¿Y como actor profesional?
En Una novia para David y La delegada, una serie que hizo Tele Rebelde dirigida por Rafael Acosta, protagonizada por Adria Santana.
Si empezaste por el cine, ¿qué te llevó a abandonarlo?
Yo venía de la Escuela de Dirección de Teatro. Un director demora más en hacerse. Las oportunidades para ellos son más escasas. Una obra tiene un director y quince actores; es decir, las plazas para los directores siempre fueron más difíciles.
Cuando nosotros estudiábamos teníamos muy buena escuela de actuación dentro de la de dirección, o en obras de teatro que se hacían entonces. Recuerdo a Nelson Dorr, a Roberto Blanco, que buscaban esos actores en la escuela y nos ponían pequeños personajes o de extras. En la práctica ejercitábamos más como actores que como directores, lo
que nos hizo estar entrenados. Cuando se hacían los cástines, me iba para ellos, y ahí sale el tema de la actuación, pero yo persistentemente quise ser director.
Siempre vi la vida dentro del arte como director. No tengo una visión actoral de un fenómeno dramático. Siempre tuve y tengo una visión como director con la limitación que tiene el tiempo, que realmente un director necesita el conocimiento de las especialidades, el conocimiento crítico. No ser un buen especialista y un buen guionista, ni fotógrafo, pero sí tener un gran conocimiento crítico para poder saber lo que quiere, y poder decir: esto no es lo que me conviene. La conclusión del director se demora más y mi formación viene de dirección teatral.
¿Por qué no estudiaste Dirección de Audiovisuales?
Entonces no existía la ENA. Había cerrado. Muchos de los que hoy son directores –no fue mi caso– querían ser actores, porque se conoce poco la profesión del director; también con la expectativa egocéntrica que tiene la juventud, la gente prefiere ser actor porque se dan a conocer, son famosos.
Realmente, no es que yo no sea egocéntrico, pero no me interesó esa parte de la vida artística. Ser conocido no era mi tema, sino poder manejar los hilos de lo que quería decir.
¿Qué importancia le concedes ahora a la actuación dentro de lo que tú haces?
Lo primero es que la carrera del actor, que yo sí la he tenido, te da una autodisciplina muy importante. Un actor que realmente respete la profesión, desde que coge un guion, un texto, una obra de teatro, está obligado a estudiarla mucho, y después que la dominas, ir a buscar información de este personaje y de la obra. Se ha dejado de hacer el gran estudio del trabajo que uno va a interpretar: época donde se desarrolla la obra, la verdadera historia del personaje, porque casi ningún dramaturgo te la da. Esa la tienes que crear tú para justificar sicológicamente todo lo que está pasando con el personaje, y conocer bien el contexto sociopolítico cultural.
Me refiero hasta lo que comen esos personajes en esa época, por qué lo comen, buscarle respuesta a todo. Empiezas a crearte una disciplina de todo lo que hagas en escena. Esa formación te la da la actuación, y para el director de dramatizado conocer la actuación está probado que es la primera asignatura que debe dominar; porque pones una cámara fija, un buen texto y un actor –estamos hablando de televisión en blanco y negro, no se mueve la cámara, el sonido puede ser mono–, y si ese actor está bien, el espectador agradece la puesta.
Podrás conocer mucho técnicamente, pero si no conoces dirección de actores, no hay dramatizados. Puedes hacer documentales, musicales… Eso es algo con lo que yo cuento muy a favor porque aprendí la carrera de actor y la ejerzo todavía. Digamos que es mi relajación. Cuando estoy muy contraído en mi trabajo como director necesito actuar porque me descompresiono, porque la actuación te deja hacer algo que no pasa con la dirección, y es rebotar energía, botar energía.