Acercamiento a la telenovela Añorado encuentro
“En un mundo de sentimientos cada vez más asépticos, la telenovela rescata, sin complejo alguno, la posibilidad de volvernos a emocionar”. Esta aseveración del director Julio García Espinosa, avezado teórico, Premio Nacional de Cine, de alguna manera pone en guardia prejuicios, interrogantes, coloca a guionistas y realizadores ante un creciente desafío: cómo contar historias que parezcan distintas, cuando en realidad son las mismas de siempre.
En el siglo XXI siguen vigentes la necesidad de entretenimiento, la creación de expectativas, suspensos e intrigas, de un juego donde prevalezca el reconocimiento y la identificación del espectador con lo que cuenta el relato, hasta considerarlo propio, significativo.
Para responder a dichas expectativas, la recurrencia a la emoción continúa siendo una vía de probada eficacia. En ocasiones se frustra, quizás debido a la pretensión de algunos escritores de subvertir preceptos, simientes de diversa filiación y procedencia cultural, establecidos en el imaginario —entre ellos el melodrama—, que el poderoso medio de la TV, desde su identidad como producto televisual, readecua en términos de producción, lenguaje y consumo de los públicos.
Sin reparar en tales inconvenientes o recelos, que lastran el panorama comunicacional, en cuanto a la selección de convenciones propias de la construcción ficcional, la telenovela Añorado encuentro, original de Maité Vera (El viejo espigón, La peña del león, Violetas de agua), con dirección general de Virgen Tabares, y codirección de Miguel Sosa y Roberto Puldón, retoma el melodrama, género no realista, para desarrollar una matriz de amor-pasión, deseo-odio, la cual conduce elementos de la intriga, el suspenso, el secreto, a través de peripecias de personajes tipos en busca del amor que los unirá para siempre.
De hecho, el amor es una obsesión. Sublima la fuerza del empeño, la sinceridad de los sentimientos, las cualidades morales de cada personaje-tipo (al que no se le puede pedir tridimensionalidad, ni complejidad psicológica), encarna conceptos, actitudes: el bien, el mal, la avaricia, la cobardía.
El núcleo principal del relato son las vivencias de una familia cuya felicidad se ve quebrada por un accidente. Este hecho casual, una de las soluciones básicas del melodrama, es el detonante de la separación. A partir de ese acontecimiento, la lucha de los bandos en pugna se orientará en busca de la catarsis, del cambio de equilibrio, del restablecimiento del orden.
Justo en ese tránsito sufre de impericia dramatúrgica Añorado encuentro, que acude a la redundancia propia de la telenovela, pero en exceso, sobre todo nos agota cómo se ofrece de manera reiterada la misma información. En buena parte de los 80 capítulos, hubo recurrencias excesivas de escenas caracterizadoras: ocurrió con el alcoholismo de Macuchi (Natacha Díaz), el barrendero de Alden Knight, en el ejercicio de su labor social, sin otra trascendencia para el relato; en el cabaret con coreografías sin lucimiento, repetidas una y otra vez; durante las comunicaciones de Lucía (Amarilys Núñez), la protagonista, con Karla (Monse Duany), entre Dinamarca y Cuba, a través de webcam y Skype, accesibles solo en la casa de la última.
Dichas imperfecciones influyen en el desempeño de actores y actrices, no siempre convincentes en su mayoría. Los intérpretes necesitan textos, acciones, voluntades, metas, para que se produzca la catarsis; las redundancias excesivas empobrecen el relato, lo hacen lento, débil.
Ni personajes-tipos, ni diálogos audaces, hacen avanzar la trama, solo lo logra el conflicto, la dinámica de la acción dramática, que constituye la principal motivación para el espectador; este conoce, acepta las estrategias de comunicabilidad de la telenovela, y del melodrama —donde todo se dice, emplea un tono exagerado, pasional, incluso patético—, pero exige que la historia impresione por su verdad aunque nunca haya sucedido.
No basta el abordaje de temas de interés social, como la emigración, el alcoholismo, la corrupción, la homofobia, la doble moral; ni el tratamiento de preocupaciones universales, que permitan abordar algunas de nuestras particularidades; el arte audiovisual exige una actualización de la forma en el tratamiento del contenido. Podría pensarse que estamos a medio camino entre la serie convencional y una nueva forma de asumir la telenovela, tránsito con sus propios derroteros; de ningún modo se trata de renunciar definitivamente al melodrama, a su casualidad, la cual a veces parece estar “maldita”, sino del enriquecimiento de la sintaxis, de cómo se representa, habida cuenta de que el triunfo de la justicia y del amor mueven emociones en los seres humanos, de cualquier rincón del planeta, en todas las épocas.