Cuando había visto más o menos por tercera vez la historia de Lassie y me había decepcionado con la segunda versión de La cueva de los misterios, no podía imaginar que sentiría esta nostalgia...

Extraño a Lassie y a Baconao. Cuando era una adolescente y había visto más o menos por tercera vez la historia de aquella perrita y me había decepcionado con la segunda versión de La cueva de los misterios, no podía imaginar que llegaría el día en que sintiera esta nostalgia por ellos.

Sin embargo, mareada por los conflictos de Patito y Antonela con los que mi hija, de apenas siete años, se debate constantemente en voz alta, extraño aquellos tiempos en que, a las siete y media, los niños y adolescentes cubanos pasábamos de todo lo que no fuera ver las aventuras.

Blanco y negro, noBlanco y negro, no

Y claro, algunas contaban historias de adolescentes. Recuerdo Blanco y negro, no, por ejemplo, o Los pequeños campeones, que hicieron furia con el lindo y talentoso Yosvani. Mis amigas y yo coleccionábamos sus fotos, las perseguíamos en los periódicos y soñábamos con un novio como él, pero también aprendimos la importancia del esfuerzo, la amistad, que todo no se reduce a la belleza física, y veíamos a aquellos muchachos de secundaria jugar pelota, practicar gimnasia, enamorarse, pero también ir a clases y reunirse en círculos de estudio.

Por otro lado, los conflictos de los adultos se ajustaban a lo que el público infantil necesita y debe saber, así que insisto en que mi problema con la serie argentina no es pura santurronería: simplemente me preocupa que las divinas y las populares van a la escuela a bailar y a intercambiar novios, incluso las «buenas» viven peleándose por esa clase de conflictos, sin contar que hay héroes y villanos de todas las edades con sus consiguientes complejidades, y los niños lidiando con todo eso.

Pero francamente, más que lo que mis hijos ven y aprenden con Patito, me preocupa lo que se pierden ante la ausencia del tipo de programas que nos mantenían atentos al reloj, tanto a sus abuelos como a sus padres. Apenas comenté en casa mi intención de escribir sobre este tema, mi mamá comenzó a repetirme historias que crecí escuchando:

«Nosotros no teníamos  televisor, pero diariamente nos íbamos para la casa de Rodríguez, el pastor del Campamento Bautista de allá de Corral Nuevo, para no perdernos las aventuras de las siete y media. Algunas eran basadas en obras literarias o de temas universales y otras de temas cubanos. Me acuerdo que ahí conocí la historia de Enrique de Lagardere, después leí el libro…»
El Capitán Tormenta
El Capitán Tormenta

Dicho esto, agarró el teléfono para llamar a su compañera inseparable de trastadas, mi tía Dalia, a ver de qué títulos se acordaba porque «esa sí tiene tremenda memoria». Juntas rememoraron El Rey Sol, El Capitán Tormenta, El Conde de Montecristo, y entre las de tema cubano El cacique Arimao y Los mambises, y ahí salió a colación el que faltaba de aquella pandilla, el hermano varón y artista: «Juani hacía las espadas y en un aromal que había cerca, jugábamos a los mambises», cuenta Dali.

Mi papá no se queda atrás y campea por su respeto en el tema, pues él sí vivía en la ciudad y tenía en la sala la caja mágica, así que se hace escuchar: «Esas aventuras y las de los tupamaros, por ejemplo, fueron después, pero yo las veía desde los cuatro o cinco años y ya tengo sesenta, así que imagínate... Ustedes no se pueden acordar de Sandokan, el tigre de la Malasia; El Zorro, por Julito Martínez; La guerrilla del altiplano…»

Ahí se desató un debate muy animado sobre lo que unos vieron y otros no, cuáles teleseries fueron primero y cuáles después, el reparto que las representó y si eran aún transmitidas en vivo. A más de cincuenta años, las aventuras aquellas aún hacen furia en la generación de mis padres.

Los PapaloterosLos papaloteros

Todavía mi generación, y hasta los que aún se acercan a los treinta que yo cumplí hace años, podemos entenderlos perfectamente, porque fuimos testigos de producciones nacionales entrañables como Los papaloteros y Los pequeños fugitivos, basadas en obras literarias, como una nueva versión de El Capitán Tormenta, protagonizada por Cristina Obin, o novedosas como Shiralad, una historia futurista bastante bien lograda.

Quién se olvida de aquella frase de Bandurria en Los pequeños fugitivos: «a mí lo que me gusta es el refresco», o de los zapatos de dos tonos del malvado Quiroga. Mi hermano no me perdonaría si omito en este texto nostálgico una producción de corte histórico que también tuvo mucho éxito: Descamisados, basada en hechos reales de la última etapa de nuestras luchas independentistas, recogidos a su vez en una obra literaria testimonial.   

Por otro lado, disfrutamos de programas extranjeros relacionados con temas ambientales, el cuidado de los animales o la relación entre niños y mascotas, como Bahía Peligro, Flipper o la propia Lassie; incluso algunas de corte muy juvenil como Degrassi Junior High. Mil veces vimos El Zorro y mil veces los niños se pusieron caretas y las familias cosieron o improvisaron capas negras. ¿Se ha preguntado cuántos perros en Cuba fueron bautizados como Rintin, después de Rin Tin Tin y la brigada canina?

Sí, ya sé que hay muchos otros títulos, incluso puede que haya olvidado mencionar alguno imprescindible, eso se lo dejo a usted, pues estoy segura de que se animará a recordarlos y quizás hasta se pregunte conmigo: ¿a quién no le gustaban las aventuras de las siete y media? ¿Qué padre cubano no añora ese gustazo útil y agradable que nos reservaba la televisión después de todo un día de escuela? ¿No lo merecen nuestros hijos también?

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