Temas
- Detalles
- Escrito por: Ivón Peñalver
- Categoría: Temas
- Visto: 1398
El universo de los medios masivos de comunicación es un escenario complejo en que la mujer impone su ingenio y talento, aun cuando este ha sido dominado históricamente por hombres.
Cuba no es la excepción, por eso, de manera muy sencilla, he decidido significarlo teniendo en cuenta el rigor que representa para ellas el binomio profesión- ama de casa, labor que nunca la exime de responsabilidades otras.
Tomando como referente esa dualidad profesión - hogar he querido significar algunas directoras de espacios televisivos de diferente índole y una misma esencia: brindar al público un producto variado y de calidad que satisfaga las exigencias de un televidente confiado en su liderazgo. Las directoras Sonia Castro, María del Carmen Vasallo, Ana María Rabasa, y Odalys Torres son las protagonistas de estas líneas en representación de otras tantas que en todo el país hacen televisión.
Suele decirse que asumir un espacio de radio y televisión es como sostener una familia, y sin que parezca manido, lo cierto es que la mano del director (a) como centro de ilación de cada uno de los integrantes es vital. Y ¿qué sucede cuando esa mano tiene la particularidad de ser dura por la exigencia que implica su desempeño pero a su vez regala la peculiar sensibilidad femenina?, tal vez lo mejor hubiese sido preguntarles a cada una; en mi caso preferí asumir una opinión propia.
Recuerdo que hace algún tiempo al entrevistar a la artista de mérito Sonia Castro, me confesó que la televisión era su vida, por tanto no se imaginaba fuera de ella, y esa fue la respuesta al referir los desafíos de su trabajo. Insistió mucho en cuán difícil resultaba no seguir pensando en los programas fuera de las paredes del ICRT. Recuerdo que en aquel momento estaba enfrascada en cambiar aspectos de la visualidad de Entre tú y yo, reformular la dinámica de la edición así como regresar la inserción de la entrevista in situ. Eran constantes preocupaciones y un solo camino: ocuparse hasta el cansancio, aun seguida por un equipo de trabajo que la acompañaría en el empeño. Algunos de los deseos aun persisten pero lo logrado está y aun cuando no lo haya conversado más con ella, la satisfacción también.
Por su parte cuando se habla de música alternativa, Cuerda viva es el espacio, y eso significa una responsabilidad plus para Ana María Rabasa, que además ha incursionado en la dirección de espectáculos, conciertos y filmación de videos clips y documentales. Para esta profesional que se inició como económica en Radio Progreso y cuya entrega la ha llevado a lo que es hoy exhibe gustosa la preferencia de un público diverso que acompaña el espacio.
El mundo de la información unido al de la revista de facilitación social convierte a María del Carmen Vasallo en un referente dentro del gremio. Canal Habana y Cubavisión Internacional la ven moverse por sus pasillos con su agenda llena de temas, propuestas, y lo más importante, con la sapiencia acumulada de años de entrega desde el escribir qué se dice y la concepción de cómo se hace. En buen cubano, tal como se diría en uno de sus espacios, la directora de Vitrales y Hola Habana es una incansable hacedora de sueños compartidos.
Y qué ocurre, cuando se trata de un espacio en vivo, diario, por demás, que corre con la responsabilidad de fungir como cartelera; es entonces cuando Odalis Torres tiene todas las papeletas para alzar junto a su equipo las mieles del triunfo. Asumir, Al mediodía, cartelera televisiva, vinculada a todo el quehacer sociocultural de la nación resultan palabras mayores. Basta recordar uno de sus testimonios al respecto cuando se refería a lo agotador que podría resultar estar en casa cocinando, limpiando o en medio de otro quehacer y mantenerse conectada con la preparación del programa del próximo día. Realmente se convierte en un proceso sin fin, que mucho hay que amar para que llegue a feliz término.
Estas líneas no podrían terminar sin mencionar a la actriz, conductora y directora de 23 y M, Edith Massola, un espacio que dirige y conduce, y que hoy celebra 25 años de mantenerse en la preferencia de artistas y público; la inquieta Janet Juarestegui, heredera de una inolvidable Gloria Torres, que ha logrado con Talla Joven mostrar noveles talentos tanto musicales como de otras artistas culturales; a la maestra Magda González Grau que desde lo dramático enseña, y propicia el crecimiento personal; la ya multiplicada Tamara Castellanos, que no solo como excelente actriz sino también detrás de cámara apuesta por la belleza y el mejoramiento personal, en fin, son muchas —sobre todo las no nombradas e igual merecedoras del respeto de varias generaciones— las féminas que en estos tiempos difíciles prestigian el hacer de la televisión, y por la cual viven tras el swicher y frente a la vida.
- Detalles
- Escrito por: Avelino Víctor Couceiro/EnVivo
- Categoría: Temas
- Visto: 1174
Un conflicto de la televisión es el alto valor y alcance de su funcionalidad al legitimar actitudes positivas y desmitificar prejuicios.
En toda obra el conflicto es, sin duda alguna, básico en el arte de captar público; pero a veces se absolutiza una concepción estrecha, maniquea y negativa del conflicto, que lo limita a la violencia con efectismos, quizás como otra secuela de la llamada “crisis ética de las ciencias” con que despuntó el siglo XX, cuando los científicos comprobaban aterrados y cada vez más, cómo sus esfuerzos por el bienestar del mundo, quedaban en función de la guerra y otros horrores similares.
Alfredo Guevara sentenció que actualmente se piensa según los medios, sobre todo la televisión; quizás no tanto, y menos hoy con la Internet… pero se acerca muchísimo a la realidad. Por ello, justamente un conflicto de la televisión es el alto valor y alcance de su funcionalidad al legitimar actitudes positivas y desmitificar prejuicios que obstruyen vidas y relaciones más plenas degenerando disimiles intolerancias, pero por lo mismo, exige una enorme responsabilidad de todos los que de una manera u otra, incidimos para los medios, pues de igual forma, mal educamos al legitimar antivalores deformantes y frustrantes, como también ocurre.
¿Los mejores, son los villanos?
Más de una vez, hemos escuchado en la televisión a actores muy respetables, que sin embargo, aseguran que los mejores personajes son los villanos, porque son los que están llenos de matices. Entristece mucho verificar tales talentos que tanto aportan, y sin embargo, dañan tremendamente con esas afirmaciones cuando ellos mismos demuestran una y otra vez lo contrario; mucho más consecuentes son cuando aseguran que no existen “personajes pequeños”, ni “menores”, pues en efecto, todos y cada uno de los personajes valen en un buen guion, y abundan ejemplos de los que han trascendido pero que, mediante otros intérpretes, hubieran pasado inadvertidos.
No lo necesitan, pero esas afirmaciones a menudo disfrazan intenciones populistas al no ser genuinamente populares, afanándose en supuesta originalidad que busca ganar popularidad al incentivar empatía inimaginable con quienes llegan a ser abyectos, pero ellos “son tan buenos actores” que los comprenden, mientras olvidan la dosis de comprensión a los otros personajes (sobre todo las víctimas, con cuya agonia fomentan así la indolencia) y que comprender no implica necesariamente compartir ni promover, y menos en la dosis intelectual que debiera asistir a cada artista que ha de ser sistémico y crítico con toda la trama, y no solo con su personaje; ningún personaje hace al intérprete: al contrario.
Los clisés en la historia
Casi como caricatura (la mejor y la peor), en los inicios del cine, un largo y fino bigote negro cual manubrio con cuyas puntas solían jugar y enroscárselo, era “el villano”; las “villanas”, entonces menos frecuentes, solían ser “la femme fatale” o “vampiresa”, etéreas cual vampiros, de sensual belleza considerada pecado por definición de tentación carnal tras siglos de moralismos, hipocresía, envidias y frustraciones que trastocaron la “natura” con la “anti-natura”, ya revirtiendo valores.
Esos clichés han sido sustituidos por caritas, miradas, expresiones que supuestamente nacen del alma, pero de inorgánicas se delatan; poses, alguna que otra vestimenta, peinado, color; tonos al hablar, gesticulaciones precisas… en este juego, el público disfruta sentirse aprobado cuando descubre al “villano”, y agradece elogiando al actor que hace todas esas concesiones: “qué malo(a) es”, incentivados por algunos críticos amparados por el poder de los medios, cómplices de esa seudocultura o “kitsch” que tanto condenan, para “caer en gracia” a unos y otros, o asumir su pose de sublime intelectual incomprendido.
En siniestro igualitarismo, otro populismo ha devenido slogan: no hay malos tan malos ni buenos tan buenos, y les impostamos valores y antivalores a unos y otros respectivamente, de forma indiscriminada, inconsecuente a menudo, perdiendo la autenticidad y convencimiento que exige el arte. De tales problemas en guiones y dirección, de pronto nos sorprendemos respaldando morbosamente ya no a un “bueno”, sino al “menos malo”.
Retos
Un buen intérprete sabe encontrar los colores, matices y contradicciones en todos y cada uno de sus personajes, y dotarlos así uno por uno, por muy buenos o villanos que sean, sin que ello implique hacernos cómplices justificándolos a veces como “errores humanos”, obviando que al reiterarse indolentes, irresponsables, negligentes, y según conciencia de perjuicios, no son errores, sino horrores.
Lo más difícil es representar el mismo villano de forma distinta cada vez sin maniqueísmos, sin inventarle virtudes incongruentes o que no tiene, pues simplemente, la diferencia es absoluta, eterna. Los momentos de transición ayudan a valorar la interpretación, siempre y cuando no degeneren también en clisés que comparten todos: público, actores y críticos, guionistas y directores…
El arte no es fácil, llenar de matices al personaje, sea cual sea, sobre todo cuando no descansa en malformaciones físicas ni espirituales, ni en maldades que lo conducen a la locura, a muertes horribles o finales caóticos ni arrepentimientos que ponen a prueba toda ingenuidad. Más difícil es aflorar los tantos colores y contradicciones que tenemos todos (no tienen que ser antivalores), por muy buenos que seamos, y lograrlos siempre distintos, como somos, distinto incluso al personaje en su evolución-involución, sin impostarles maldades inconsecuentes: la contradicción es mucho menos simplista que bueno o malo, y de problemas rebosamos, y solo en esas contradicciones, vivimos y progresamos.
Consecuencias peores que “los villanos”, y mejores opciones
La maldad no es producto de los medios, que deben reflejarla pero críticamente, sin legitimarla, pues peligrosamente, supera cualquier ficción e induce empeorar. En el proceso de evolución-involución que sufrimos en franca reversión de valores, “bueno” se confunde con bobo y aburrido, y “malo” es atractivo, divertido, listo, aunque nos inunda la maldad aburrida, repetitiva y estúpida, además de la gran diversidad de violencias no solo físicas, también sicológicas, económicas, ambientales, contra la autenticidad y la organicidad del discurso o cada idioma, no solo en nuestras culturas hispanohablantes. Lo popular degenera vulgar al abusar de las “malas palabras” para imponer sinrazones, y ya se requieren nuevas “malas palabras” para situaciones extraordinarias, como es su función, pero que se han entronizado en nuestra cotidianidad, afectando el ritmo de vida y la salud social.
Es mucho más difícil interpretar lo similar a uno sin ser uno, y enarbolar la bondad que la maldad. Grandes actores y actrices en algún momento, se han repetido o al menos, han tenido momentos repetidos, lo cual no los desdora en lo absoluto: sería buscarles manchas al sol. En teatro, cada exhibición, aún de la misma obra, es distinta por momentos y contextos diferentes, lo cual no exime también de repeticiones, pero cuando entregan el alma a su obra del momento, hasta para evitar el tedio y de forma natural, hay variaciones más ligeras o notorias que no traicionen la esencia de la puesta. Igual ocurre con los grandes oradores, incluidos los profesores brillantes que imparten la misma clase, pero nunca les queda igual.
El amor ha sido tergiversado como antivalor, “los buenos” son mal mirados, y ya ser “buena persona” y revolucionario en la verdadera acepción del término, no sólo es aburrido, sino malo, incluso cuestionado laboralmente por “conflictivos”, cuando para facilitar la vida y el desarrollo de todos (consecuentes con ser buenos), buscan revertir “lo malo”, ya empoderado hasta por la fuerza de la costumbre.
En quienes odian su trabajo (no son pocos) “mi trabajo es usted” ha sido un slogan fatal; hay profesores que ven en el estudiantado sus enemigos, religiosos que llaman a no ayudar ni desear lo bueno a nadie “para no perder la suerte”. Hemos de revitalizar “haz bien y no mires a quién”, “ama a tu prójimo como a ti mismo”, y aquella máxima del más humilde cubano de cualquier color de piel y rincón del país, urbano o rural u otro: “soy pobre pero (honrado, educado, decente, respeto)” e incentivar una bondad llena de matices y conflictos a solucionar, pero coherente consigo misma, divertida y sobre todo, valiente.
Otros clisés por supuestos feminismos con misoginia resultante
A menudo muchos de esos facilismos dañinos emanan de las causas más justas y urgentes, como es en la equidad de géneros, los que se han empeñado en reclamar mayor presencia femenina en el humor escénico cubano, y siembran la imagen de la escasez de talentos femeninos en esa área, ignorando que desde el teatro colonial, vernáculo o en otras comedias, han sobresalido no pocas mujeres, incluso alguna autora, y luego en nuestro cine, radio y televisión abundan, no pocas reconocidas ya con Premios Nacionales de Humor y otros galardones y sobre todo tradicionalmente por nuestro pueblo, y silenciarlas es misógino.
También el humor se ha degenerado como burla, y la mujer estereotipada como bella, nunca sería motivo de burla por mucho talento que demuestre para la comedia, cediendo el triunfo a hombres y de preferencia, lo más feos posible; son otros de los clisé facilistas que dañan más que cualquier villano.