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"No, de las estrellas no voy a hablar, no les voy a contar”, aunque ahora quiera comentar la partida hacia lo eterno de un músico que, como los astros, brillara siempre con luz propia para iluminar con sus destellos durante casi cuarenta y cinco años el rumbo de una orquesta de nombre categórico -Van Van- que desde su surgimiento en el ya lejano mes de diciembre de 1969, se adueñara por derecho propio de los más demandados espacios de la radio y la televisión.

 Qué prisa la de Juan Formell por marcharse hacia otra dimensión donde seguir siendo el cronista mejor de la realidad volcada sobre una partitura. Tal vez sea por eso que “de mis recuerdos no quiero yo ni hablar”, porque prefiero imaginar a Formell hecho presencia, con sus ojos entornados, su sonrisa noble y por supuesto, bajo en mano, mientras en la pista los bailadores rinden culto a la creación musical de un artista tan inmenso, que justamente por serlo llegó a ser tan popular.

“Me basta con pensar” que a partir de ahora ya no estará más a ras del cotidiano nacional, pero sí oteando nuestra vida más allá de su ausencia y desde cualquier lugar que se le antoje, para contarla en todos sus detalles a ritmo de songo: ese otro palpitar de su cubano corazón.  

“No pretendo hacer un cuento, ni decir que me atormento”, sino simplemente hablar como si no se hubiera ido, de un músico que hace tiempo se convirtió en leyenda. Una leyenda amasada con la admiración, el goce y los cuerpos sudados de varias generaciones de bailadores de Cuba y del mundo. Ese hombre que confesara alguna vez “sólo voy a luchar por vivir más y más… y más”. Y eso, precisamente, es lo que va a hacer a partir de ahora y para siempre Juan Formell.