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- Escrito por: Lety Mary Alvarez Águila
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Un mediodía de 2021 retuve a mi familia en la sala, frente al televisor. ¡Silencio! Va a hablar Rubén Breña. Siempre perseguía sus entrevistas. Lo admiraba desde niña. Me sedujo la grandeza interpretativa de aquel «gigante de ojos claros». Así lo veía, aunque parezca manida esta comparación.
Sobre Breña se conoce de su temprana inclinación por el arte. Incursionó en varias manifestaciones desde su natal Pinar del Río. Surgió con el tiempo un hombre de teatro y, a pesar de las numerosas experiencias vividas en las tablas, llegó un día a la pequeña pantalla y jamás se marchó. Pudiera enumerar las obras que abarca su extensa filmografía en televisión y cine, mas el imaginario popular cubano guarda cada consulta con el doctor Fernández en Tierra Brava, o las místicas cartas del Tarot de Tirso Molina, en Destino Prohibido. Un bombero veterano nos adentró en Historias de Fuego con ternura y tozudez mezcladas. Al compás del son, en la Cuba de los años 30, nos estremeció con una de las muertes más impactantes de nuestras telenovelas; el senador Armenteros caía lentamente en un salón del Capitolio, a los pies de la República. Recientemente, Luis Manuel volvió a mirar la vida y las oportunidades de ser feliz y, una vez más, su muerte en escena extirpó sensibilidades.
Ahora quisiera creer que ha muerto ficticia y magistralmente, como tenía acostumbrado a su público. Pero la muerte y su poder arrebatador se han lanzado sobre el actor prolífico a quien muchos llamaban maestro. Aparentemente temido, su imponente sobriedad venía acompañada de una extraordinaria calidad humana, comentan los que compartieron con él en la vida y el trabajo. Su sentido del humor fue agudo, incluso en el set de grabación.
En varias ocasiones, se refería al ritmo acelerado como exigencia productiva en los rodajes, aun así, se involucraba frecuentemente en proyectos de todo tipo. Podremos disfrutar de su actuación en El derecho de soñar, próxima telenovela que estrenará Cubavisión, donde Breña da vida a un ilustre y experimentado director de programas radiales.
Rubén Breña, el mismo intérprete versátil y consagrado, pintaba cuadros de manera empírica, pues poseía conocimientos de artes plásticas, aunque nunca tuvo una formación sólida en esta manifestación artística. Regalaba a sus amigos algunas de sus creaciones.
Tenía mucho por dar todavía. Emprende el viaje hacia la eternidad con el rastro de un camino luminoso: su arte. El arte en que lo sentimos cólerico, diáfano, agresor, profesor, abuelo…
Hoy leo, descubro y escucho anécdotas con un Rubén Breña protagonista. Yo no tengo ninguna. Jamás lo tuve cerca. Quería conocerlo y en mi imaginación de simple mortal creé escenas donde dialogábamos en una entrevista. Ojalá este escrito surgido del dolor esté a su altura, maestro.
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- Escrito por: Dalgis Román Aguilera / Fotos: de la autora
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Pacazo, ese fue el nombre con el que bautizamos sus amigos las alegres tertulias en su casa, donde la verdad y la polémica juntaban fuerzas arrolladoras para que la lumbre fuera tan auténtica y valiente como la anfitriona: Paquita Armas. Esta vez no hubo arroz con vegetales (su afamada receta) y el hogar fue ese otro espacio, suerte de segunda morada, La sala Villena de la UNEAC.
Allí estuvimos esta mañana para agradecer, compartir anécdotas, y entre risas y emociones evocar la presencia de una mujer de inconmensurable dimensión. A la cubana periodista, crítica de televisión, escritora, intelectual revolucionaria, marxista y fidelista. La amiga que en tono maternal (y nadie dude de la severidad de una madre justa) supo sembrarnos a cada uno ese modo en que se nos queda, para que sigamos andando la senda comprometida. A la vecina querida, a la respetada cuestionadora, a la persona que supo unir tanto bueno sin importar idiomas, distancias, ni aparentes diferencias.
Para la Paca hoy la gratitud de su UPEC en el reconocimiento que le hiciera el presidente nacional de la organización Ricardo Ronquillo, al apuntar sobre su capacidad de aupar a los más jóvenes sin temer a las diferencias generacionales (“tengo sangre para la juventud…” solía decir sonriendo, con orgullo de su relación con los muchachos). También fue ese el testimonio de Yasel Toledo, vicepresidente de la Asociación Hermanos Saíz y director de la revista El Caimán Barbudo, publicación a la que ella consagrara una parte valiosa de su energía vital, y que él reciprocara con amor de hijo, así como el resto de los equipos y redacciones de la Casa Editora Abril: los hermanos de tantas batallas por amor a Cuba: Iramis, Yamilet, Joaquín, y la joven Beatriz que, hoy fueron allí todos ellos.
Fue emotiva la descripción del rigor necesario, como calificara Rudy Mora, al modo imprescindible con el que acompañó su obra, la palabra reveladora de Marino Luzardo que provocó la carcajada del auditorio, y que aseveró su capacidad para ver los detalles de los que nadie se percataba en una transmisión en vivo. Tal era su amor por la televisión y su dominio de ese medio.
El respeto y el cariño de la UNEAC a una compañera entregada, exigente, indetenible y justa, a la que sentí sonreír al escuchar a nuestro presidente Luis Morlote, y a la jefa de la Sección de Cine Radio y Televisión Lourdes de los Santos. Entre los intelectuales y artistas ella era una autoridad, se lo ganó y había que oírla, comentó la vicepresidenta de esta organización, Magda Resik, que condujo con su elocuencia habitual este hermoso encuentro.
La Premio Nacional de Edición, Neyda Izquierdo, quién fuera la editora de su título más reciente Con el corazón en el mano dedicado a reconocer a los protagonistas de la cirugía cardiovascular en Cuba, una suerte de recuento histórico y testimonio de una paciente muy especial, aportó la paz camaraderil de sus encuentros con Paquita, que no siempre era mar embravecido.
“Unía y fundaba, peleaba y reía. Rara vez, es la más estricta verdad, rara vez no tenía toda la razón”. Por WhatsApp llegó el mensaje del periodista Humberto López “su muchacho” que, sin descuidar el deber, encontró el modo de estar como lo hizo siempre que ella lo necesitó.
Fidel Díaz Castro puso la nota cubanísima, y entre risas y acordes de una guitarra que la homenajeada se sabía de memoria, cantó a Silvio, y nuestro coro lo acompañó contra las sillas peligrosas que nos inviten a parar a los que hayamos escogido el buen camino. Eso ella no nos los perdonaría. ¡Sí amiga, este Pacazo también te quedó muy bueno!