los trajes hechos a la medida de sus complejidades psicológicas, condición social y función dramática. Estos resultados artísticos perduraron décadas pese a las carencias, la no presencia de algunos tejidos y la paulatina desaparición de especialistas competentes.

Ni en los años noventa, época compleja, faltaron buenos exponentes del trabajo de vestuario. Obras como Pasión y prejuicio, Las Honradas, Magdalena o la icónica Tierra Brava, contaron con especialistas comprometidos, que desde la imaginería y el estudio, lograron,  con muy poco,  hacernos soñar.

Y parecería, por lo antes expuesto, que el vestuario solamente tiene que ser efectivo en producciones de época; nada más alejado de la verdad. Ya sea en una producción con tratamiento histórico o un relato contemporáneo, la indumentaria representacional debe alinearse con la estética de la obra para mantener la credibilidad narrativa. En este sentido, la falta de coherencia perjudica irremediablemente la conexión del público con la propuesta audiovisual.

Hace ya algunos años que el vestuario en nuestros dramatizados, sobre todo los seriados, tiene más una función práctica que artística. Pocas han sido las obras que se han arriesgado a proponer diseños propios, cavilados, en función de las diferentes psicologías y estratos sociales de los personajes. Es sabido por todos la falta de presupuesto que golpean a nuestras producciones, y que evidentemente lastran también el desempeño de una especialidad tan importante; pero poner en función del arte lo poco que tenemos, no siempre significa un costo adicional. El reciclaje de materiales o vestuarios previos, la investigación con materias primas alternativas, así como diseños minimalistas y sustentables, pueden ser soluciones para no dejar de vestir a las obras con gusto y creatividad.

Si bien lo productivo afecta, hay cosas como el estrujado de una prenda o la mala combinación de colores, que hablan de poco rigor, de conformidad con lo que se tiene. Una especialidad como la dirección de arte, encargada de marcar el camino visual de la obra, debería tomar las riendas de todos los rubros técnico-artísticos a su alrededor, incluyendo el vestuario. En tiempos de tanta información y tendencias, no se le puede dejar todo al azar, la improvisación.

Los públicos de hoy en día son mucho más exigentes que los de décadas pasadas, y con un poder impresionante otorgado por la tecnología y las redes sociales: el de generar y expandir sus criterios de todo lo que a su alrededor gira. Un personaje mal vestido o una prenda repetida en varios espacios dramatizados, salta a la vista enseguida.

Más allá de un buen guion, el vestuario también cuenta parte de la historia. El reto está en incorporarlo de manera orgánica al relato, sin que se filtre en el proceso,  el conformismo y la falta de creatividad.

 

 

 

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