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- Escrito por: Pedro de la Hoz | pedro@granma.cu
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Nadie se extrañe si revisa la repercusión de la telenovela en el mismísimo Brasil y encuentre un interesante contrapunto entre los altos índices de audiencia y la opinión de la prensa, incluso aquella que guarda nexos corporativos con Rede Globo
Juliana Paes (María) y Agatha Moreira (Jos), en Dulce ambición. Foto: Tomada de Lavibra.com
No hay que dar muchas vueltas al asunto. Donde quiera que se ha proyectado Dulce ambición ha contado tanto con fieles y seducidos seguidores como detractores. Así ocurrió tras su estreno en Brasil en 2019 y su paso por otras televisoras. Cuba no fue la excepción.
Los primeros constituyen una legión, en la que se debe diferenciar los que asumen a conciencia las reglas del juego telenovelero de quienes defienden el producto a capa y espada, como si en ello les fuera la vida, y no admiten siquiera el más mínimo rasguño.
Cuando el colega Yuris Nórido adelantó sus criterios antes del capítulo final, una lectora apostilló en los comentarios a la nota publicada en el portal Cubasí: «Yo disfruto mucho la novela. No ando buscándole errores. Es entretenida y ya está. Sufrí con Vivi y disfruté todo lo demás. En fin, las novelas brasileñas siguen siendo para mí, ¡las mejores! Aunque siempre los periodistas cubanos traten de criticarlas». Y otro dijo: «Si no le gusta, cambie de canal o apague el televisor».
Nadie se extrañe si revisa la repercusión de la telenovela en el mismísimo Brasil y encuentre un interesante contrapunto entre los altos índices de audiencia y la opinión de la prensa, incluso aquella que guarda nexos corporativos con Rede Globo.
La enganchada se debió, de acuerdo con especialistas en el funcionamiento del mercado audiovisual, a que, por un lado, gente común y corriente, con deseos de ascender socialmente, llevó el peso de historias populares –una campesina que triunfa en una gran urbe con recetas de la pastelería tradicional, un abogado buena gente, un joven que apuesta por la fuerza de sus puños para llegar al estrellato, una familia venida a menos que gana el premio gordo de la lotería–, mientras por otro asomaron, absolutamente naturalizadas, nuevas entidades del imaginario social: la inapagable vida sentimental y sexual en la tercera edad, las relaciones homoeróticas, la presencia cotidiana de las digital influencers y el género trans.
Un muy seguido bloguero paulista resumió: «A Dona do Pedaço (título original en portugués) cumplió su misión. Walcyr Carrasco (el escritor) marcó otro éxito propio y conquistó al público con una historia popular, sencilla, llena de personajes carismáticos y meramente escapistas. Fenómeno publicitario, explotó en audiencia y repercusión en las redes sociales».
Lo cortés no quita lo valiente. Llegar a las audiencias a toda costa tiene su costo cuando se hace de manera burda, tosca, subestimando a parte de esa audiencia. Los giros imprevistos e ilógicos de la trama, la folclorización del sicariato en el Sertao, el saqueo indiscriminado e irresponsable de conflictos y situaciones explotadas con mucha mayor eficiencia y propiedad en otras telenovelas, la estupidización de personajes impresentables y la inserción de subtramas colgadas a la cañona, hablan de una teledramaturgia mediocre.
Si no fuera por Juliana Paes yo mismo hubiera apagado el televisor; la actriz hizo creíble y digeribles los pasteles de María de la Paz. A unos cuantos probadísimos actores del elenco se les hizo muy difícil hilar los gruesos trazos de un escritor que, cuando ejerció crítica años atrás, fustigó lo que ahora suscribe, como guionista, con desfachatada impunidad.
Un punto a su favor. Si no fuera por la reveladora expresión que Agatha Moreira imprimió al rostro de Jos en el minuto final, me hubiera perdido el último capítulo. Fue como ver en pantalla una metáfora del fundamentalismo evangélico bolsonarista de estos tiempos en Brasil.
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- Escrito por: GIUSETTE LEÓN GARCÍA / CUBASÍ
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Enrique Bueno no es Marcos, por más que nos haya convencido a base de talento, pero este queridísimo actor cubano agradece la oportunidad de encarnar un personaje polémico y que entre críticas, memes, bromas y también afectos, ha puesto el dedo en una llaga por la que no dejamos de sangrar en Cuba: el machismo.
«Sin duda alguna, después del ataque psicológico que le hizo el personaje de Marcos al personaje de Yaquelín, con el tema este del rock and roll de Nirvana bien fuerte, por supuesto que todo el mundo pensaba que el desenlace iba a ser lo que a veces suele suceder en una pareja donde alguien es infiel, sobre todo si es la mujer; mucha gente esperaba que hubiese violencia física o verbal, y creo que una de las enseñanzas que pudimos dar es que estas cosas suceden, son muy usuales, y que no justifican recurrir a la violencia.
«Creo que tenemos mucho camino que recorrer en cuanto a los cánones machistas que existen en la isla todavía, en Latinoamérica en general, sobre este tipo de situaciones, y hace falta comprender que el desenlace no debe ser la violencia, aunque haya errores; puede haber un desenlace pacífico y de entendimiento, así que me parece muy importante que se tocara este tema y que el desenlace haya sido justamente este».
—¿Nos cuentas alguna anécdota con el público?
—Por supuesto, en la calle he tenido muchas anécdotas. Las personas con respeto, eso lo admiro y lo voy a agradecer siempre, pero el cubano tiene esa característica, es jocoso, es simpático; lógicamente, me sacaron varias veces sonrisas, a pesar de que no comparto el machismo que manifestaban en las cosas que decían y unos cánones absurdos que todavía hay en el país respecto a las relaciones de pareja.
«Me decían "fuiste flojo", "oye, te aflojaste al final", "yo le hubiera dado una cantidad de pescozones al muchachito del pelito largo...", pero también hubo quien se acercó y lo vio desde otro punto de vista. Otra cosa que me gustó mucho fue que, a pesar de que el desenlace les resultó inesperado, la mayoría de las personas me halagaron por la actuación que tuvimos los dos, tanto Lili Santiesteban como yo. Creo que hubo credibilidad en la escena y al público le llegó de esa forma».
—A última hora, Marcos y «la delegada» como que se robaron un poco el protagonismo en la telenovela...
—Es un personaje al que le estoy muy agradecido. Efectivamente, en los capítulos finales esta pareja tomó niveles protagónicos, que nunca nos lo esperamos y, por supuesto, a pesar de lo polémica que fue, sí tuvo buena aceptación.
—¿Eres de los que no creen en personajes menores?
—Yo cuando voy a decirle sí a un personaje que me propongan, siempre tengo en cuenta que hay personajes que durante todo el transcurso del audiovisual pueden mantener un discurso o una trayectoria leve, pero hay personajes que tienen una, dos o tres escenas, por las que vale la pena hacerlos.
—¿Es el caso de Marcos?
—Sí, Marcos yo sabía que tenía escenas muy buenas, que actoralmente yo podía defender, que podían aportar a mi carrera otros valores, permitir que las personas vieran otras partes de Enrique Bueno como actor, y sí, ese es uno de los atractivos de Marcos, a pesar de que estuvo en la sombra, vamos a decir, durante muchos capítulos, pero sabía que iban a llegar las escenas en las que yo iba a poder defender el personaje y demostrar las dotes actorales.
—Pero, a pesar de la popularidad de Marcos, para muchos sigues siendo Leroy (La cara oculta de la luna)...
—Si ya a estas alturas, después de 17 años, sigo siendo Leroy, yo estoy convencido de que voy a seguir siendo Leroy, aunque haga cien películas, cien telenovelas más...
—¿Y eso no te molesta, no sientes que te encasilla de algún modo?
—Eso me satisface. Yo creo que somos pocos actores los que tenemos ese tipo de reconocimiento que, a la vez, también pudiera ser una desventaja, porque obviamente Leroy me puso el listón alto, pero, al mismo tiempo, son pocos los actores que el público identifica, para toda la vida, por un personaje. Ahí están el caso de Fernando Hechavarría con Nacho Capitán, Luisa María Jiménez con la Tojosa, Albertico Pujol con El Tabo, en fin, han hecho cosas geniales después, yo podría decirte que hasta mejores, pero ellos siempre van a seguir siendo esos personajes. Yo, orgulloso de entrar en esa categoría de actores que te identifican por un personaje; por supuesto que no me molesta, para nada, lo veo como un honor que el público me ha dado.
—¿Proyectos inmediatos?
—Tengo una obra que se estrena ahora, el día 2 de septiembre, en la sala Adolfo Llauradó, con Vital Teatro, que es mi grupo hace 15 años. La pieza se llama Cuarentena, es del dramaturgo Ulises Rodríguez Febles. Va a ser el estreno mundial de esta obra, cuyo texto ya está publicado, existe ya el libro impreso y nosotros vamos a hacer el estreno mundial. La semana siguiente iremos a Matanzas y tendremos dos funciones en Matanzas, donde nació la obra, para el público matancero, en el teatro Sauto.
«Hay una película, una novela, que no quiero adelantar mucho, pero sí, hay varios proyectos, gracias a Dios».