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- Escrito por: Lety Mary Alvarez Aguila
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En 1950 la televisión irrumpía en Cuba. Un joven publicista de la firma norteamericana Pepsi Cola descubrió el nuevo medio de comunicación y se interesó por ingresar, de manera voluntaria, al naciente Canal 4. Transcurrieron los años y de aprendiz pasó a maestro, de asistente de cámaras a productor, de utilero a prestigioso director. Su nombre, Jesús Cabrera. En sus 96 años atesoró una vida prolífica, creativa, pues dotó de grandes hitos al patrimonio audiovisual cubano.
La obra de Chucho, como cariñosamente le llamaban, resulta tan extensa que se pudiera escribir una decena de crónicas al respecto. ¿Cuántas experiencias debió vivir quien captaba tras el lente a la inolvidable Nitza Villapol en Cocina al minuto? ¿Cuánto debió admirarse a quien inauguró la televisión en Colombia, Angola y Nicaragua? ¿Qué dosis de entrega y profesionalismo tendría el decano fundador de la Facultad de Arte de los Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA)? No existen dudas sobre la versatilidad de Jesús y su aptitud extraordinaria para dominar las distintas tipologías de programas televisivos. Desde Palmas y cañas, comedias y dramatizados hasta el Noticiero Nacional de Televisión. Pero fue la consagración al género policíaco lo que eternizó su huella en el imaginario popular y, asimismo, lo reafirmó como un referente notable en el medio artístico.
Entre las primeras series policíacas de origen cubano figura Sector 40, en la que introdujo temas como el espionaje y los grupos terroristas. Destaca, además, Móvil 8, recordada por el rol protagónico del ya desaparecido actor Rogelio Blaín. En ambas producciones, Chucho Cabrera trabajó de conjunto con la guionista Nilda Rodríguez, otro nombre a tener en cuenta si de policíacos nacionales se trata. A finales de los años 70, con motivo del vigésimo aniversario de la creación de los Órganos de la Seguridad del Estado, Cabrera lanzó un audiovisual que paralizó a la nación. Se trata de la que probablemente haya sido su serie de mayor impacto: En silencio ha tenido que ser. A partir de este seriado se derivaron El regreso de David y Julito el pescador, una suerte de spin-off con escenas memorables que se basó en un personaje real.
Por estos días, la televisión cubana retransmite La frontera del deber, donde una vez más el sello de Jesús Cabrera se hace sentir. Otros títulos como Brigada Especial, El capitán Rolando y Tras la huella integran el legado del Maestro de Juventudes y Premio Nacional de Televisión, cuya impronta hoy «mata la nostalgia de los más viejos de casa». Si bien las formas de realización audiovisual han cambiado con el tiempo, habrá que regresar siempre a esa raíz fundacional y legendaria, la que marcó una época, la que hizo historia.
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- Escrito por: Félix A. Correa Álvarez
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En Cuba, el apellido Duarte es reconocido por los amantes de la teledramaturgia brasileña. Con Una mujer llamada Malú, el primer culebrón carioca estrenado en la televisión cubana en 1983, la actriz Regina Duarte se consagró como una de las favoritas del público en la isla.
Con la transmisión de Orgullo y pasión, telenovela de turno, otra vez este apellido apareció en los créditos del elenco. Gabriela Duarte a quien ya conocíamos por Por amor, Chiquinha Gonzaga, Passione y Rastros de mentiras— fue la encargada de dar vida a la enigmática Julieta Bittencourt, la “Reina del Café”. Gabriela, heredó el histrionismo y la belleza de su madre, pero ha forjado su propia carrera con versatilidad y talento.
Julieta Bittencourt, su personaje, es una mujer fascinante que lleva al espectador del odio al amor y se convierte en uno de los pilares de la trama. La Reina del Café es fuerte, decidida y con una personalidad férrea que, aunque proyecta una imagen de control absoluto sobre su vida y su entorno, oculta profundas emociones y vulnerabilidades.
La construcción de este personaje permitió a Gabriela desplegar una actuación cargada de sutilezas, donde la frialdad externa de Julieta contrasta con los momentos de introspección y las decisiones que la llevan a confrontar sus sentimientos más íntimos.
Juventud Rebelde tuvo el privilegio de conversar con esta destacada actriz sobre su carrera y descubrir algunos secretos de la reina del Valle del Café.
—En Cuba tuvimos la oportunidad de ver hace algunos años la telenovela Por Amor, donde interpretó a Eduarda, su primer protagónico para TV Globo. ¿Qué representó para usted esta producción?
—La telenovela Por amor fue un gran punto de inflexión en mi vida. Aunque era muy joven en ese entonces, ya era mi tercera telenovela, pero aún tenía poca experiencia. Fue una verdadera escuela de vida. Siempre digo que Eduarda me enseñó muchísimo. Todo lo que viví a través de ella, los desafíos, el volumen de trabajo, y las experiencias arquetípicas que me tocaron, fueron nuevas para mí.
«En la ficción tuve que enfrentar cosas que nunca había vivido, como la maternidad, la separación, perder un bebé, enfrentar traiciones, como las de Marcelo (Fábio Assunção) con Laura (Vivianne Pasmanter). Tuve que afrontar situaciones que jamás había experimentado y buscar en lo más profundo de mis emociones para interpretarlas. Por eso considero que Eduarda fue una escuela, la llamo la «universidad de mi vida». Fue y sigue siendo muy importante para mí.
«Además, Por amor es una telenovela que ha tenido un éxito increíble en todo el mundo. En Brasil, Cuba, Venezuela, Rusia, República Dominicana, me reconocen gracias a ella. Es una telenovela que conecta directamente con el ser humano, y esa es una de sus características más importantes. Manoel Carlos, el autor, tiene una manera muy sencilla y hermosa de describir al ser humano».
—En esta telenovela tuvo la oportunidad de trabajar con su madre, Regina Duarte, ser su hija también en la ficción. ¿Qué tan difícil ha sido seguir esta carrera sin evitar ser comparada constantemente con ella?
—Miro hacia atrás y reconozco que fue un camino difícil, lleno de obstáculos, especialmente al seguir mi propia identidad, algo que he estado buscando toda mi vida. Acabo de terminar de escribir un libro sobre ello y espero que se pueda acceder a él en Cuba, ya que se trata de una autobiografía en la que relato todo mi viaje.
«En el libro hablo sobre la dificultad de ser hija de una figura icónica de la teledramaturgia brasileña, una actriz popular y mediática. Pero la verdadera complejidad no está solo en eso, radica en que elegí la misma profesión que ella; lo hice porque me di cuenta de que no había nada más que me apasionara tanto.
«El teatro, los sets de grabación, todo eso me llamaba profundamente. Cuando finalmente comprendí que ese era mi destino, mi futuro, tuve que empezar a lidiar con las consecuencias. Las comparaciones eran inevitables. Es normal para quienes trabajan en la misma profesión que sus padres. Pero hoy, mirando hacia atrás, después de haber llegado al punto en el que estoy, me doy cuenta de que fue un camino exitoso.
«A mis cincuenta años, puedo decir que, aunque fue un recorrido difícil, encontré mi propia voz y mi identidad».
—Hablemos ahora de Julieta Bittencourt, la Reina del Café de Orgullo y pasión. ¿Cómo describe a este personaje?
—Julieta Bittencourt es otro personaje importante en mi carrera. Orgullo y pasión gira entorno a mujeres del siglo pasado, fuertes, temperamentales, visionarias, adelantadas a su tiempo... Obviamente, no viví en esa época, así que busqué mucha inspiración en mi abuela paterna, doña Rute, quien era una mujer muy fuerte, toda una matriarca.
«Mi familia solía reunirse los domingos para almorzar en su casa, y ella siempre estaba en el centro de todo. Su forma de ser, la autoridad que exudaba y su manera de hablar me inspiraban profundamente. Al mismo tiempo, ejercía un poder femenino, un poder matriarcal hermoso.
«A pesar de su autoridad, mi abuela también tenía un lado cariñoso y más flexible. No le tenía miedo; no era una persona que me asustara. A veces, quienes son muy autoritarios pueden generar temor, pero en su caso no era así. Ella era una mujer muy fuerte y, a la vez, muy afectuosa. Mi abuela fue una gran fuente de inspiración para construir este personaje.
«Para interpretar a Julieta, tuve que estudiar mucho e investigar. Me sumergí en la historia de Brasil durante la época dorada de la producción cafetera, un contexto histórico fascinante. También investigué el universo feminista, un tema que hoy me interesa mucho. De hecho, interpretar a Julieta fue solo la punta del iceberg de lo que vendría después en mi vida.
«La historia habla de mujeres, de la condición femenina y del feminismo. Sin embargo, en este caso, el feminismo se entiende como un lugar de poder, no como un deseo de ser más grande o mejor que nadie. Es un espacio donde se ejerce el poder de una manera interesante. Julieta Bittencourt fue un personaje que me enseñó mucho, sobre todo acerca de la fuerza de la mujer y el verdadero significado del feminismo».
—¿Por qué cree que el público comienza a empatizar con Julieta y deja de verla como la villana de la historia?
—Creo que la máscara social de Julieta siempre estuvo a punto de caer. Ella había estado ostentando esa imagen de mujer poderosa durante mucho tiempo, y es muy difícil cambiar esos patrones. Sin embargo, creo que ya venía deseando vivir un amor, experimentar algo diferente. Quería dejar de ser esa mujer con una apariencia tan dura, una mujer de negocios típica de la época. Entonces, cuando conoce a Aurélio (Marcelo Faria) y se da cuenta de que está enamorada de él, ese es el momento perfecto para que esa máscara finalmente caiga y se muestre como realmente es.
«Deja de ser esa mujer de mano firme, hace las paces con su hijo, vive plenamente ese amor, abre su corazón y cuenta su historia. Además, empieza a usar ropa de colores en lugar de siempre vestirse de negro, y se suelta el cabello. Así logra salir de un patrón muy asfixiante para las mujeres de su tiempo, un cambio que ha ido ocurriendo a lo largo de los años, pero que en esa época era especialmente opresivo
«Julieta comienza a abrirse también con Elisabeta (Nathalia Dill), quien está escribiendo un libro, una novela con una perspectiva feminista, sobre mujeres que estaban adelantadas a su tiempo. De hecho, la propia Julieta es uno de los personajes que Elisabeta toma como referencia para escribir sobre las mujeres del café. La novela aborda mucho el universo feminista, lo cual me interesa muchísimo».
—¿Se parecen Julieta y Elisabeta Benedito a pesar de sus diferencias?
—Ambas son mujeres adelantadas a su tiempo, cada una a su manera. Una es más joven, la otra un poco más madura, pero ambas comparten el deseo de querer expresarse.
«Esto era algo que estaba prohibido para las mujeres en esa época, ya que no se les permitía tener voz, imaginación ni deseos propios. Sin embargo, ambas rompen con esos moldes y expresan sus deseos, mostrando una valentía que las conecta».
—¿Cómo describiría el estado actual y futuro de las telenovelas brasileñas?
—Creo que las telenovelas siempre han tenido una gran fuerza en Brasil, han sido un principio rector en términos sociales y culturales. El fenómeno de la telenovela ha ido cambiando, como era de esperar, debido a la globalización y la llegada de nuevas plataformas y modelos de entretenimiento. El género está en un momento de transformación.
«Siempre he sido una gran fan de las telenovelas, son como una adicción para mí. Recientemente, experimenté una gran alegría con la telenovela Pantanal, que hace más de treinta años se emitió en TV Manchete. Ahora, TV Globo la ha vuelto a transmitir en un nuevo formato, con nuevos actores, y quedé fascinada. No salía de casa antes de que terminara Pantanal, me encantó. Era muy pequeña cuando la vi por primera vez.
«Sin embargo, creo que el formato tendrá que adaptarse a los temas sociales y culturales actuales. Ya no contamos solo con las telenovelas como forma de entretenimiento; hay muchas otras opciones disponibles. A pesar de esto, estoy convencida de que las telenovelas siempre tendrán su espacio garantizado en la vida de los brasileños».
—¿Nos podría contar cómo es Gabriela Duarte cuando se despoja de sus personajes?
—Soy muy práctica en mi día a día. Como cualquier mujer que tiene hijos, me ocupo de cuidarlos. Coordinando mi trabajo como actriz con la administración del hogar y de la familia, me encuentro haciendo un malabarismo constante. Esto no es muy diferente de lo que muchas mujeres hacen, ya que todas debemos equilibrar nuestras responsabilidades diarias.
«Sin embargo, me considero extremadamente sencilla. Disfruto de la vida social; me gusta abrazar a las personas y me alegra recibir cariño de los demás. El contacto humano es algo que me alimenta, tanto como persona como actriz.
«A pesar de mis compromisos, no dejo de asistir a eventos ni de explorar el mundo. Me gusta visitar distintos lugares; tengo una gran curiosidad y disfruto viajar, conversar y vivir nuevas experiencias. En definitiva, esa es mi forma de ser, mi esencia».
—¿Qué es lo que más valora de la vida?
—Las cosas simples son las que más valoro, como los logros de mis hijos. Manuela tiene dieciocho años y Frederico trece. Ya no son niños, pero continúan en proceso de construcción y formación como seres humanos. Esto me llena de orgullo.
«Al mismo tiempo, como madre, siento un gran sentido de responsabilidad. Quiero inculcarles buenos valores y que se conviertan en personas de bien, capaces de contribuir positivamente a nuestra sociedad».
La carrera de Gabriela Duarte no se detiene. Actualmente trabaja en un podcast junto a su gran amiga Renata Castro Barbosa. La amistad entre Gabriela y Renata se remonta a hace treinta y cinco años, y en su podcast abordan temas como el cariño, las elecciones en la vida, y el apoyo que se ofrece y se recibe en los momentos cruciales: «Es fundamental volver a hablar sobre la amistad en estos tiempos, especialmente en la era digital que vivimos», comparte.
Otro proyecto que la entusiasma es su autobiografía, que planea lanzar a principios de 2025, escrita en colaboración con la periodista y escritora Bruna Condine. Gabriela describe este libro como «muy honesto» y una representación de la belleza de su historia personal: «Me encantaría poder ir a Cuba para presentarlo; sería una oportunidad genial para compartir mi vida con los cubanos».
Con entusiasmo, también nos habla de su primera experiencia en un monólogo que, según sus palabras, sirve como un manifiesto feminista y tiene un enfoque poético, inspirado en un texto sobre mujeres escrito por la autora contemporánea Charlotte Perkins Gilman.
A través de estas experiencias, Gabriela Duarte ha encontrado su identidad, y ha explorado no solo su propia historia, sino también la esencia de las relaciones humanas y el papel de la mujer en la sociedad. En sus palabras, «la amistad y el apoyo son pilares fundamentales en el camino de la vida», y su compromiso con estas ideas es un testimonio de su búsqueda constante de autenticidad y conexión en un mundo en constante cambio.